Capítulo 3

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Abrió los ojos lentamente, estaba en una habitación que por un segundo pensó que era la de su propia cabaña, que todo había sido una horrible pesadilla y que en cualquier momento su abuela entraría para abrazarle y ofrecerle consuelo. Sin embargo, todos los recuerdos de la destrucción y el miedo volvieron a su mente, haciéndole comprender que nunca regresaría a su hogar, y que no iba a recuperar su vida, que aunque era monótona, donde era feliz, preparando el escenario de su abuela y repartiendo aperitivos mientras escuchaba historias con sus vecinos.

Observó la estancia en la que se encontraba, era muy distinta a las cabañas de madera que tenían en su poblado, las paredes construidas con robusta piedra y del techo colgaba una lámpara de metal, que simulaba la forma de una araña.

Se acercó a un ventanuco que estaba junto a su cama, la única fuente de luz natural de la habitación, las casas que se veían eran todas iguales, grises y uniformes, también pudo apreciar a algunos de los habitantes de aquel extraño poblado, hombres y mujeres robustos y corpulentos, ataviados con pieles de pies a cabeza.

Con algo de dolor intentó ponerse de pie, tenía el pecho vendado con unas telas blancas con alguna mancha de sangre, no sabía como había conseguido sobrevivir, pero ahora lo único que importaba era salir de allí, encontrar el libro y seguir sus instrucciones para hallar a Khione. Pero eso no iba a ser posible, ya que dos mujeres entraron en la habitación.

—Buenos días, ¿qué tal te encuentras? —saludó la más mayor, debía tener unos cuarenta años.

—¿Dónde estoy? —preguntó Arlo, asustado.

La joven le contemplaba con desprecio, frunció sus pobladas cejas castañas mientras se acercaba al chico, le agarró por la pechera y le observó, su mirada era fuerte e hizo que el cuerpo de Arlo comenzase a temblar.

—¡Muestra algo de respeto! —le espetó —te hemos salvado la vida, lo mínimo es mostrar un poco de agradecimiento.

—Akni, relájate —ordenó la mujer, a regañadientes y acompañado de un bufido, la joven obedeció, situándose en su posición inicial —disculpa a mi hija, entiendo que estés algo confuso, pero no debes temernos.

—¿Dónde estoy?

—Estás en Ronara, la única tribu que ha conseguido sobrevivir en el Bosque de la Muerte. Me presento, soy Esttola, la líder, y esta es mi hija y heredera, Akini.

Arlo se relajó un poco, las palabras y el tono amable que usaba la mujer eran como un fuerte abrazo en una noche de tormenta, pero algo que le intrigaba y que no le permitía calmarse completamente.

—¿Cómo habéis conseguido sobrevivir?

—Te lo contaré todo en cuanto te vea un médico, ¿vale? —dijo la mujer —Akni, quédate a hacerle compañía.

La joven agarró una silla y con cara de pocos amigos se sentó en ella, estaba lo suficientemente lejos como para no incomodar a Arlo, pero que le permitiese alcanzarle con rapidez si trataba de escapar.

El médico llamó a la puerta antes de pasar, era un hombre menudo y de nariz aguileña, en su larga y trenzada barba se podían apreciar las primeras canas que empezaban a clarear. Se sentó en la cama junto a Arlo, con una sonrisa siniestra en los labios.

—¿Te sigue doliendo? —su voz era como el chirrido de un tenedor en un plato.

—Un poco.

—Perfecto.

El hombre comenzó a desvendar el torso de Arlo, las heridas estaban prácticamente curadas, pero lo que más alteró al chico no fue su milagrosa sanación, sino el tatuaje que había grabado en su piel. El doctor lo tocó, haciendo que comenzase a brillar y, de un momento a otro, las heridas empezaron a desaparecer.

—Wow —exclamó, fascinado —¿qué son?

—Las llamamos riimu, son símbolos que los antiguos elementales entregaron a nuestro pueblo para otorgarnos distintas habilidades.

—Molan, ¿eh? —intervino Akni con una pequeña sonrisa.

Cuando el extraño doctor se marchó volvió a entrar Esttola, su semblante era más serio que antes, se había quitado las pieles que cubrían sus hombros, dejando al descubierto sus musculosos brazos con multitud de riimus tatuadas.

—Chico, ¿qué hacías en el bosque?

—Escapaba.

—¿Por qué? —la mirada de la mujer se volvió sombría —Y lo más importante, ¿de quién huías?

—Los soldados de Fuego, tengo una misión y querían frenarme —respondió Arlo, serio.

—Prepárate —dijo esta vez mirando a su hija —han dado la alerta, unos monstruos que vienen hacia aquí y vamos a tener que luchar.

—¿Por él? —replicó —Mejor se lo entregamos y nos quitamos un problema.

—¡Obedéceme!

Akni obedeció, aunque se fue mascullando maldiciones entre dientes. De las capas de su vestido, Esttola sacó el libro que Arlo comenzaba a dar por perdido.

—La estás buscando, ¿verdad?

—Sí.

—Mi pueblo y yo te apoyaremos, pero debes luchar a nuestro lado.

Se levantó y con la ayuda de una varita con un cristal en la punta comenzó a grabar distintas riimus en la piel de Arlo, que gritaba cuando entraba en contacto con el objeto. Al terminar, Arlo se sentía fuerte y poderoso como nunca lo había hecho, listo para afrontar cualquier batalla y vencer a todo enemigo que se le cruzase.

Un hombre de hombros anchos y admirable musculatura entró en la habitación, su respiración estaba alterada, y gotas de sudor recorrían su frente.

—Ya están aquí, anunció.

Esttola asintió levantándose para alcanzar una bolsa en la que introdujo el libro y se la entregó a Arlo. Ambos salieron de la casa, la gente corría con intención de armarse e ir a las afueras del poblado para proteger su hogar.

El chico estaba asustado, pero siguió las instrucciones que le dieron y se unió a los demás. Habían encargado la seguridad de Arlo a Akni, cosa que no le hacía demasiada gracia, pero obedeció y le enseñó cómo activar sus riimus.

A lo lejos vieron acercarse un pequeño batallón, los soldados ensangrentados corrían tras unas criaturas negras de forma humanoide, que corrían a cuatro patas como animales, profirieron un sonido inhumano.

Los habitantes de Ronara corrieron hacia las criaturas, estaban confiados, pues les superaban por mucho en número, pero esa seguridad desapareció cuando uno de los seres se levantó sobre sus piernas y calcinó a una gran cantidad de guerreros.

Retrocedieron lentamente, pero sus enemigos fueron más rápidos, los soldados con manchas oscuras de sangre seca corrieron hacia ellos, esquivando sus ataques, pero los que consiguieron acertar fueron inútiles, ellos seguían en pie aunque una espada les atravesara el corazón.

—Iros de aquí, huid. Vosotros acompañadles también —ordenó Esttola.

Aunque a regañadientes porque querían luchar por su tierra, Akni y otros dos jóvenes huyeron junto a Arlo, dejando atrás a sus familias que batallaban y morían por Ronara.

Era la segunda vez que Arlo huía de una aldea destruida por Fuego y sus secuaces, pero no se le hacía más fácil. Su corazón latía como un caballo desbocado, le dolían las piernas de correr, así que se detuvo diez segundos para activar un riimu y obtener resistencia.

Ese fue el tiempo exacto que necesitó una de las criaturas para abalanzarse sobre él.

KhioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora