4. El juego comienza

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Martin había corrido hacia el lado contrario, sí, pero pronto había vuelto. No quería quedarse allí pues era obvio que alguien sospecharía. Por eso luego de haber esperado unos diez minutos, volvió al salón. Investigó  cada pequeña ranura. Debajo de las camas. Todo.

Hasta que se le ocurrió ir buscando por las paredes.

Y tocando la pared que se encontraba a la izquierda de la salida, descubrió que había un doble fondo, pues esa parte no estaba construida de un material firme, si no más bien parecía estar hecha a un material parecido al cartón, pero algo más duro.

Armó un un puño con su mano y tomó impulso. Retrocedió el puño y recolectó toda su fuerza. Finalmente embistió con su mano aquel material, y, efectivamente, detrás habían un montón de armas.

Terminó por sacar todos los pedazos de aquel material y descubrió que aquello que tapaba todas las armas era más grande de lo que pensaba. Casi tres metros.

Delante de sus ojos se presentaban todo tipo de armamentos. Metralletas. Rifles. Cuchillos de todos los tamaños. Escopetas. Francotiradores. Pedazos de vidrio. Herramientas. Dagas. Espadas.

En todo caso, las armas tales como pistolas y parecidos escaseaban. Lo que mas había era cuchillos y derivados de este.

Cada cosa que en este momento tenía frente a él, formaba parte del juego del anciano.

Se guardó dos cuchillos con su respectiva funda en sus bolsillos izquierdo y derecho del pantalón. Y una pequeña pistola.

«Hora de matar. Bip. Bip. BIP. BIIIP» La voz del viejo se escuchaba a través del artefacto.

El reloj de todos sonó intensamente. Estaba claro que estaba diseñado con el único propósito de escuchar dónde se podría encontrar el enemigo. No era necesario que fuera tan ruidoso. Maldito anciano. Su mente perversa quería caos. Y se notaba.

«Hora de matar» Dios. Encima que ridículo.

En fin, ya nadie tenía tiempo para pensar en tonterías. El juego había comenzado oficialmente. Tendrían que tener extremo cuidado, ahora su vida corría peligro.

—Queridos y mortales tripulantes —La voz del viejo resonó por toda la embarcación —Como ya pudieron escuchar a través de sus relojes, ahora tienen permitido matar. En fin, eso ya lo sabían. Lo que en realidad venía a contarles, eran los decesos que ocurrieron en apenas estos 30 minutos.

»Murieron 6 personas. Rick, Amanda, T. L, Shelt, Max y Lila. Ineptos. Tontos. Sordos. Todos quedaron irreconocibles. Al parecer no escucharon lo que dije sobre tener cuidado con las puertas... Bla, Bla, Bla. ¡Cuidado con las puertas!

»Ya sé que todos odian los relojes "¿por qué tienen que sonar tan fuerte?" es obvio que todos piensan lo mismo algo similar. Yo les tengo la respuesta. ¿Que por qué suenan tan fuerte? Fácil, porque quiero. ¿No creen que todo sería muy aburrido si no le ponemos acción al asunto? Y no crean que pueden salvarse de él. Por si aún no se han dado cuenta, el reloj está unido quirúrgicamente a su muñeca. Si alguno desea sacárselo, será extremadamente doloroso. Y aunque soportaran ese dolor, de todas formas les sería imposible extraérselos. ¡Y ey, agradézcanme! les acabo de ahorrar tiempo y dolor, tan mala persona no soy.

»Ya dicho lo necesario, me despido una vez más. Disfruten lo que puedan por que ahora se viene lo difícil. Por lo que sé solo una persona encontró el salón de juegos. ¡felicidades, Martin! hasta ahora eres el único al que no aborrezco. Por eso en unos minutos te llegará una sorpresita. A los demás, espero que consigan algo, si no es obvio que morirán en un santiamén. ¡Por Dios, haga algo productivo, por favor!

»En fin, los veo muy complicados y tranquilos. Eso no es bueno ni para ustedes ni para mí. El salón de juegos es donde todos despertaron. quién no tenga armas que vaya pronto a buscar. Eso es todo. Adiós.

Martin enloqueció. El pensaba mantener un perfil bajo. Esconderse, correr, escapar.

No tener que defenderse ni atacar.

Maldito viejo. Arruinaba todos sus planes.

Tenía pocos segundos para decidir.

Escapar y esconderse, o tomar un arma y ponerse frente a la puerta, para que quien quiera que llegara, muriera acribillado.

Tomó la decisión al instante.

Agarró dos ametralladoras. Una la dejo a sus pies, La otra la tenia entre sus manos.

Estaba armado y preparado. Él no moriría esta noche.

Micah se encontraba en quién sabe dónde. Ni si quiera él sabía. Pero eso no importaba.

Él no tenía armas. Pero su cuerpo era el verdadero arma.

1.90. 100kg de puro músculo. Nadie era rival para él. No al menos en cuanto al físico.

Y eso Micah lo tenia bastante claro. Por eso no se alteraba, si alguien quería enfrentarse a él, era obvio quién se coronaría ganador.

Aún así, siguió investigando. Al parecer se encontraba en la zona comercial, pero no había nada de nada. El millonario parecía haber sacado todo en aquel crucero.

Se mantuvo caminando sin rumbo pero con precaución.

Hasta que su mirada se cruzó con la de la pelirroja. Ella había permanecido invisible casi a los ojos de todos.

Pero no a los de él.

Piel suave y tersa. Ojos brillantes. Cuerpo menudo. Cabello sedoso y anaranjado.

Se parecía mucho a una de sus víctimas pasadas.

Ya tenía un objetivo en ese barco, y lo tenía bien claro.

La pelirroja se dio cuenta que la observaban, y apenas lo notó, corrió con todo la intensidad.

Pero Micah no se quedaría atrás. No no no.

Sus piernas eran mas largas y fuertes que las de ella, tarde o temprano la encontraría y sería suya.

Esa. Chica. Sería. Suya.

Anna: El diablo tiene nombre de mujer || ONC2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora