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Melissa se acerca a mí a paso rápido, caminando en dirección a la salida de la Universidad, que es donde yo estoy.

Juro que da miedo.

—Dime que lo que han visto mis ojos es cierto.— dice exigente.

—¿Qué es lo que han visto exactamente tus ojos?— pregunto haciéndome la inocente y poniendo cara angelical mientras emprendo camino por las calles del pueblecito que es Fort Vale.

— ¿Qué crees? ¡He visto como Seth te comía la boca delante de todos! Joder, tía. Eso no me lo esperaba, casi me caigo del culo al suelo y me pongo cachonda. —
No puedo evitar estallar en carcajadas ante sus declaraciones.

Mi risa poco a poco se apaga a la vez que avanzamos por la avenida de Fort Vale que lleva a mi casa.

Las calles están teñidas de rojo oscuro y blanco, los colores de la equipación. Todos están celebrando la victoria contra los de Lincoln University.
El griterío de las personas no cesa y cada coche que pasa por la carretera pita en señal de felicidad y orgullo por el partido.

Mis pies avanzan inconscientemente junto a Melissa hasta llegar a la puerta de mi casa.

—Enserio, no puedo creerlo. Se te ha tirado encima para besarte. Dios, se supone que sois rivales y en vez de eso parecéis animalillos en celo.— bromea hablando sin parar y reprimo una sonrisa.—  Admite que te ha gustado. — demanda.

Vuelvo a la realidad, saliendo de mis cavilaciones y prestándole atención de nuevo.

— No puedo negarlo.— respondo refiriéndome a lo mucho que me ha gustado ese beso.

—¡Lo sabía! Él te encanta.— chilla ilusionada como una cría.

Le sonrío mientras ruedo los ojos y hablamos sobre el baile unos minutos más antes de despedirnos.
Dentro de un par de horas es nuestra graduación y no puedo evitar estar eufórica.

Está siendo un día perfecto, hemos ganado contra esos pijos y ahora se viene la parte divertida, la fiesta.

Entro en casa y comienzo a prepararme para la celebración.

Chicas, prepararos para la competencia.

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Una oleada de inseguridad me aturde al mirarme al espejo con ese llamativo vestido, aunque elimino todo rastro de esta, reemplazándola por seguridad y autoestima.

Se trata del vestido con el que había soñado desde que lo vi por primera vez.
Es una reliquia de la familia, mis padres decían que llevaba con nosotros años y yo sería la primera en lucirlo.

Querían que lo llevase cuando cumpliese los 21 años y me casase con algún estúpido niño rico con tierras y sin neuronas.
Suerte que murieron antes de obligarme a casarme porque ya tengo los 21.

Las capas de tela blanca perlada caen a partir de mi baja cintura y se extienden hasta mis pies, que están embutidos en esos preciosos tacones que me compró el idiota mimado de Seth.

Detalles de encaje rose gold decoran la falda e incluso la parte del tronco, que es ajustada y le da un toque mucho más refinado y elegante. La parte del pecho tiene un escote en forma de corazón y hay una sutil pedrería granate decorando algunas zonas recubiertas por el encaje. Unos pequeños y muy finos tirantes suben hasta mis hombros mientras unas mangas anchas y abullonadas de tela transparente pero con un color blanco perlado adornan mis delgados brazos.
Doy media vuelta y me fijo en la parte de atrás. Cuerdas unen un lado del otro del vestido, cruzándose por mi espalda y dejándola casi al descubierto.

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