New Age Time

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Routine

Capítulo 4: New Age Time

—¿Dónde me llevas?

El vaho escapaba de los labios de la shinigami como si se tratara de un efímero suspiro. La tarde estaba siendo mucho más gélida de lo que habían advertido en televisión. Por más que el frío no fuera su enemigo notaba la yema de los dedos amoratadas y la punta de la nariz enrojecida.

Sus pisadas repiqueteaban un tanto inquietas sobre el pavimento, por más que miraba a su alrededor no veía nada que le resultara familiar. Frunció el ceño, incómoda. Habría preferido probar las mandarinas que Isshin había traído de la tienda hacía escasas horas. Su piel anaranjada les recordaba a los mechones despuntados del sustituto: estridentes y únicos.

—Ten un poco de paciencia ya casi estamos llegando.

Rukia torció los labios con cierta molestia. No era amante de las sorpresas, siempre tensaban su cuerpo porque no sabía si traerían consigo una buena noticia.

Le dio la impresión de que Ichigo notó su incomodidad. Un suspiro derrotado escapó de sus finos labios y se hizo uno con las nubes casi ennegrecidas del cielo. Sin decirle nada, rozó sus dedos con los de la shinigami. No era algo que solieran hacer a menudo. Los rumores en clase siempre habían estado a la orden del día, pero últimamente eran tan insistentes como el estridente sonido de una campana.

Y él tenía la culpa por no saber controlarse.

En una última ocasión, mientras se preparaban para la clase de gimnasia, la profesora había pedido a la morena que se encargara de ir al almacén a por un balón de vóley y otro de fútbol. Ella no se negó porque veía una pérdida de tiempo dar vueltas a una pista hasta que le permitieran parar; ya había pasado duros entrenamientos al lado de Kaien-dono.

No iba a vivir de nuevo la misma época.

Cuando se dispuso a seguir unas órdenes que no le agradaban lo más mínimo, Ichigo la siguió. No dudó en cerrar la puerta del almacén para discutir acerca de los secretos que volvían a alzarse entre ellos. Estaba seguro de que el breve sonido de su teléfono no tenía nada que ver con los hollow, pero Rukia jamás hablaría de su vida fuera de Karakura sin ningún motivo.

Discutieron.

Por supuesto que lo hicieron. La impulsividad del sustituto hablaba de que necesitaba respuestas hacia un silencio que no soportaba. Llevaba toda la vida perdiendo a personas que realmente le importaban: si Rukia fuera la siguiente no sabría cómo avanzar.

Cansado de sus palabras afiladas no dudó en acorralarla contra la pared, daba igual si su corazón latía tan desbocado, que estaba dispuesto a escapar por su garganta.

La necesitaba mucho más de lo que le gustaría admitir. Porque no tenía que ser otra persona cuando la tenía al lado.

Por ello, no dudó en inclinarse sobre su blanquecino rostro, susurró palabras inteligibles para los oídos de la shinigami y, cuando sus labios estaban dispuestos a tocarse en busca de aquella liberación que sentían en los brazos del otro, Keigo apareció para ser el causante de todos los rumores que vendrían después.

—¿Queda mucho?

—Rukia... —la amonestó con su mirada avellana, aprovechó la ocasión para entrelazar sus dedos con los de ella y tiró un poco de su cuerpo.

—Eres un idiota.

—Y a ti te encanta protestar.

—Solo si consigo que frunzas el ceño, Kurosaki —susurró con una voz tan melosa que Ichigo no dudó en chasquear la lengua con molestia.

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