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—No me importa lo que digas, Harrison, o lo que él diga, ese hombre se está aprovechando de nuestro hijo y no voy a tolerarlo.

Harrison se sentó en su sillón reclinable con el periódico de ayer en su regazo, sin leer. Él estaba masajeando el puente de la nariz y considerando seriamente la posibilidad de tomar algunos de los analgésicos que el médico le había dado para el hombro, sólo para poder tener una excusa para esconderse en su porche. Cualquier cosa para alejarse de su esposa. Su matrimonio nunca había estado basado en el amor. Había sido arreglado para ellos, para solidificar la riqueza de las dos familias. No obstante no podía identificar cuando había pasado de conveniente a intolerable.
Harrison sólo quería hacer el bien por sus caballos y su familia, y era un hombre feliz. Pero Beverly siempre había estado impulsada por el poder, el dinero y el estatus. Hubo un tiempo en que había visto vestigios de eso mismo en su hijo y se había resignado a no poder entender a cualquiera de ellos. Pero algo había alcanzado dentro de Harry, algo le había cambiado, y Harrison estaba absolutamente seguro de que ese algo había involucrado a Louis.

—Beverly, Harry es un hombre y uno inteligente además. Y si te tomas un minuto para conocer a Louis, verás que también es un buen hombre.

—¿Cómo puedes aprobarlo? ¿No te molesta que tu hijo, tu único hijo, el último varón que lleva el nombre Styles, vaya a casa desde el trabajo cada noche con otro hombre? ¿Eso no ofende tu sensibilidad?

—Ni un poco —dijo Harrison. Cogió el periódico de nuevo—. Por lo menos tiene ganas de volver a casa.
Ella agarró la parte superior de su periódico y tiró hacia abajo. Sus ojos brillaban y sus fosas nasales estaban dilatadas.

—Cuidado con la presión arterial, Beverly.

—¿Y si van y se casan? Ya sabes que lo permiten en algunos estados. ¡Ese… ese matón podría tener derecho a la mitad de la finca!

—No te lo puedes llevar contigo. ¿Qué te importa? Como yo lo veo, son felices. Harry tiene todo el derecho a ser feliz, y por mi parte prefería verle más de una vez al año. Si para ello hace falta dar la bienvenida a Louis en la familia con los brazos abiertos, entonces lo encuentro muy agradable.

—Él nunca será parte de mi familia, Harrison. No lo permitiré. Puede quedarse aquí y luchar las batallas que quiera, pero no voy a permitir que a mi único hijo le laven el cerebro de esta manera.
Harrison se rascó la barbilla y frunció los labios, pensativo. 

—Si así es como lo quieres.
—Sin duda lo es –gruñó Beverly. Giró sobre sus talones y salió a zancadas.
Harrison frunció los labios y finalmente asintió. 

—¿Qué piensas, Bullet? –Gruñó al pastor australiano a sus pies—. ¿Crees que puedes cavarnos un agujero lo suficientemente profundo para que nadie pueda encontrarla?
El perro respondió con un meneo de su cola cortada. Harrison sonrió y frotó la cabeza del perro.
Hubo una llamada en el marco de la puerta, y Harry entró en la habitación, sonriendo. Harrison puso a un lado el periódico.

—No te levantes —dijo Harry rápidamente—. No nos vamos a quedar mucho.

Louis se apoyó en el marco de la puerta y no entró más. Llevaba un par de gafas de sol de aviador, y por la forma en que se apoyaba parecía que estaba teniendo cuidado con la forma en que se movía.

—Buenos días, Louis.

—Buenos días señor.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Harrison mientras se recostaba.

—Todavía con un poco de resaca, para ser honesto.
Harrison se rio y asintió con la cabeza.

—¿Y dolor?

C&R⁶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora