XLIV

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AVISO⚠️:

Este capítulo contiene escenas explícitas de violencia, no es necesario leerlo si en algún momento te resulta desagradable. Puedes saltar el capítulo.
Lee bajo tu propia responsabilidad.


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Siento mis dedos acariciar la gloria cuando observo la sangre tiñendo los indicios de nieve que comienzan a decorar los bosques de Fort Vale. El color rojo carmesí mezclado con el potente blanco del hielo hacen un contraste digno de admirar, provocando un aumento notable en mi sed.

La víctima se encuentra apoyada sobre una pierna mientras de la otra brotan sus fluidos, sin parar. Escucho sus gimoteos de dolor que son como música para mis oídos y me relamo los labios. Una gota sangrienta rueda desde su rodilla hasta su tobillo y mi garganta quema con más fervor.

Mierda.

La persona utiliza un trapo sucio para tratar de limpiar la herida y arrugo la cara en una mueca de confusión. Si hace eso, tan solo conseguirá infectarla.
Ruedo los ojos lejos de importarme su salud y me mantengo en las sombras, acechando entre los árboles y tergiversándome en la oscuridad.

Su cabello castaño se ondea por la suave brisa, su cuerpo es delgado pero lleno de sangre. Incluso desde esta distancia, puedo sentir la sangre correr por sus venas y su corazón bombearla con cada latido. Imagino sus venas azules, escondiendo ese plasma que tan dulce debe saber en mi lengua.

De pronto, se me hace la boca agua.

Me muevo lentamente, tal y como lo haría un depredador al acecho y es que, sin tener ningún tipo de práctica o poder sobre mí, parezco saber hacerlo demasiado bien.
Cosas de ser el alpha.

Salgo de entre las plantas y me dejo ver. Su cabeza se gira en mi dirección cuando una rama se rompe bajo mis pies y ver su cara contraída en dolor, sus facciones expresando el sufrimiento más puro y sus músculos tensos, me satisface mucho más de lo que debería.

La mujer frunce el ceño cuando me observa y se percata de que no pienso ayudarla, juraría que ahora mismo está muy confusa.
En este preciso instante, me doy cuenta de que amo matar y jugar con mis víctimas.
Adoro escuchar sus latidos acelerados mientras huyen de mí.
Sé que puede sonar mal, pero es la verdad. No hay nada más cierto que eso.

Le sonrío de medio lado, ladeando mi cabeza en una mueca de diversión. Es entonces cuando escucho sus latidos acelerarse, la adrenalina y el miedo apoderándose de su cuerpo y abandonando cualquier rastro de cordura.

Trata de ponerse de pie, arrugando su cara y gimiendo de nuevo cuando la piel de su rodilla se flexiona para levantarse. Más fluidos carmesí brotan de su herida y mi sonrisa se ensancha, ya casi puedo saborear su sangre en mi boca, inundando mi cavidad, manchando mis labios y humedeciendo mi lengua.

Mis ansias crecen por momentos y me mira, alarmada.

— N-no necesito ayuda.— dice con la voz ahogada, tartamudeando.

— Tranquila, no vengo a ayudarte.— aclaro con un tono que me hace ver como una psicópata.

Decido que es momento de actuar y avanzo a pasos rápidos hacia ella.

Su respiración se torna pesada, siguiendo el ritmo de sus respiraciones aceleradas. Trata de dar un paso atrás pero tropieza con una piedra y se cae de culo al suelo. Deja ir un gemido de dolor cuando su tobillo se dobla, seguido de una maldición.

Estúpida.

Comienzo a correr en su dirección y se levanta tan rápido como puede, ignorando el dolor que recorre su pierna y pie. Sale corriendo en dirección al interior del bosque y le doy ventaja, torturándome a mi misma para jugar con la situación.

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