( RAZÓN 3: por tus mentiras )

4 0 0
                                    

Para mí, no hay peor cosa que la mentira.

Quiero decir, está bien querer salir de un aprieto lo más rápido y estratégicamente posible, es por eso que los seres humanos eligen el camino fácil antes de abstenerse a sufrir las consecuencias que trae decir la verdad.

Lo que uno tiene en cuenta cuando miente, es decir las palabras correctas para que el otro caiga y se convenza de esa realidad es la única realidad que hay, y de repente esa persona se vuelve la venda en los ojos del contrario. Él decide si quiere decirle las cosas tal y como son, durante tan solo un pequeño período de tiempo.

Se dice que la mentira tiene patas cortas.

Cuando se descubre que las palabras dichas eran una farsa, comienza una segunda fase en la vida del mentiroso; la culpa. Las miradas de decepción parecen agarrarse de su piel y quemar cada partícula existente, con tal de causar el mayor dolor posible.

El nudo que aparece en el estómago le hace preguntarse si realmente valió la pena hacer lo que hizo, convirtiéndose en un círculo vicioso cuando la culpa se hace un sentimiento rutinario, el cual parece estar divertido incendiando todo a su alrededor.

La tercera, y última, fase comienza cuando la persona que engañó siente miedo. ¿Pero miedo de qué?

Puede ser miedo a perder, en muchos casos es el miedo de perder a alguien a causa de la mentira. Miedo a que esa persona no vuelva a nosotros tras un pedido de perdón, o tras un pedido silencioso de que no se vayan. Porque muchas veces pensamos eso; pedir disculpas hace que la gente olvide todo lo hecho y no hecho, para volver a ser como antes. No muchas veces sucede.

También puede ser miedo a ser un perdedor, desde la mente de un narcisista. Perder en el juego de la manipulación no es divertido, no podés volver a jugar. Si perdiste, no hay vuelta atrás. Los demás no importan, lo que importa es que fallaste en tu don.

Aquello que se convirtió en algo que fácilmente se podía hacer, se arruinó al elegir las palabras incorrectas. Un mínimo error y todo se irá con el viento. Un mínimo error y la condena será perpetua.

Yo no sabía cuál de los dos miedos te perseguía a vos, pero sí sabía el que me perseguía a mí en esos momentos; el miedo a ser descubierta.

Hacía unos diez minutos que había sonado el timbre para dar finalizado el recreo, ya no se escuchaba nada más que las lejanas voces de los alumnos gritando incoherencias en sus aulas, y yo estaba escondida detrás de unos estantes de libros en la biblioteca. ¿La razón? Del otro lado se encontraban discutiendo vos y Luciano.

— ¿Qué te haces la enojada, Sam? —había preguntado Luciano agarrándote del brazo, con su ceño arrugado y sus fosas nasales más grandes de lo normal.

— No me hago la enojada, lo estoy —le respondiste, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos, provocando que aquel ojo morado se hiciera visible.

— Sí, claro, ¿y entonces por qué me ignoraste cuando estábamos con los chicos y te fuiste a sentar al lado del gato de Benjamín?

— ¿Sabes qué? Me cansé —moviste el brazo bruscamente para que te suelte, y afortunadamente así fue—. Me enojé con vos porque, cuando estábamos sentados en el aula, le dijiste a todos tus amigos que a Alma le abrirías las piernas tan fácil como me lo hiciste a mí también.

— ¿Y?

— ¿Cómo que “¿y?”, Luciano? ¿Acaso no te importa dejarme como tremenda boluda al frente de todos?

— Sam, deja de exagerar un poquito, por favor. Ya sabes cómo son los chicos, y que así son nuestras bromas entre nosotros, si no querés escucharlas o te parecen vulgares, es tu problema. Pero también tené en cuenta de que, si no te sentas conmigo y mis amigos, te voy a esperar con ansias el sábado que viene en mi casa para… divertirnos un rato viendo películas.

𝙍𝙖𝙯𝙤𝙣𝙚𝙨 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙤𝙙𝙞𝙖𝙧𝙩𝙚 - 𝗠𝗮𝗶𝗮 𝗚𝘂𝘇𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora