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Buscar.
Buscar.
Encontrar.
Traer.
Llevar.
No es una tarea dada por su líder, no es un objetivo del cual él dependa, no es suya la integridad que está en juego, no hay nada de materia física de su pertenencia involucrado que le haga correr, así que cuando la orden que se registra en su cerebro no sale de los labios de su capitán, y en su lugar lo hace de la mujer médico frente a él, algo muy primitivo de sí se ofende por la manera en la que le habla y le ordena.
Su lobo gruñe con sus fauces blancas apenas ligeramente descubiertas por los labios superiores. Una sección muy tonta de su cerebro Alfa se alebresta ofendido, el pelaje de su lomo se eriza y la desobediencia quiere salir de sus rincones obscuros, quiere pisar los bordes de lo absurdo.
Desobedecer.
Por Luna y todo lo que haya, Rodrigo sabe perfectamente que debe acatar la indicación, él mismo dijo hace menos de dos segundos que haría lo que fuera necesario para que su líder Alfa estuviera fuera de cualquier peligro, así que los motivos le son suficientes y las razones sobran por montones por dónde sea que lo vea, no hay nada que no quiera hacer en ese momento además de ayudar a Lionel, pero de nuevo, es su estupidez Alfa la que le dice que no tiene ninguna de necesidad de hacerlo, son sus genes dominantes los que se oponen a la orden de la mujer. Es, por decir algo, una lucha interna entre si mismo y su lobo, ese tonto lobo suyo que está a la defensiva porque sencillamente alguien que no es de su manada le ha dado una orden, él se sumerge en un espiral solo por eso.
Rodrigo quiere sacar al animal de su pecho, agarrarlo por el cuello y darle una buena bofetada para menguar un poco de su orgullo idiota.
Y Di María, un Beta, que mira de cerca con sus ojos observadores, no comprende del todo la repentina tensión que recorre el cuerpo del muchacho Alfa. El temblor en las manos ajenas se evidencia lo mínimo, pero lo hace, nota la respiración que sufre de un brinco pequeño, captura la mirada fija y el sudor que nuevamente comienza a brillar en la piel bronceada de Rodrigo que hace unos pocos minutos había palidecido por la preocupación.
Repentinamente se siente capaz y puede adivinar lo que sucede con el chico, al igual que la mujer médico, esa astuta y listilla cachorra de aproximadamente no más de veinticuatro años, la misma que le da un asentimiento, indicándole silenciosamente que proceda con lo que sea que tenga que hacer para traerlo de regreso.
