Capítulo 5

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Avanzaron hasta que las nubes cubrieron sus cabezas, ante ellos se levantaba la montaña más alta que ninguno de ellos había visto.

—Tenemos que subir —dijo Arlo.

Ninguno de sus compañeros contradijeron su idea, la oscuridad les hacía ser un objetivo fácil para cualquier depredador o enemigo que quisiera sorprenderlos. Buscaron la forma más sencilla de subir, pero escalar no era una opción para el inexperto grupo.

Entre las rocas, Arlo, pudo ver una tenue luz azul que transitaba las cavernas que recorrían el interior del monte. No podían reconocer qué emitía el resplandor, pero intentaron atraparlo, sin éxito.

Perdieron de vista el fulgor, pero entre las rocas se internaban unos rayos de sol que dejaban a la vista un pueblo. Era lo más hermoso que ninguno de los chicos había visto, el suelo y las paredes estaban cubiertos de plantas y flores, y entre las casas de piedra corría un pequeño riachuelo.

—No lo puedo creer, hemos llegado —anunció Akni, asombrada.

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Fuego estaba furioso, no podía creer que un niñato se le hubiese escapado. Hizo llamar al brujo a la sala del trono.

—Se te han escapado, ¿eh? —se burló Esttola.

Él se acercó a su prisionera, mirándola con furia usó sus poderes para calentar el suelo bajo los pies de la mujer, que gritó de dolor. El anciano se quedó observando la escena desde la puerta, tenía miedo de acabar como ella, una reina que lo había perdido todo.

El elemental sintió la temerosa mirada del anciano y con un gesto le hizo pasar, invitándole a tomar asiento en una silla que había mandado traer.

—Supongo que te habrás enterado del desafortunado infortunio.

—Sí, pero puedo solucionarlo.

De su capa sacó varios tubos de cristal, rellenos de líquidos de colores y una bola de cristal. Vertió el líquido sobre el vidrio y en su interior comenzaron a aparecer imágenes.

Dentro de la esfera se podía reconocer a Arlo y sus compañeros, dirigiéndose hacia el pequeño poblado que se escondía en el interior de las montañas. No había nadie, las calles estaban vacías y la aldea sumida en un silencio sepulcral, el grupo temía no haber llegado a su destino.

Arlo abrió de nuevo el libro, buscando nuevas instrucciones, pero en su lugar encontró la siguiente frase:

Enhorabuena, audaz viajero. Has encontrado a Khione.

—Es aquí —sentenció.

Los chicos se miraron entre ellos y decidieron separarse para encontrarla lo antes posible. Mientras tanto, Fuego se regocijaba en su palacio, los chicos la habían encontrado y ahora él sabía dónde estaban.

Mandó ensillar a su mejor caballo y se dispuso a partir en busca de la única que podía amenazar su reinado. Con algo de ayuda de la magia de la que disponía el anciano llegaron en apenas un par de horas.

—Buscadlos y traédmelos, no me importa si vivos o muertos. Salvo a la pequeña, con esa quiero acabar yo —ordenó antes de entrar en la gruta.

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Arlo caminaba mirando a todos lados, asustado, parecía que estaba en un pueblo fantasma. Un pequeño chillido salió de su boca cuando el resplandor azul que los había guiado hasta allí apareció de improviso. La pequeña luz le llevó hasta la puerta de una chabola.

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