Capítulo 12. El Día de mi Suerte

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El sonido de un tren pasando resonaba en la lejanía, marcando el ritmo de la noche. Armando Betancourt se encontraba en su negocio, rodeado de botellas vacías y el eco de sus pensamientos. La tristeza, fiel compañera, se aferraba a él como una manta pesada que se negaba a soltarlo.

El alcohol se deslizaba por su garganta, mezclándose con las lágrimas que caían en sus mejillas. Con cada sorbo, la tristeza se hacía más palpable, como un recordatorio constante de las heridas aún abiertas en su corazón.

Pero, en medio de la nebulosa de recuerdos rotos y la penumbra del lugar, Armando encontraba una chispa de esperanza. A pesar de la desesperación que lo envolvía, sabía que debía encontrar la fuerza para superar el dolor y liberarse del veneno del odio y la venganza.

"Que me lleve la tristeza", repetía en silencio, aferrándose a la convicción de que esta emoción era un paso necesario en su camino hacia la redención. El amor que compartió con Sofía aún latía en su corazón, aunque sepultado bajo capas de decepción y traición.

Y así, en medio de las sombras y las lágrimas, se hacía una promesa a sí mismo. Aunque la tristeza lo envolviera, aunque las heridas siguieran abiertas, no permitiría que el odio se adueñara de su ser. No podía dejar que el amor se perdiera en el pozo del coraje.

Pero ahora, mientras las lágrimas caían y el alcohol lo embriagaba, Armando miraba fijamente su reflejo en el espejo. Era el momento de tomar una decisión. Podía hundirse más en la oscuridad o buscar una forma de encontrar la luz.

El dolor y la tristeza lo habían llevado a este punto, pero no serían su destino. Armando se secó las lágrimas, dejando que el último trago de licor le quemara la garganta, y se levantó con determinación. La canción de Enrique Bunbury, "El Día de Mi Suerte", resonaba en su mente, acompañada por el sonido distante del tren, como un llamado a la esperanza.

Armando sabía que debía esperar el día de su suerte, el día en que las cosas cambiarían, el día en que encontraría la redención y el amor verdadero que merecía. Aunque no podía predecir cuándo sería, sabía que debía estar listo para ese momento.

Las botellas vacías y las sombras del negocio quedaron atrás mientras Armando se encaminaba hacia la puerta. La noche estaba oscura, pero en el horizonte, un rayo de luz se insinuaba. No se rendiría, no permitiría que el odio lo consumiera. En su interior, una chispa de esperanza ardía más fuerte que nunca.

Armando cerró la puerta del negocio detrás de él y caminó hacia el futuro, hacia el día de su suerte. Aunque la tristeza aún estaba presente, sabía que podía encontrar la fuerza para sanar y reconstruir su vida. El amor verdadero aún podía existir, y él estaba dispuesto a encontrarlo.

El camino sería difícil, pero Armando estaba listo para enfrentar lo que viniera. Su determinación era su guía, y la promesa de un nuevo comienzo lo impulsaba hacia adelante. El día de su suerte estaba por llegar, y él estaría listo para abrazarlo cuando lo hiciera.

Licenciado CantinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora