Capítulo 7. Un toque suave

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Lord Glifford aprovechó para descender a los calabozos esa misma noche, no tenía una responsabilidad por las próximas horas así que usando el permiso recibido por el Príncipe llegó hasta aquella celda. Notó a la criatura, la recordaba más grande con anterioridad, y eso solo le hizo pensar que se estaba desapareciendo. Aunque hicieron contacto visual y recibía una mirada amenazante parecía que no contaba con la capacidad de ponerse de pie. Quería examinar, o poder dar un vistazo más, aunque más que ver a ese lebrílope necesitaba detallar a la persona atrapada en esa condición.

Pudo ser imprudente, pero decidió cubrir sus manos con parte de su energía para que pudiera mezclarse con la que formaba la barrera, así como cuando una superficie húmeda tocaba una burbuja no provocaría que reventara, o en este caso que fuese repelido. Sabía que si dejaba de concentrarse podría perder una mano como mínimo, pero por fortuna no tenía distracciones y se enfocó en tocar a la fuerza una de las orejas de la agresiva criatura que intentaba morder o arañar, pero solo golpeaba la barrera. Su sentido del tacto no funcionaba, pero parecía como si solo estuviera sujetando suciedad compacta en algún objeto que había caído en el olvido.

Inevitablemente sintió lástima al considerar que se trató de una persona, y aunque fuese inútil hizo un esfuerzo adicional para comprobar si podía romper la maldición. Sintió su pulso acelerado y cómo se estaba agotando con cada segundo que corría. La barrera lo complicaba aún más, sin embargo, logró hacer que parte de su luz sanadora pudiera tocarlo; de ahí en adelante incrementó la energía que intentaba transferir. No se manifestaron aquellas cerraduras o cadenas de cuando se trataba de una maldición típica por eliminar. Aunque volvió a aparecer aquella cortina de polvo.

Alistair retiró sus manos y se apartó, incluso había comenzado a sudar tras ese esfuerzo. Pensó que fue inútil, hasta que contempló nuevamente a ese joven.

—Hola, ¿me recuerdas? —habló en voz baja una vez hicieron contacto visual.

El pelinegro negó y retrocedió.

—Mi nombre es Alistair Glifford, puede que no lo parezca, pero soy un sanador. Actualmente estás retenido de forma indefinida, no he venido a fulminarte. Dime, si no es problema, ¿cuál es tu nombre?

—Soy... Casey —respondió con temor y con voz baja.

—Casey Lemstroc, ¿no es así?

Reaccionó con duda, sin embargo, como si hubiera caído en cuenta de algo mostró sorpresa, y asintió con lentitud.

—Tienes razón... ¿Ya me han investigado?

—En realidad fue por tus ojos. Son únicos, por así decirlo. Es una muestra de tus raíces, como lo es mi color de cabello —habló Alistair para desviarse del tema de la maldición y evitar que volviera a entrar en pánico.

—Oh... Yo... no recordaba eso... Entonces, eres un noble...

—Correcto, soy hijo de los duques Glifford. Si bien es cierto que debí presentarme mencionando mi título nobiliario decidí omitirlo en esta oportunidad. Hablemos de tú a tú, si eso gustas. No te forzaré a algo que no desees hacer.

—Eh... No he lidiado con nobleza antes, así que... no sé qué hacer. Pero ¿estoy prisionero en el territorio de tu familia?

—En realidad no, por favor mantén la calma, te encuentras en los calabozos del castillo. Sin embargo, tu vida no corre peligro, pues su Alteza no ha manifestado interés en asesinarte.

—¿Su Alteza? —mostró extrañeza.

—Sí, su Alteza el Príncipe Leander.

—Eh... Lo siento... Tengo problemas de memoria muy fuertes, no recordaba que el imperio tuviera un Príncipe —susurró y repentinamente cayó en cuenta de que fue un error, o incluso un peligro haber dicho tales palabras—. Lo siento, por favor olvídelo, yo no quería faltarle el respeto a...

DesvanecimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora