Prefacio

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     Resignado, se incorporó sentado en la cama y tanteó con las manos en la mesita de noche que se encontraba delante del cabecero hasta que encontró lo que buscaba: un libro viejo con las tapaduras muy deterioradas. A pesar de que no podía leer debido a la falta de luz, Gaston sabía con total seguridad que su posesión más preciada estaba compuesta por una portada con el dibujo de un asteroide y un niñito rubio. Su título, Le petit prince.

     El chico conseguía dejar de pensar en el calor, en el aire prácticamente irrespirable y en el hambre leyendo el libro que sus padres le regalaron antes de que la catástrofe absoluta azotara el planeta.
Sin embargo, Gaston no podía abstraerse en la lectura en ese momento sin ningún tipo de iluminación, por lo que decidió salir al jardín, donde las farolas con las bombillas medio fundidas de la calle serían suficiente para ello.

     Ya en el exterior, el niño se acomodó como pudo en uno de los escalones del porche de la vivienda e, ignorando como podía el bochorno, comenzó a leer.

     Horas después, justo antes del amanecer, el cansancio llegó a Gaston como un regalo y decidió que era el momento de volver a su cuarto y dormir un rato hasta que su padre y él tuvieran que andar al centro del pueblo para conseguir suministros.

     Tras un último bostezo, el chico se levantó para volver al interior de su hogar. Súbitamente, un ruido estridente le impidió continuar. Miró a todos lados para intentar averiguar su origen, pero no lo consiguió o, al menos, no hasta que levantó la mirada al cielo y divisó lo que parecía ser una nave espacial gigantesca.

     No, no se trataba de algo creado en la Tierra, sino de tecnología alienígena demasiado avanzada para los habitantes del supuestamente único planeta habitado del Universo.

     Gaston no dudó en correr al interior de su casa y despertar a sus padres, los cuales se mostraron reacios a creer a su único hijo pero, cuando por fin el chico consiguió convencerlos de que salieran al jardín, las cientos de naves que habían aparecido sobre sus cabezas durante la persuasión del pequeño fueron más que prueba suficiente de que no mentía.

     La familia, ahora al completo, observó impotente el descenso de las naves repartidas por todos los lugares del mundo. El chico, al ver las caras de terror de sus padres, dudó por primera vez en su vida de la protección de sus progenitores. Lo que pasaría a partir de entonces en la Tierra estaría fuera de su alcance.

Veinte años luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora