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— ¡Taehyung, no!— exclamó desesperadamente su progenitora. 

Sin embargo, el joven no pudo o no quiso oír las súplicas de su madre, estaba demasiado perdido en el anhelo de deshacerse de aquel ser desdichado, sin sentimientos, empatía o compasión alguna por las personas que le rodeaban. Su deplorable narcisismo lo hacía rabiar a un nivel tan estratosférico que más de una vez había soñado con su muerte. La muerte de su propio padre, si es que podía llamarse así, porque cómo podría Taehyung considerarlo su padre si no lo había acompañado al colegio ni una sola vez, no lo felicitó nunca por su cumpleaños o por haber sacado su primer sobresaliente ni ninguno de los siguientes. Jamás había oído una buena palabra salir de su boca. No podía querer a alguien que cuando se caía con tan solo seis años de edad, en vez de preocuparse por él, le decía que era un quejica, que dejara de llorar o él le daría un buen motivo para hacerlo. Ese hombre no era más que una calamidad, un monstruo que tenía que desaparecer, una plaga que debía exterminar de sus vidas. 

Fue así como, cegado por su sed de venganza, agarró una de las muchas botellas de vidrio de cerveza que el señor Kim acumuló en el suelo del salón, todas ellas vacías. Le dio un fuerte y seco golpe contra la mesa y la partió por la mitad, dejando parte de ella en su mano, llena de puntiagudas terminaciones. Apretó el cuello del recipiente y, sin pensarlo demasiado -por no decir nada- se abalanzó hacia él sin miedo alguno, sin pestañear tan siquiera. El culo de la botella, ahora totalmente reventado y punzante se hundió en el abdomen del hombre. La sangre, escandalosa, roja y brotando sin fin de su torso empapó su camisa a cuadros. Su mirada expresaba terror y dolor.

En esa estocada, todo el odio reprimido, todo el resentimiento acumulado por doce años insufribles fueron finalmente vengados. 

El hombre cayó, se estremeció un poco y yació inmóvil en el frío suelo. La sangre manaba muy lentamente hasta que acabó formando un charco que lo rodeó por completo, llegando hasta los zapatos de su hijo que, de alguna manera, permaneció allí, impasible. Sin lugar a dudas, el miedo que sufrió, el estrés diario de amargas emociones y una década de abusos físicos y verbales había terminado.

Los gritos de su madre retumbaron por las paredes de la casa. Gemidos de angustia ahogados y casi tan tétricos como la escena que presenciaron. Taehyung estaba asustado, aunque no lo parecía por la expresión tenebrosa creada por la adrenalina reflejada en su rostro. Era una sensación extraña, de poder. Saber que tuvo en sus manos la decisión de poder arrebatarle esa sonrisa burlona a su padre en apenas cuestión de segundos. Había acabado con él de una vez por todas. Por fin. 

— ¡Dios mío!— la mujer se arrodilló en el suelo, rompiendo en llanto— ¿¡Qué has hecho!?— su voz estaba rota y sus manos temblaban a una descontrolada velocidad.

— Yo...— el chico se quedó helado, mirando el cadáver con una extraña sensación de apatía. 

No sentía pena por él, se merecía morir. 

— Lo siento, mamá— fingió una disculpa. 

Mentira. Pero debía convencer a su madre de que así era, no podía permitirse hacerle más daño del que pensó que ya estaría sintiendo en ese preciso momento. No quería que lo mirara como a un monstruo.

Se acercó y le pasó el brazo por el hombro. Pensó que quizás ella se apartaría de él, pero, para su sorpresa, levantó una mano y cogió la de él, mirándolo a los ojos, no con decepción, sino con una especie de expresión entre alivio y miedo. 

— Taehyung, escúchame, no pienso dejarte solo, ¿me oyes?— agarró el rostro de su hijo con delicadeza— Eres un buen niño, no me cabe duda de eso y sé que eres consciente de que lo que has hecho no está bien. Lo hiciste en un arrebato de ira para protegernos a ambos y no justifico tus actos, está claro, pero soy tu madre y voy a quererte siempre aunque  eso conlleve cargar con el peso de un muerto a nuestras espaldas.

Schizophrenia | TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora