Las notas de la novena sinfonía de Beethoven inundaban no sólo la biblioteca si no toda la casa.
Con destreza Sophie deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano y Annette y Alex la miraban admirados apoyados en un extremo del mismo.
Algo que Sophie amaba mucho hacer ya que la música era algo que la relajaba y alejaba sus malos sueños.
– ¿Quién quiere intentarlo? –preguntó Sophie al detener la música y sonrió mirando a los mellizos.
– ¡Yo! –dijeron al unísono los hermanos.
– Primero Annette y luego tu, Alex ¿de acuerdo?
Alex asintió y decidió esperar su turno. Annette se colocó al lado de Sophie y siguiendo sus indicaciones comenzó a tocar el piano.
Sophie miró con ternura a Annette y le fascinaba lo grandiosa que era para poder aprender todo lo que ella le indicaba y hacerlo sin ningún problema.
Concluida la partitura que tenía en frente la felicitó y prosiguió con Alex, quien cómo su hermana tenía una gran habilidad para aprender.
– Guau –exclamó Sophie más que sorprendida–. Ustedes tienen una gran habilidad para esto.
– ¿Lo dices en serio, Sophie? –preguntó Thomas con cierta duda en su voz.
– ¡Claro que sí! –aseguró– Jamás duden de ustedes mismos, nunca.
– Eres diferente a lo que imaginé –dijo Annette.
– ¿Cómo así? –Indago Sophie– ¿en un buen sentido? Supongo.
– Así es –Annette sonrió tímida–. Eres divertida, amable y nos dices cosas lindas.
– Por que son ciertas, cariño –dijo Sophie con fervor y sujetó su mano con cariño–. Uno a veces debe hacerle saber al otro su verdadero valor y lo grandioso que son y que pueden llegar tan lejos cómo se lo propongan.
– Eres la primera en hacerlo, bueno, aparte de mis tíos y nuestro padre.
– Las anteriores a ti no decían lo que tu nos dices –añadió Alex–. Se quejaban de que éramos muy revoltosos. –hizo una mueca triste.
– Cariño –dijo Sophie con ternura–. Eso no es impedimento para hacerles saber lo que valen. A mí me hubiera gustado que alguien me hubiera dicho estás cosas cuando tenía su edad, pero no hubo nadie, así que tuve que aprender por mí misma el valor que tenía y que podía superarme a mí misma –miró de uno a otro–. Sé qué ustedes también podrán superarse a ustedes mismos –dijo esto último con convicción.
Annette y Alex sonrieron enormemente. Escuchar esas palabras los hacia sentir que cada pequeño esfuerzo que hacían tarde o temprano rendirían sus frutos.
Sophie había llegado a sus vidas en el momento exacto y no querían que ella se alejara jamás.
Siguieron practicando por una hora más y concluyeron con la clase del día. Les agradaba el modo en que Sophie les enseñaba ya que las clases resultaban divertidas y por lo tanto entretenidas.
Al llegar todos a la sala fueron recibidos por el rico aroma de galletas recién hechas. Diana llegó a ellos con una bandeja llena de galletas con chips de chocolates.
Dicen que ciertos lugares o aromas nos devuelven los mejores recuerdos de nuestra niñez y esas galletas hicieron el efecto en Sophie, quien al recibir una galleta sonrió. El aroma era el mismo, su madre siempre solía prepararle al menos una vez a la semana galletas con chips de chocolates.
Agradeció a Diana por las galletas y el ruido de una motocicleta afuera de la casa llamó la atención de la mujer mayor.
– ¡Ya llegó! –dijo feliz y Sophie no entendía muy bien a quien se refería– ¡Polette! –vocifero en dirección a las escaleras y la mencionada ya venía bajando las mismas con una energía voraz– ¡Llegó!
ESTÁS LEYENDO
La Institutriz | Mi Luz (libro 1)
Storie d'amoreSophie Moore es una joven risueña, amable y encantadora que recién comienza a descubrir sus propios deseos, el placer y el amor; y todo lo descubrirá de la mano del señor Thomas Müller, a quien creyó sería un ogro gruñón como le dijeron que sería. P...