Los engranajes comienzan a girar

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-Tu porquería no sirvió de nada- dijo Poseidón mientras le aventaba un frasco transparente con pastillas rojas a Beelzebub, el cual solo lo atrapó para luego guardarlo con calma dentro de los bolsillos de su bata.

-Número uno: yo no te garantice que funcionaria; te dije que te daría la mejor versión que pudiera del avance de mi producto y numero dos: ¿Qué esperabas si me diste solo cuatro días para trabajar en estas pastillas?- comentó con calma el pelinegro y sin perder su típica cara de fastidio.

En ese momento los dos se encontraban dentro de las instalaciones de Olimpus Farm, la rama central de todo el conglomerado. Está empresa se dedicaba a investigar, patentar y elaborar gran variedad de productos, siendo los supresores de celo uno de sus artículos estrella. Por otro lado, el ojiazul se había presentado a primera hora del lunes en el laboratorio de Beelzebub para reclamarle sobre su invento.

El científico era un alfa apático y desinteresado de cabello y ojos negros que casi siempre iba vestido de negro, teniendo así (casi siempre) un aspecto muy sombrío, sobre todo porque solía taparse un ojo con su cabello; sin embargo, el azabache desde joven demostró una inteligencia sobresaliente, por lo que fue reclutado por la compañía en cuanto termino su doctorado en genética y actualmente era el investigador en jefe de todo un equipo de trabajo.

Actualmente Beel, como lo llamaban sus pocos amigos, había estado trabajando desde hace casi un año, de forma exclusiva en el estudio y desarrollo de potenciadores hormonales (esto ademas, era un pedido especial de los dueños de la empresa). Al científico este tema le interesó ya que, al contrario de los supresores, estos productos se encontraban muy poco desarrollados, lo que le permitía explorar y conocer un campo diferente del estudio del cuerpo humano.

El pelinegro suspiró mientras se acercaba a su mesa de trabajo -además Poseidón, desde el principio lo que me pediste fue algo muy complicado: para empezar tu ya eres un alfa dominante, así que en realidad es difícil potenciar más tus hormonas sin causarte daño en el proceso. Por otro lado, el problema real es que quieres doblegar a un Omega "especial" – dicho esto el científico saco y abrió un archivo clínico que empezó a leer -Alguien con baja producción de hormonas y, por tanto, resistencia natural a las mismas ¿cierto? - dijo el ojinegro mientras cerraba el archivo -Así que desde el principio, el problema lo tiene él, no tú. Sería mucho más fácil y lógico curarlo a él pero claro, nadie está tan loco como para tomar un tratamiento solo para convertirse en tu esclavo- concluyo con calma y algo de sarcasmo el ojinegro.

El rubio solo apretó los puños y desvió la mirada -te pago para que diseñes lo que necesito, no para que me des tu opinión-

Ante lo dicho por el otro, Beelzebub solo levanto los hombros con indiferencia -Eso es cierto, a mí no me importa si te destrozas el cuerpo tratando de cumplir tu capricho -tras esto el azabache saco una libreta de notas y dijo- ahora, necesito que me digas que reacciones observaste en el omega para saber cómo seguir desarrollando la droga-

-Ese es justo el problema, no tuvo ninguna reacción. Actuó como siempre: su resistencia hacia mí fue igual o incluso mejor que la última vez que nos vimos- Concluyó el rubio con un tono de clara molestia y frustración en su voz.

-Eso es imposible Poseidón, debes haberte equivocado- sentenció Beelzebub con calma pero ligeramente ofendido – La efectividad de mi trabajo esta comprobada, así que eso solo podría ser posible si ese omega estuviera consumiendo alguna droga que le ayudara a aumentar su resistencia, pero ningún investigador decente se encuentra trabajando en un proyecto como ese- concluyo fría y secamente el pelinegro.

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Ese día lunes, Jack se había presentado a trabajar desde temprano al hospital y tras concluir antes de lo habitual la ronda de revisión de sus pacientes post quirúrgicos, se dirigió al ala de investigación del hospital cargando consigo un café, un té y un sencillo sándwich de la cafetería. Una vez allá, el peliplateado entró en una oficina que tenía en su puerta un letrero que dictaba: Dr. Nikola Tesla. Investigación Endocrinológica.

Durante una miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora