2. La que nada arriesga nada gana

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Un fuerte ruido se hizo en el barco.

Los guardias despejaron las puertas.

Era momento de correr.

Unos se empujaban a otros. Puños salían por doquier y algún que otro quejido salía de la boca de algunos.

María y Diego fueron los primeros en escapar. De hecho, eran una pareja. Solo que... bueno, ellos fueron estafados.

A ellos les dijeron que habrían dos ganadores. La verdad es que les hacía falta dinero, pero no talento, por lo que estaban muy convencidos que ambos terminarían ganando.

Hasta hace unos minutos, cuándo se enteraron que solo habría un ganador.

Ellos jamas se matarían. Su amor fue algo que nació desde el primer momento. Cuando a Diego lo mandaron a matar a María, y sus miradas se cruzaron, una chispa brotó en cada uno. Mantuvieron su amor en secreto, pues trabajaban para los principales carteles de Mexico, amar al enemigo era muy peligroso.

Sobrevivieron un tiempo, cada uno aun trabajaba aún en su cartel, estaban a salvo. Claro, hasta que los descubrieron. Ahí escaparon de país en país, los perseguían para matarlos, habían traicionado a sus propios jefes, no podían permitir que huyeran felices por la vida.

Y estaban seguros que en algún momento los atraparían. Hasta que les propusieron venir al crucero, era la escapada perfecta.

Y lo fue, hasta que supieron que solo uno de ellos podría salir con vida.

Aunque la verdad preferían evitar el tema hasta último momento. El hecho de que ambos sabían que en algún momento se quedarían solos, sin su pareja en ese barco, les aterraba. Aun así, no lo hablarían hasta que no hubiera otra salida más que el silencio.

Los asesinos que se quedaron en el centro del salón estaban bastante mas atrás comparado con los demás. Como Micah, el más corpulento entre todos —y el más desagradable—. Él era, bueno, cómo decirlo de una forma más suave... un violador.

En definitiva, la persona más repugnante de todo el barco. Su modus operandi constaba de cuatro pasos: raptar a una mujer, abusar de ella, matarla, esconder el cuerpo.

Si algún tripulante se enteraba de quién era, definitivamente querría matarlo. Los demás eran asesinos, sí, pero tenían principios. O algo así.

En todo caso, todos habían observado a sus contrincantes, y al menos la mitad coincidía en que Micah era alguien con quien no querrían encontrarse cuerpo a cuerpo. Estaba claro que era de los más fuertes, sino es que el mas. Un enfrentamiento contra él era en definitiva una derrota. A menos que estuviera a diez metros de distancia y tú tuvieras un arma de largo alcance.

Ninguno sabía la disposición del crucero, por lo que el donde estaba la sala de armas era un verdadero misterio.

Lo bueno, es que al menos tenían media hora de margen para que nadie los matara en ese plazo.

Lo malo, es que el reloj sonaba, por lo que esconderse no era una muy buena idea. Cualquiera que estuviera armado y cerca, podría matarlos instantáneamente.

Aún así, la verdad es que unos eran más inteligentes que otros, analizaron y pensaron; en el salón donde estaban solo había una entrada y salida, además de no tener ventanas, lo que significaba que estaban en alguna esquina del barco y no en el centro, y, además, estaban en los pisos de más abajo. Eso definitivamente era un  indicio.

El flacucho, Martin, corrió en dirección opuesta a la mayoría; estaba claro que él se escondería, o al menos querría estar lejos de todos antes de que comenzara el horario para matar. Nadie se imaginaba cuál podría ser su especialidad, su físico no calzaba con el de un asesino peligroso. Para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, en definitiva era el enemigo mas fácil de matar. O al menos era lo que todos pensaban. ninguno había visto a alguno de sus contrincantes en acción, por lo que hasta ahora todas las opiniones se basaban prácticamente en estereotipos.

Incluidos entre ellos Anna. Ella ya había observado a Martin, sabía perfectamente qué podría matarlo fácilmente. Sus brazos de fideo y cara inocente presentaban a un contrincante débil. Fácil de matar.

Anna imaginaba un mapa mental del crucero. Tenía claro que la embarcación era más que grande, y que no sería fácil encontrar el salón, pero pensó y llegó, a la verdad, una buena conclusión. Pero no necesariamente correcta.

Un salón de juegos debería estar a una fácil disposición para un tripulante común, por lo que debía estar en los pisos de más arriba, pero tampoco tanto. Debería estar en el centro del crucero, y a media altura.

Busco las escaleras más cercanas mientras se interponía en el camino de los demás. Empujó a unos cuantos, y otros más la empujaron a ella. Siguió corriendo. Puertas y mas puertas aparecían en cada pasillo por el que cruzaba. Revisó cada una de ellas, pero ninguna era la que buscaba, ni tampoco le ofrecían algo útil. Salones vacíos o habitaciones con solo una cama, nada que le sirviera.

Hasta que al fin encontró algo. Una escalera en forma de caracol cruzó su campo visual. Por fin podría subir.

Miro para todos lados, y ya nadie estaba cerca de ella, sorprendentemente.

Subió rápidamente la escalera —que por cierto estaba hecha de vidrio, pero uno muy grueso como para romperlo solo con la mano o el pie— y siguió corriendo.

Miró su reloj. Solo faltaban 15 minutos para que se permitiera matar y ella todavía no tenía ningún arma como para defenderse o atacar. Su corazón agitado por el alto esfuerzo de haber corrido sin parar no ayudaba. Sus piernas flaqueaban, apenas las sentía. Su respiración agitada y dolor punzante cerca de las costillas la abrumaban. Pero no podía rendirse ahora. No cuando su vida corría peligro. No cuando millones de dólares estaban al alcance de su mano.

O de unos cuantos asesinatos.

Siguió corriendo. Abría puerta tras puerta. Subía más escaleras. Atravesaba más pasillos.

Nada.

Menos de 10 minutos quedaban.

Y mientras seguía buscando el salón de juegos con armas, su mente seguía buscando alguna otra salida.

Y no encontraba la solución para ninguna de las dos.

No se le ocurría nada más que hacer. El tiempo se acababa junto a sus oportunidades.

Hasta que escucho un fuerte disparo muy cerca de ella.

Y no se le ocurrió nada mejor que ir a investigar.

¿Que si corría peligro yendo directamente hacia el lugar donde ocurrió el disparo? Esta claro que no hay dudas, obviamente sí. Pero estaba desarmada y quedaban menos de diez minutos.

Después de todo, la que nada arriesga nada gana.

Anna: El diablo tiene nombre de mujer || ONC2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora