Capítulo 9. El Solitario (Diario de un Borracho)

4 0 0
                                    

Armando estaba sentado en la barra del cantina, sosteniendo su vaso de whisky con tristeza en su mirada. Era una noche de viernes, pero no había nada que lo hiciera feliz. Había perdido todo lo que había querido en la vida, su mejor amigo y el amor de su vida.

"¿Otro trago, amigo?" El cantinero le preguntó.

"Claro, ¿por qué no?" Armando respondió con un suspiro, deslizando su vaso vacío hacia el hombre detrás de la barra.

Mientras esperaba su bebida, escuchó la canción de "El Solitario" que tocaba la banda en el escenario. La letra le llegó al corazón, reflejando sus sentimientos en esos momentos.

De repente, una voz conocida lo sacó de sus pensamientos. "Armando, ¿qué haces aquí tan solo?" Era Sofía, su ex esposa. Armando la miró con disgusto, todavía enojado por lo que le había hecho.

"¿Qué quieres Sofía? Ya me has hecho suficiente daño por una vida entera." Armando respondió, con una voz fría y cortante.

"Lo sé, y lo siento mucho. Sé que lo que hice estuvo mal, pero te amo Armando. Por favor, dame otra oportunidad." Sofía trató de acercarse, pero Armando se alejó de ella.

"No, no lo hagas. No puedo perdonarte tan fácilmente después de lo que hiciste. Creo que lo mejor es que te vayas." Armando le dijo, negando con la cabeza.

Sofía se alejó, con lágrimas en los ojos. Armando tomó otro trago, tratando de ahogar su dolor y su ira. Sabía que no iba a ser fácil dejar atrás todo lo que había perdido, pero tenía que seguir adelante.

"Un trago más, por favor." Armando le dijo al cantinero, mientras escribía sus pensamientos en su diario. "Nunca he sido feliz en mi vida, y hoy menos que nunca."

La música de fondo del bar se mezclaba con los sollozos de Armando, mientras que los demás clientes trataban de ignorar la situación. Fue entonces cuando entró una mujer, una hermosa mulata, que le observó fijamente y se acercó a él.

"Disculpe, ¿se encuentra bien?", preguntó la mujer, y Armando le miró sin responder. "Lo siento, no quería incomodarle, solo parecía que necesitaba a alguien con quien hablar", dijo ella con suavidad.

"Perdóneme, no quise ser grosero", respondió Armando, enjugándose las lágrimas. "Es solo que... estoy pasando por un momento difícil".

"Lo entiendo, todos tenemos esos momentos", dijo la mujer, sonriendo. "Mi nombre es Ana, ¿y el suyo?"

"Armando", respondió él, con la mirada aún nublada por las lágrimas. "Y sí, necesito hablar con alguien".

Ana se sentó junto a él y le escuchó mientras le contaba todo sobre su traición matrimonial y la pérdida de su mejor amigo. Armando se abrió a ella, diciéndole cómo se sentía perdido y solo, y Ana le dio su apoyo.

"Lo siento mucho, Armando", dijo ella, poniendo su mano en la de él. "Pero no tiene que pasar por esto solo. Siempre hay alguien que está dispuesto a escuchar y a ayudar".

Armando miró a la mujer con gratitud, encontrando en ella una luz de esperanza en su oscuridad. Y así, continuaron hablando durante toda la noche, y poco a poco, Armando empezó a ver que no estaba solo en su dolor.

A la mañana siguiente...

Armando se encontraba en su oficina, sumido en sus pensamientos mientras sostenía una copa de whisky en la mano. A pesar de haber pasado semanas desde la traición de su amigo y su esposa, todavía no podía sacudirse la tristeza que sentía. Miró a través de la ventana y vio el sol que se asomaba entre las nubes, recordando con nostalgia los días en los que él y Sofía disfrutaban juntos del sol en la playa.

De repente, el sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Lo tomó de la base y respondió sin entusiasmo: "¿Sí?"

"Armando, soy Gustavo", dijo la voz al otro lado de la línea. Armando sintió una mezcla de ira y tristeza al escuchar el nombre de su ex mejor amigo. "Sé que no merezco tu perdón, pero necesito hablar contigo. ¿Podemos encontrarnos?"

Armando sintió un nudo en la garganta mientras trataba de controlar su enojo. A pesar de todo, Gustavo había sido su amigo durante muchos años. "De acuerdo, podemos vernos", dijo finalmente. "¿Dónde y cuándo?"

"En el bar de siempre, a las seis de la tarde", dijo Gustavo.

Armando colgó el teléfono y se quedó sentado en silencio por un momento. Sabía que ver a Gustavo sería difícil, pero también sabía que necesitaba escuchar lo que tenía que decir. Tomó un sorbo de su whisky y salió de la oficina, dispuesto a enfrentar su pasado y encontrar un camino hacia adelante.

Esa misma noche...

La música de fondo y la atmósfera bohemia del bar se interrumpieron abruptamente cuando la puerta del establecimiento se abrió de golpe. Armando Betancourt, el licenciado cantinas, irrumpió en el lugar con su mirada perdida y su ropa desarreglada.

Todos los presentes se quedaron mirando al hombre que alguna vez había sido el alma de la fiesta. Pero ahora, su semblante desencajado y su cuerpo tambaleante, indicaban que algo grave estaba pasando.

Armando se dirigió directamente hacia la barra y se sentó sin pedir nada. El cantinero, un hombre curtido por los años, lo observó con preocupación. Sabía que algo malo había pasado.

"Parece que el licenciado no está en su mejor momento", dijo uno de los parroquianos al cantinero.

"Sí, algo le pasó", respondió el hombre, "yo lo conozco desde hace años y nunca lo había visto así".

Armando se encerró en sí mismo durante horas, bebiendo sin cesar y escribiendo en un diario que llevaba consigo. Nadie se acercó a preguntarle qué había pasado, sabían que el licenciado necesitaba su espacio.

Al caer la noche, el cantinero se acercó a Armando y le preguntó si necesitaba ayuda o si quería hablar. El licenciado lo miró a los ojos y soltó un suspiro.

"Sofía me traicionó", dijo con voz entrecortada, "lo descubrí durante la noche de nuestra boda y no sé qué hacer".

El cantinero asintió con la cabeza y le ofreció su hombro. Armando lloró en silencio, dejando salir todo el dolor acumulado. Sabía que no era fácil perdonar una traición, y mucho menos cuando venía de la persona que más amaba en el mundo.

La noche se hizo larga y triste en el bar. El licenciado cantinas, que alguna vez había sido el alma de la fiesta, ahora estaba sumido en la oscuridad de su propia tristeza. Nadie se atrevió a interrumpir su momento de dolor, sabiendo que lo único que podían hacer era estar allí para él.

Licenciado CantinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora