Capítulo 1

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Los ancianos aún recordaban con nostalgia aquel tiempo en el que los elementos gobernaban la tierra en armonía. Agua, viento, tierra y fuego trabajaban para que la tierra de Araaulen creciese y se convirtiese en el próspero reino que los profetas habían vaticinado.

Sin embargo, Fuego, celoso de la popularidad de sus hermanos, a los que los humanos consideraban fuente de vida, asesinó a sus hermanos, creando una tierra árida en la que sobrevivir es un reto.

En la aldea de Baltra, la leyenda de la hija del agua, que tendrá el poder para derrotar al fuego, ha ido pasando de generación en generación, no hay un solo habitante que no conozca el nombre de Khione.

—Niños, escuchad atentamente —comenzaba a narrar la anciana -más allá de las montañas existe un pueblo con ríos rebosantes de agua fresca y jugosos frutos que cuelgan de los árboles.

Los pequeños escuchaban atentamente a la mujer que con su pelo canoso y vestidura extravagante, se movía de un lado a otro señalando las imágenes que estaban pintadas en la pared de la casa.

Arlo, un joven de veinte años y nieto de la narradora, había escuchado esa historia desde que sus padres habían fallecido en un ataque de los soldados del Fuego y se había mudado con su abuela. Ahora se encargaba de iluminar la estancia con velas y repartir comida entre los oyentes.

—Todo esto lo tienen porque allí habita Khione, una niña de cabellos plateados, con el poder de tornar fértil incluso las tierras más inhabitables -continuó contando la anciana.

—¿Podría curar nuestra tierra? —preguntó uno de los niños.

—Sí, podría curar a todo el reino.

—¿Y por qué no la buscamos? —sugirió otro pequeño, sentado en el regazo de su madre.

—Es muy peligroso, y su el Fuego se enterase podría acabar con ella, y así no tendríamos ninguna esperanza. Debemos enviar a alguien cuando ella esté lista.

—Han pasado cincuenta años, ¿cuándo estará lista? —gritó un hombre de entre el público.

—No lo podemos saber, tenemos que esperar a que el libro de los elementales elija a alguien para que la busque —la anciana mantuvo un tono calmado a pesar de que parte de la multitud, como otras veces, se mostraba agresiva -en las manos equivocadas puede ser muy peligroso.

Una vez se fueron todos, Arlo recogió la basura que habían dejado y apagó las velas que iluminaban la escena.

Tenía curiosidad sobre el libro de los elementales, su abuela le había contado muchas veces la historia del libro en blanco, pero no habían satisfecho la curiosidad de Arlo que abrió el cuaderno, cuyas hojas amarillentas estaban en blanco, pasó algunas hojas e inesperadamente las palabras escritas en tinta negra aparecieron en las páginas, como si alguien las estuviese escribiendo en ese momento.

—¡Abuela! —llamó asustado —¡Corre! ¡Ven!

—¿Qué pasa Arlo? Se me va a pasar el arroz -la anciana quedó sin palabras al ver el libro —¿qué has hecho? ¡Ahora vendrá a por el!

El sonido de los gritos se coló por las grietas de las paredes, los soldados liderados por Fuego estaban destrozando la pequeña aldea, prendiendo todo y reduciéndolo a cenizas.

—Vengan por aquí, la anciana de esa casa posee el diario que buscan —se escuchó decir a un hombre, Arlo reconoció la voz, era el mismo que había cuestionado las palabras de la anciana un rato antes.

—Arlo, coge el cuaderno y huye.

—No te dejaré aquí.

—Te ha elegido a ti, encuéntrala, sálvanos. Él te dirá a dónde ir.

El soldado destruyó la puerta, dejando pasar al Fuego, no había duda de que era él, su ropa prendida en parte en llamas y su larga trenza pelirroja le hacían destacar, dándole un aire de realeza.

El chico escondió el libro entre sus ropas, se escondió tras una pared y se acercó a una ventana mientras escuchaba cómo interrogaban a su abuela, un grito desgarrador le sobresaltó, lo último que vio antes de salir corriendo fue el cuerpo de su abuela y la casa donde había crecido prendidos en llamas.

Arlo consiguió llegar hasta el Bosque de la Muerte, conocido porque todo aquel que entraba no lograba salir, ya fuese porque acababan devorados por las criaturas que habitaban en él o morían de inanición o por deshidratación, se ocultó entre unos troncos caídos, dando esquinazo a los guardias.

Cuando se aseguró de que sus perseguidores se habían ido sacó el libro, leyó las instrucciones mientras las lágrimas caían por sus mejillas, recordando a su abuela y todo lo que conocía y acababa de dejar atrás.

Para las montañas encontrar primero el desierto deberás cruzar,
pero ojo por donde pisas la tierra está hambrienta y te tragará.

No tardó mucho en adivinar cuál era el desierto al que se refería, el páramo de Ashram le pareció la opción más obvia. Pero primero debía encontrar la forma de salir del bosque.

Caminó durante horas, todo era igual, árboles secos hasta donde alcanzaba la vista, trataba de mirar más allá de los troncos que se alzaban sobre él, pero no vio nada.

Se sentía observado, conocía las peligrosas criaturas que habitaban allí, se había internado en su territorio y en cualquier momento podrían atacarle, miraba a su alrededor, asustado, no vio ninguna bestia, pero había una chica entre los árboles, mirándole fijamente.

El pelo gris como la ceniza le tapaba la cara, sus pies estaban llenos de tierra y mugre, al igual que su ropa, que una vez fue de color blanco. En un pestañeo había desaparecido, para manifestarse al lado del chico.

La joven abrió la boca, de ella salían unos enormes colmillos que amenazaban con desgarrar su piel, trató de defenderse interponiendo sus brazos entre la chica y su garganta, trató incluso golpearla con piedras y palos que tenia a mano, pero ella era mucho más fuerte y con sus uñas y dientes se clavaban en su piel, haciendo que la sangre saliese a borbotones.

Iba a morir allí, no podía creer que su viaje fuese a acabar tampoco, pero allí estaba, todo se volvió rojo cuando la sangre cayó en sus ojos. De repente notó como el cuerpo de su atacante caía sobre él, inerte, sin fuerzas para moverse.

Arlo quedó allí tendido, mirando al cielo, mientras veía como las sombras se movían a su alrededor, alguien le cogió en brazos sin demasiada delicadeza y le puso sobre un animal, era muy peludo y con tacto áspero, su pelo se clavó en las heridas del chico que emitió una débil queja.

Una vez su salvador subió sobre la criatura atravesaron el bosque, aguantó todo lo que pudo, pero no pudo evitar perder el conocimiento, lo último que Arlo llegó a ver fue lo que le pareció una aldea.

KhioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora