Capítulo 10. Ánimas, que no amanezca

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La noche se extendía oscura y silenciosa sobre los corazones enredados en el laberinto del amor y la traición. Armando Betancourt se encontraba perdido en un mar de emociones, luchando por comprender cómo había llegado a este punto de su vida. Había entregado su corazón a Sofía Clarabela, la mujer que creía ser el amor de su vida, solo para ver cómo sus ilusiones se desvanecían en el aire como humo. La traición de su mejor amigo, Gustavo Bengonni, había fracturado su confianza y amenazaba con romper su espíritu.

Ánimas, que no amanezca, resonaba en su mente como un mantra desesperado. Quería aferrarse a la oscuridad de la noche, a la calma que ofrecía la luna y las estrellas, como refugio para su corazón roto. Deseaba que el tiempo se detuviera, que el alba no llegara y que pudiera permanecer en la penumbra, lejos de la realidad que tanto lo hería.

En la soledad de su habitación, Armando se perdía entre pensamientos tumultuosos. Recordaba los momentos felices que había compartido con Sofía, las risas compartidas, los sueños tejidos en un futuro juntos. Pero ahora, esos recuerdos se mezclaban con la amargura de la traición, y cada caricia, cada palabra de amor pronunciada por su esposa se transformaba en una daga que le perforaba el alma.

El peso de la situación se volvía abrumador. Armando sentía cómo la pasión se consumía en su interior, luchando por sobrevivir a pesar de las circunstancias adversas. Ánimas, que no amanezca, repetía una y otra vez, anhelando que el sol nunca saliera y pudiera vivir en la sombra de su desdicha.

La noche le brindaba un respiro, una tregua en medio del tormento. Quería prolongar ese instante de calma, donde los secretos y las heridas permanecían ocultos en la oscuridad. Deseaba estar en los brazos de Sofía, aunque esos brazos ahora le parecieran ajenos, contaminados por la traición de Gustavo. Quería aferrarse a lo que una vez fue su amor, antes de que la aurora del nuevo día trajera consigo la realidad implacable.

El amor crecía y crecía dentro de él, como la hiedra en el agua, ansioso por encontrar un camino hacia la luz. Pero, al mismo tiempo, la duda y el reproche amenazaban con sofocar esa pasión inmensa. Armando se debatía entre aferrarse al pasado y enfrentar la realidad, o dejarse llevar por la corriente del engaño y la desilusión.

Ánimas, que no amanezca, seguía siendo su súplica desesperada. Anhelaba vivir en la negrura de la noche, donde las decisiones podían posponerse y los sentimientos eran más fáciles de ocultar. Quería mantener viva la llama de esa pasión desbordante, aunque no cupiera en su sangre y amenazara con consumirlo por completo.

El reloj avanzaba sin piedad, y los primeros rayos de sol se asomaban tímidamente por el horizonte. Armando sabía que no podía detener el amanecer, que la luz del día llegaría con sus desafíos y sus verdades dolorosas. Pero en ese momento, en la oscuridad de su habitación, se permitió aferrarse a la esperanza de que alguna vez, en algún lugar, las ánimas que no amanecen pudieran existir y le brindaran la paz que tanto anhelaba.

Diario de Armando Betancourt

Ánimas, que no amanezca. Esa es mi súplica desesperada en medio de este torbellino de emociones que amenaza con ahogarme. ¿Cómo he llegado a este punto en mi vida? Me enamoré perdidamente de Sofía Clarabela, creyendo que nuestro amor sería inquebrantable, solo para descubrir que la traición se escondía detrás de una sonrisa falsa y la amistad más cercana.

La noche me ofrece un refugio, un paréntesis en el tiempo donde puedo huir de la realidad que tanto me lastima. Aquí, en la oscuridad de mi habitación, me pierdo entre recuerdos mezclados con la amargura de la traición. Cada caricia, cada palabra de amor pronunciada por Sofía, se convierte en una puñalada en mi alma.

¿Cómo puedo seguir adelante? El peso de la situación es abrumador. Mi corazón se encuentra en ruinas, mis principios destrozados. Anhelo que el sol nunca salga, que pueda vivir en la sombra de mi desdicha, evitando enfrentar la realidad.

Atravieso una encrucijada. La pasión arde dentro de mí, luchando por sobrevivir en medio de las cenizas de mi confianza. Ánimas, que no amanezca. Repito estas palabras como un mantra desesperado, deseando prolongar la calma que solo la noche puede brindarme. Quiero aferrarme a lo que una vez fue nuestro amor, antes de que la aurora del nuevo día revele la cruda verdad.

El amor crece y crece en mi interior, como la hiedra en el agua. Sin embargo, la duda y el reproche amenazan con sofocarlo, envolviéndome en una red de incertidumbre. Me debato entre el pasado y la realidad. ¿Debo aferrarme a lo que una vez fue, aunque esté contaminado por la traición de Gustavo? ¿O debo enfrentar la verdad y abrirme paso hacia un futuro incierto?

Ánimas, que no amanezca. Mi súplica se convierte en un grito desesperado. Quiero vivir en la oscuridad, donde las decisiones pueden posponerse y los sentimientos son más fáciles de ocultar. Mi corazón anhela mantener viva la llama de esta pasión inmensa, aunque no quepa en mis venas y amenace con consumirme por completo.

Pero sé que no puedo evitar el amanecer. El sol seguirá su curso, trayendo consigo las verdades dolorosas que debo enfrentar. Aunque en este momento, en la soledad de mi habitación, me permito aferrarme a la esperanza de que exista un lugar donde las ánimas que no amanecen puedan brindarme la paz que tanto ansío.

No sé qué deparará el futuro, pero debo encontrar el coraje para enfrentar la realidad. Quizás en ese enfrentamiento encuentre la fuerza para sanar las heridas y reconstruir mi vida. Solo espero que en algún lugar, en algún momento, encuentre la redención y el amor verdadero que merezco.

Ánimas, que no amanezca... Pero si amanece, estaré listo para afrontar lo que venga.

Licenciado CantinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora