( RAZÓN 2: por sentirte aunque no estés )

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Presente


Ayer juré haber escuchado tu voz llamando mi nombre.

Sonó tan cerca… Tan natural. Tanto que en ese momento me había quedado estática, como si hubiera vuelto a ser una niña jugando a ser una estatua, sin permitirme hacer ni un solo movimiento. Tu risa se escuchó en todo el living de mi casa, pero sonó aún más fuerte a mi lado.

Me encontraba sentada como indio en el sillón, con una sábana cubriendo mis piernas, mirando en la tele mi nueva serie favorita de Netflix; Gilmore Girls. El ambiente había pasado de ser sereno y cálido, a tenso y frío, al igual que mi cuerpo.

Me costó agarrar el control y ponerle pausa al capítulo de la serie, pero lo hice. Tu voz pidiendo entre risas que no te grabe se hizo más clara, provocando escalofríos en mí.

Giré la cabeza hacia un lado y vi a mi sobrino de tres años, demasiado entretenido viendo un video tuyo que grabé en tercer año de secundaria. Demasiado pequeñas para soportar el dolor. Demasiado tontas como para entender lo que se nos aproximaba.

Le quité el celular a mi sobrino con brusquedad, ignorando su llanto al sacarle algo que lo estaba divirtiendo, y a mi hermana reprochándome por arruinar la tranquilidad en la casa.

Pero es que yo no lo había arruinado, no fue mi intención.

Como pude, me levanté del sillón y comencé a caminar, yendo hacia mi habitación. Estoy segura de que mi cara reflectó todo lo que estaba sintiendo; confusión, nostalgia y dolor.

Confusión; porque no podía comprender el cómo seguía teniendo un vídeo de nosotras dos en mi teléfono, si yo sabía que si lo llegaba a encontrar, me pasaría esto de nuevo. Que volvería a recordarte y a sentirte a mi lado aunque ya no lo estés. Que te recordaría aún en mis 24 años, y que la horrible sensación que tu ausencia causa volvería a aferrarse a mí, como si su vida dependiera de eso. Que los rasguños que yo misma me hago no son para nada divertidos, sino que arden.

El hecho de habernos visto cuando éramos felices me ardió en la piel. En los ojos, en los oídos, en la garganta.

En todas partes.

Nostalgia; porque por un segundo, pareció que las lágrimas esperaban su turno para salir al exterior, lo cual hicieron, una tras la otra se fueron deslizando por mis cachetes, como si estos fueran un tobogán.

En mi memoria se seguía reproduciendo aquel día en que me habías preguntado por qué siempre que tenía la oportunidad comenzaba a grabar todo. «Para que quede de recuerdo» esa fue mi respuesta. «¿Para qué más va a ser?» te pregunté riendo.

Y vaya que me quedó.

Lo cierto es que te quería guardar. En mis recuerdos, en mi teléfono, o hasta en un cuadro. En cualquier lugar con tal de que en algún futuro te viera y me aseguraría de que nada había sido producto de mi imaginación.

Me aseguraría de que habías sido real, a pesar de que no había nada más real que nosotras y nuestros momentos juntas. Me aseguraría de no olvidarnos, de no perdernos y de seguir teniéndote.

Dolor; porque cuando yo me estaba ahogando en un silencio, vos no me dejabas entrar. Y cuando quise salvarte de caer por un precipicio, fue tu mano la que terminó por soltarse. Porque permanecí callada para no perderte.

Porque la música que antes me hacía reír por lo sentimental que era, ahora lloro con ella, compartiendo un sentimiento en común; las dos le cantábamos una canción a una persona en especial, que pensábamos que era nuestra salvación, pero terminó siendo la destrucción de la delgada línea entre querer seguir y querer rendirse.

𝙍𝙖𝙯𝙤𝙣𝙚𝙨 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙤𝙙𝙞𝙖𝙧𝙩𝙚 - 𝗠𝗮𝗶𝗮 𝗚𝘂𝘇𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora