Bed time

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Routine

Capítulo 1: Bed time

Rukia se removió inquieta entre las sábanas. Un nuevo sueño había alertado a su propio subconsciente y se removía entre ellas en busca de sanar unas heridas que no existían en su piel.

Abrió los ojos de manera abrupta, debía acostumbrarse a la oscuridad que abrazaba las paredes de su nueva habitación. Dudosa, por no familiarizarse con dicha palabra decidió incorporarse para alzar sus brazos al cielo con la intención de aliviar la tensión de su cuerpo.

«Maldita sea, sigo sin adaptarme a él»

La rigidez de su gigai le impidió estirarse como lo solía hacer normalmente. No comprendía por qué la embriagaba una sensación similar a una aguja perforando su piel con lentitud. Molesta chasqueó la lengua al comprender que su inerte cuerpo no respondería hasta que viese el momento adecuado.

El hormigueo que sentía en las piernas la alertaba de lo difícil que sería actuar como si no le ocurriese nada. Sin embargo, en ese momento lo único que le importaba era respirar. Con lentitud abrió la puerta corredera del armario, asomó la cabeza y dio un pequeño salto tambaleante.

Sus orbes violáceos se pasearon por su atuendo. No tenía nada que ver con el hakama que solían llevar los shinigamis. Era de dos piezas, de líneas anaranjadas y cuadros en tono mostaza. Tiró un poco de la cinturilla mal puesta de su pantalón, tras ello la adaptó a sus diminutas curvas.

Era curioso que se encontrara en una situación parecida a la primera vez que entró en aquella habitación.

Estaba de pie, con la ventana que daba al exterior a escasos metros, la cama bajo ella y el escritorio a su derecha. Esa vez no se permitió deleitarse con los detalles, pero sus gestos más humanos ahora se centraban en cualquier idiotez que, como shinigami habría pasado por alto.

Sus ojos se acostumbraban a la penumbra donde se dibujaban sombras en la oscuridad que se asemejaban al mobiliario. La planta de sus pies notaba el frío invernal de la madrugada cuando ella solía ser una con el propio hielo. Incómoda se masajeó un poco los hombros, la fragancia que le hizo cosquillas en la nariz le erizó la piel. Quizá podía ser una mujer fuerte, que con un entrenamiento más exhaustivo podría conseguir grandes metas que actualmente se le escapaban de las manos. Pero no estaba acostumbrada a lidiar con una convivencia tan cercana a un hombre.

El Rukongai le enseñó que no importaba el sexo cuando querías sobrevivir. Aquella época estaba repleta de instantes que había compartido con los chicos y Renji. Donde hacían turnos para bañarse o compartían una raída manta para enfrentar el duro invierno. Sin embargo, notaba que esta vez no era la misma forma de enfrentar la situación. Era cierto que había perdido sus poderes: no podía hacer un mísero kido, ni volver a la Sociedad de almas. Sin embargo, le preocupaba mucho más su curiosidad acerca de todo lo que le rodeaba.

La shinigami dio un par de pasos, notaba como la mezcla de perfume de Ichigo se mezclaba junto con su olor masculino y pululaba por cada rincón de la habitación. Por más que intentara centrarse en los platos apilados sobre el escritorio, o en los ruegos de Kon volvía a aquella esencia que la hacía fruncir el ceño.

No sabía por qué se inquietaba.

Estaba compartiendo cuatro paredes con un adolescente que tenía sus poderes.

Debía ser sencillo. Práctico. Le enseñaría todo lo necesario para que cada día se volviera mucho más fuerte. Entonces, ¿por qué sus ojos se centraban en aquella figura oculta tras las sábanas?

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