1 | Melancolía

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Apenas puede ver a Quackity encorvado en el porche de lo que alguna vez fue su hogar, oculto por las sombras oscuras y amenazantes de los pilares destrozados que en su momento sostuvieron su mansión blanca e impoluta, donde las flores marchitas se encontraban descansando. Su traje de revolución, morado y elegante, está hecho trizas, el cabello pelinegro pegado a su rostro con sangre seca y a su lado el gorro mexicano descocido. Hay algo en la tensión de sus hombros y su columna torcida que grita estrés, una agitación emocional indescriptible de la que Rubius es muy consciente. Él también lo ha experimentado más de una vez en su corta vida.

Rubius se para detrás de él sin decir nada, sabe que Quackity lo estaba esperando, después de todo él fue quien lo llamó con el cuerno. Agachándose, su propia sombra se agranda hasta cubrir a Quackity por completo.

—¿Quackity? Soy yo.— Coloca una mano en el hombro del otro, susurrando con cautela. El sonido de su propia voz resuena en el lugar, ahora reducido a salpicaduras de sangre y hierba muerta. Sólo hay materiales rotos e inservibles dispersos por todas partes, los perros de Luzu no tuvieron piedad en derribar y destruir todo a su paso tan pronto como les dieron la orden de atentar contra la casa de Rubius. Si el oso pensaba que podía mentirle al alcalde corrupto sobre su alianza con Quackity, la situación actual era la prueba de que no iba a servir cualquier artimaña barata para quitarlo del poder.

Quackity no reacciona a su voz ni a su cercanía, mirando de frente al volcán y al lago imponente de lava.

Rubius está tan cerca que puede escuchar el corazón de Quackity latir en agonía. Seguramente ha perdido tanta sangre, mucho más de lo que un ser humano normal debería ser capaz de soportar. Sin embargo, su corazón aún late con fuerza en una fuerte canción de libertad, superando lo que deberían ser los límites de la capacidad humana.

—¿Qué pasó? — Pregunta, sus orejas de oso retorciéndose intentando captar el más mínimo sonido que provenga de Quackity, pero solo recibe silencio. — Creo que hablarlo aquí es mala idea, vendrá bien estar en un sitio más cerrado. — Palmea el hombro del pelinegro en ánimo — Vamos a tu casa. 

— Ya no tengo casa —, responde Quackity, con voz sombría. — No puedo volver. — Presiona su frente en sus puños, respira algo húmedo y áspero.

Oh.

Rubius no sabe qué más puede decir, él está en las mismas y no tiene mucho que ofrecer. Aún si la zona de su Indexer no se vio afectada por el atentado, no puede acceder a sus riquezas cuando los perros de Luzu están patrullando a sus alrededores. Así que se queda allí, ofreciendo lo poco que puede con su presencia.

— Ya no sé a donde ir. — Quackity continúa. — Fui a buscarte pero Luzu también te atacó.

Rubius reprime una mueca con los dientes apretados, le irrita encontrarse en una situación desfavorable pero tampoco quiere desquitarse con Quackity. En cambio escucha los murmuros de su aliado. — Lo sé, es una mierda. 

— ¿Qué vas a hacer? — , Quackity pregunta finalmente, todavía sentado en el pasto, con las manos entrelazadas en su regazo como si fueran el salvavidas que mantiene juntas las piezas de su alma.

— Iré contigo. 

La frase sale tan natural que hasta el mismo se sorprende, pero no hay tiempo para vacilaciones. Piensa en los cadáveres de pueblerinos y aquellos protestantes derrotados por las fuerzas de la Resistencia, dejados para descomponerse y pudrirse en las calles del pueblo de Karmaland. Le irrita pensar en la huella plantada con fuego que dejaron las acciones de Luzu, y en lo rápido que las cosas habían cambiado cuando apenas habían comenzado a vivir aquí. Pero eran asuntos para otro día. Tiene que priorizar a su aliado, sostenerlo para que no se rinda con la injusticia que ha sufrido.

Alianza inmarcesible ⎾Rubckity⏌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora