Cap. 8- El hermano Müller.

13.5K 678 21
                                    

Las notas de la novena sinfonía de Beethoven inundaban no sólo la biblioteca si no toda la casa.

Con destreza Sophie deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano y Annette y Alex la miraban admirados apoyados en un extremo del mismo.

Algo que Sophie amaba mucho hacer ya que la música era algo que la relajaba y alejaba sus malos sueños.

– ¿Quién quiere intentarlo? –preguntó Sophie al detener la música y sonrió mirando a los mellizos.

– ¡Yo! –dijeron al unísono los hermanos.

– Primero Annette y luego tu, Alex ¿de acuerdo?

Alex asintió y decidió esperar su turno. Annette se colocó al lado de Sophie y siguiendo sus indicaciones comenzó a tocar el piano.

Sophie miró con ternura a Annette y le fascinaba lo grandiosa que era para poder aprender todo lo que ella le indicaba y hacerlo sin ningún problema.

Concluida la partitura que tenía en frente la felicitó y prosiguió con Alex, quien cómo su hermana tenía una gran habilidad para aprender.

– Guau –exclamó Sophie más que sorprendida–. Ustedes tienen una gran habilidad para esto.

– ¿Lo dices en serio, Sophie? –preguntó Thomas con cierta duda en su voz.

– ¡Claro que sí! –aseguró– Jamás duden de ustedes mismos, nunca.

– Eres diferente a lo que imaginé –dijo Annette.

– ¿Cómo así? –Indago Sophie– ¿en un buen sentido? Supongo.

– Así es –Annette sonrió tímida–. Eres divertida, amable y nos dices cosas lindas.

– Por que son ciertas, cariño –dijo Sophie con fervor y sujetó su mano con cariño–. Uno a veces debe hacerle saber al otro su verdadero valor y lo grandioso que son y que pueden llegar tan lejos cómo se lo propongan.

– Eres la primera en hacerlo, bueno, aparte de mis tíos y nuestro padre.

– Las anteriores a ti no decían lo que tu nos dices –añadió Alex–. Se quejaban de que éramos muy revoltosos. –hizo una mueca triste.

– Cariño –dijo Sophie con ternura–. Eso no es impedimento para hacerles saber lo que valen. A mí me hubiera gustado que alguien me hubiera dicho estás cosas cuando tenía su edad, pero no hubo nadie, así que tuve que aprender por mí misma el valor que tenía y que podía superarme a mí misma –miró de uno a otro–. Sé qué ustedes también podrán superarse a ustedes mismos –dijo esto último con convicción.

Annette y Alex sonrieron enormemente. Escuchar esas palabras los hacia sentir que cada pequeño esfuerzo que hacían tarde o temprano rendirían sus frutos.

Sophie había llegado a sus vidas en el momento exacto y no querían que ella se alejara jamás.

Siguieron practicando por una hora más y concluyeron con la clase del día. Les agradaba el modo en que Sophie les enseñaba ya que las clases resultaban divertidas y por lo tanto entretenidas.

Al llegar todos a la sala fueron recibidos por el rico aroma de galletas recién hechas. Diana llegó a ellos con una bandeja llena de galletas con chips de chocolates.

Dicen que ciertos lugares o aromas nos devuelven los mejores recuerdos de nuestra niñez y esas galletas hicieron el efecto en Sophie, quien al recibir una galleta sonrió. El aroma era el mismo, su madre siempre solía prepararle al menos una vez a la semana galletas con chips de chocolates.

Agradeció a Diana por las galletas y el ruido de una motocicleta afuera de la casa llamó la atención de la mujer mayor.

– ¡Ya llegó! –dijo feliz y Sophie no entendía muy bien a quien se refería– ¡Polette! –vocifero en dirección a las escaleras y la mencionada ya venía bajando las mismas con una energía voraz– ¡Llegó!

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora