Me toca verte desde la distancia. Verte lejos, porque no puedo tenerte.
Verte fuera de aquí, fuera de mi alcance.
Y me quemo lentamente, poco a poco, como si de una tortura se tratase.
El fuego escala mis piernas hasta llegar a mi pecho, donde desemboca en un llanto continuo, que no tiene fin. Que aparece cuando menos me lo espero.
Y aún así, quiero verte, aunque sea desde la lejanía. Aunque sea como alguien que no recuerdes, aunque no te pueda tener, por mucho que yo quiera.
Porque sé que si te dejo de ver, te buscaré y encontraré en cada lado, te encontraré en las estrellas y me perderé en el cielo. Te encontraré en el mar, te encontraré en el olor, te encontraré en el sentimiento. Y no quiero, realmente no quiero. Prefiero dejar y sentir como el fuego arranca poco a poco mi piel, mientras te observo escondido. Mientras dejo el tiempo pasar (el cuál se supone que cura, pero a mi me desgarra más aún) y mientras dejo que otras personas se acerquen a ti; ya que yo no puedo.
Y me arde en lo más profundo del corazón, me arde en todo el cuerpo, me arde en la piel y me arde en el alma. Me arde en la mente y sobretodo me arden los pensamientos. Me arden los recuerdos y me arde el no poder y querer, y me arde la impotencia. Porque soy una llama más entre cada una de estas velas, soy la llama a la que menos atención se le presta, la que está a punto de apagarse, pero que lucha por no hacerlo.
Dejar que te invada otro olor, dejar que otros se impregnen de ti, dejar. Simplemente dejar. Algo que yo no soy capaz, algo que se me es necesario, pero que no está (por decisión propia) en mi mano.
Porque el recordar duele, y no quiero que seas un recuerdo. Porque te quiero tener, y no puedo. Porque no quiero tener que guiarme de algo que ya no existe, de algo que ya no existirá, para poder encontrarte.
Porque quiero encontrarte sin tener que buscarte. Y quiero poder buscarte, y tenerte ahí.
Porque quiero, simplemente, tenerte.
Y no puedo.
