Ella era una más de las pocas huérfanas con hijos que alimentar, vivía en el último piso del pequeño edificio donde nació, en un cuartucho que apenas si contaba con un baño que compartía la regadera y debajo el retrete, una cocineta y una cama hecha de varios colchones viejos donde dormían ella y sus hijos. Su madre hacía poco había muerto por asfixia en uno de los concurridos encuentros nocturnos que las mantenían con comida, aunque poca, los demás también alcanzaban.
En ese lugar no existe el tiempo para sanar. Se enteró cuatro noches y cinco días después, ninguna autoridad le notificó. Preocupada salió a buscar en cada uno de los lugares donde su madre trabajaba. Todos parecían normal, sin señales de ella, solitarios como siempre, hasta que su olfato la hizo toparse con el bote metálico de basura del edificio, donde el cuerpo putrefacto desnudo y asfixiado de su madre por unas manos enormes yacía sin vida. Su madre era la quinta que había sido asesinada en menos de un mes y medio... ahora eran treinta y uno en el edificio.
Tiempo atrás, no fue hija única, sus hermanos murieron de hambre. No se acostumbraba alimentar a los varones, puesto que las patronas no dejaban que las chicas tuvieran hombres. Así que a una de las treinta y seis -después de que las patronas le mataron tres hijos-, tiempo atrás se dedicó a aprender medicina quirúrgica de uno de sus clientes, mejor dicho aprendió la genitoplastía. Sabía cocer, no se le hizo difícil aprender las mañas quirúrgicas. Casi todas acordaron, para no perder a los varones, someterlos desde pequeños a una operación de extirpación del miembro. Los criaban haciéndoles creer que eran mujeres y que debían actuar como tal, les daban estrógenos baratos que les cobraban a los clientes. Nunca conocieron a sus madres verdaderas porque desde chicos todas los criaban de manera rotativa por día. No tenían nombre, tenían número. Todos a cierta edad dejaban de vivir en los cuartos para vivir en el segundo piso del sótano, el primero era la sala de cirugía de Helena.
Cierto es que los primeros cuatro varones fallecieron, Helena no era experta, pero la práctica con cadáveres y vivos la volvió buena, más bien, diría eficaz en su trabajo -todo esto lo hacían a escondida de las patronas-, cada vez conseguía mejores resultados, por lo tanto mejores ingresos. Con suerte, los productos con el tiempo se volvían androginos y preciados, desde sus doce años ya funcionaban para el negocio por la altura y los estrógenos que desde bebés les suministraban en todo alimento. Contándoles en el edificio eran cuarenta, sin contar a las menores.
Al poco tiempo de haber tenido cuatro operaciones exitosas, uno de esos pocos días cuando Helena vestía de bata y guante de látex, Janai que le tenía odio porque su hijo había muerto en una de las primeras operaciones, fue con las patronas y llevó a la primera que encontró al sótano. Para suerte de todas era la mediana la que se encontró, casi no tenía voz ni voto con sus hermanas y se hizo acreedora de ser la menos avezada de ellas. "Mire mi señora, apresúrese", "Voy Janai, no seas molesta", "Entenderá después de verlo porque la molesto, mire detrás de esa cortina están haciendo algo que va en contra de usted y la naturaleza, solo eche un vistazo". La patrona presurosa porque detrás de la cortina la luz revelaba dos sombras que resultaban extrañas, corrió la cortina para encontrar a un varón recién nacido llorando amarrado de sus extremidades a una plancha metálica corroida, y a Helena con un mandil y bisturí en mano. "Helena ¡Qué haces!" exclamó la patrona. "Patrona puedo explicarlo, déjeme termino y podremos hablar", respondió Helena. A los pies de la plancha metálica estaba la madre del hijo que aún con la placenta colgando de entre sus piernas se limitba a expectar angustiada y con dolor la operación. Ellas discutían, y la madre -sin poder hacer nada-, veía cómo a su bebe se le iba gota a gota la vida. "Aléjate del niño, me lo llevaré", repetía la patrona. "No se lo va a llevar, deje terminó la operación" respondía. "Grandísima imbécil qué te creíste, no sabes ni usar un cubierto adecuadamente y piensas que eres capaz de hacer lo que sea que estes haciendo sosteniendo ese utencilió de algún doctor". Helena la ignoró y prosiguió. Sin embargo, a los pocos segundos, la patrona fúrica jalaría al niño de uno de las piernas; lógica... por inercia con el bisturí dentro y un fuerte jalón el bebé sufrió una herida de la que no se recuperaría, por no decir que casi lo partieron a la mitad. "Igual no iba a sobrevivir, limpia este desastre y cuando termines sube, tenemos que hablar contigo", añadió fríamente la patrona una vez el llanto del niño había cesado.

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Mérito
Misteri / Thriller¿A dónde se va cuando se huye? ¿Dónde se esconde uno cuando no puede escapar? La historia explora temas de supervivencia, crueldad y falta de esperanza en un mundo brutal.