Epilogo

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Laura

Las pesadillas siguieron acompañando, no importaba que viviera con mi madre a varios kilómetros del pueblo donde nací y crecí.

Supe que el señor Gustavo había regresado a casa al ver a su hijo inquieto y nervioso. Tuvo una corazonada y menos mal que lo hizo o no estaría contando la historia.

Mi madre y yo nos mudamos después de su recuperación, saber el daño que Raquel me hizo lleno de amargura a mi madre. No importaba que el señor Gustavo fuera hablar con ella, mi madre no perdonaría nunca a esa familia.

Me sentía mal. Por eso lo mejor fue alejarnos de todo y con el dinero que me ahorré del pago del hospital pude junto a mi madre una floristería. Ninguna sabia nada sobre flores y aun así aprendimos y nos ayudó a sanar un poco.

Tuve que recurrir a un psicólogo cuando en las noches no dormía para no tener que soñar con Raquel. Mi madre a los días me acompaño y ambos recibimos terapia. Mi corazón y mi alma fueron fallando, pero aún sentía ese vacío al pensar en Daniel.

Sabía que él estaba al pendiente de mí, lo veía estacionado a unos metros tratando de esconderse y me observaba toda la tarde. Muchas veces quise ir detrás de él, resistí y solo me quedaba observándolo a través del ventanal.

―Cariño, ven― La voz de mi madre hace despertar de mis pensamientos.

―Si―Me doy la vuelta y empiezo a caminar y me detengo cuando veo que ella se ha quedado a pie del ventanal.

―Nunca ha dejado de venir―Murmura.

―No.

― ¿Crees que deberías?

―Aún no estoy lista.

Asiente y se da la vuelta para reunirse conmigo.

Han pasado dos años y ya he podido superar un poco. Aunque una persona violada pueda seguir con su vida, nunca olvida.

Salgo de la pastelería de la esquina y veo la camioneta de Daniel estacionada. Él cree que no me doy cuenta de que siempre está en las tardes observándome o cuidando de mí. Me acerco despacio para que no me note desde la parte de atrás, su mano está apoyada contra la ventana y su cabeza contra el respaldo del asiento.

― ¿Daniel? ― Se sobresalta y abre sus ojos.

―Ho... la―Abre la puerta y le doy espacio para que salga del vehículo. Cuando lo veo luce diferente de hace dos años. Está delgado y ojeroso, nada que ver del chico guapo que una vez fue.

― ¿Cómo estás? ―Se rasca la cabeza nervioso y puedo ver la pequeña cicatriz en su frente.

―Bien―Baja su rostro.

―Me alegro―Susurra despacio.

Respiro hondo y por primera vez ya no tengo miedo. Tomo su mano y Daniel se sobre luce sorprendido, le doy una cálida sonrisa antes de jalarlo para que empiece a caminar. Él me sigue como autómata.

Lo llevo a mi floristería, cuando ve a mi madre se tensiona y está a punto de darse la vuelta y salir corriendo mi madre se acerca y toma su mano y lo guía hasta una pequeña mesa.

―Traeré un café para acompañar los pastelillos que trae Laura―Le da una cálida sonrisa antes de desaparecer hacia la cocina.

―Pensé que sacaría a palo de la tienda.

―No, ya no.

Ambos nos observamos y con nuestra mirada es como si trasmitiéramos nuestros sentimientos.

Empezamos a conversar, hablar sobre nuestras vidas. Llega la noche y seguimos entretenidos. Mi madre ya se fue a dormir, nuestro pequeño departamento queda arriba del local. Seguimos hablando sin importar la hora, cuando nuestros cuerpos piden descanso le ofrezco el sillón. Son las 2 de la madrugada y no es conveniente que maneje de tarde.

―No quiero molestar.

―No lo haces―Le paso unas sabanas, puesto que sé que no está haciendo mucho frío, más bien el clima es templado.

―Buenas noches.

―Buenas noches.

Llego a mi habitación con mi corazón agitado. Me siento como una adolescente, sonrió y voy a la cama con una sonrisa en mis labios.

Mi psicóloga dice que debemos aprender a superar las cosas y seguir con nuestras vidas. Que no hay que darles el placer a esas personas en vernos acabados.

Reflexiono sus palabras y decido que no dejaré que Raquel siga atormentando mi vida.

Con el pasar de los días, Daniel se empieza a recuperar. Tanto su peso como su estado de ánimo. Al principio se veía inseguro, deprimente. Ahora sonríe más a menudo y mi madre se encarga que se alimente.

El señor Gustavo estaba igual o peor que su hijo, se había encerrado en su casa y las cosas en su granja no iba bien. Habían perdido sus animales, había perdido casi todo y ahora Vivían de los ahorros. A ninguno de los dos parecía importarle perderlo y quedar sin nada, ahora que Daniel mantenía en la floristería nos preocupamos por su padre. Una tarde mi madre salió dejándonos solos, Daniel había empezado ayudarme y aprendió fácilmente armar un ramo.

Sonreía y disfrutábamos de la conversación cuando llego la noche y un vehículo conocido se parqueó fuera del local. Daniel y yo nos acercamos y vimos al señor Gustavo y a mi madre conversar y ambos bajaron del auto. Cuando entro, pude ver el dolor en su mirada, no era fácil haber tenido que matar a su propia hija para salvarnos a nosotros y lo peor saber lo demente que estaba Raquel había quebrado su corazón.

―Hola... hija― Sus ojos se llenan de lágrimas y me acerco y lo abrazo con fuerza.

―Me alegro de que estés aquí.

― ¿Me perdonas?

―No hay nada que perdonar, usted salvo nuestra vida.

No solo la de su hijo, también la mía.

Mi madre fue a servir la cena, los cuatro nos sentamos y conversamos. Decidimos no andar más el tema y hablar de otras cosas.

Dos meses después di el sí frente al altar. Daniel y yo nos habíamos casado por la iglesia y tres meses después esperábamos a nuestro primer hijo.

Le dejé a mi madre la floristería y ella lo traslado a nuestro pueblo para estar cerca de nosotros. Daniel construyó una casa para nosotros en su rancho y empezamos a dirigir el rancho pudiéndolo salvar de la quiebra. El señor Gustavo se retiró y estuvo viajando por un tiempo hasta que regreso cuando su primer nieto nacido.

La llegada de nuestro hijo trajo muchas bendiciones no solo para la granja, también para nuestra familia. Era divertido ver a los dos abuelos discutir por la atención de su nieto, ambos se convirtieron en buenos amigos y nos ayudaban a cuidarlo mientras Daniel y yo trabajábamos.

Nuestra familia fue creciendo al pasar de los años, el rancho se llenó de gritos y risas de nuestros pequeños y siempre permanecimos unidos como una gran familia.

No se volvió a pronunciar el nombre de Raquel, toda fotografía de ella fue quemada con sus pertenencias. Daniel y su padre lo habían hecho. No podía entender como alguien pudiera fingir tanta inocencia y tuviera tanta maldad en su corazón.

Raquel era un demente y no le importo acabar con su propia sangre. Ahora hoy el día debe de estarse revolcado en el infierno porque nunca le daré la satisfacción de verme vencida.

Fin.


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