Capítulo 3

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«Pornerío»
(Parte dos)

Queenzel.

No creía lo que veía, mucho menos la situación que me encontraba atravesando. Era como una pesadilla muy realista dónde por más que me pellizcara, no despertaría ni tirándome un balde repleto de agua fría.

—¡Dylan! —grita una chica corriendo en dirección al pelinegro que tenía a mi lado derecho—. ¡Amor, no sabía que habías vuelto de Londres! —le abraza, obligándolo a deshacer el agarre de mi brazo.

—Ahora no, Bianca.

Tez blanca, delgada, de un cabello liso color miel, un poco más baja que yo y de un cuerpo de ensueño.

—Nate, ¿cómo estás? —se cuelga del brazo del otro pagándose como si de uña y mugre se trataran. El rubio a mi lado no le contesta. —¿Y tú eres...? —curiosea, mirándome de arriba abajo.

—Ella no es de tu incumbencia.

—Solo preguntaba, Nate.

—Amo —corrige—. Hasta el día de hoy, no te di el puto permiso para tutearme.

—Mejor deja de hablar y trae a alguna de tus compañeras para que nos acompañe. —Dylan la toma del brazo apartándola de mí.

—Pero yo podría acompañarlos, mi amor.

—No, tú haz tu trabajo. Te recuerdo que hoy es el primer día del año y es cuando hay más clientes.

—Llama a Maddison. Dile que la esperamos en la habitación número ocho del cuarto piso —ordena el rubio, con una voz firme y demandante—, y que no se tarde.

Me tira del brazo dejándola con la palabra en la boca, Dylan nos seguía por detrás. Me subieron por unas escaleras doble, que daba panorama del gran salón lleno de gente depravada. Al finalizar la subida, vi un enorme pasillo donde residían una gran cantidad de puertas blancas, y estas poseían un cartel marcando el número de la habitación. Variedades de hombres: jóvenes, adultos y maduros, salían de ellas desarreglados y con una sonrisa perturbadora en sus rostros, mientras que otros apenas llegaban con sus acompañantes. Estar ahí era como perderse en un laberinto de pecados y obscenidades por doquier. Nos condujimos al pasillo de la derecha, de la izquierda y otra vez hacia la derecha. Volvimos a subir otras escaleras, éstas nos llevaron a una gran puerta, semejante a un elefante. Dylan abre la puerta de par en par, y no sabría explicar mi expresión al momento de ver lo que se ocultaba detrás de ella. 

«¡¿Qué mierda es esto?!»

Hombres y mujeres desnudos... no un par, ni dos, ni tres, ¡sino que muchísimas parejas teniendo sexo! Mujeres besándose con otras mujeres; masturbándose entre sí, hombres follándose a otros e individuos satisfaciendo a ambos sexos. Azotes, golpes y mucho sadomasoquismo parecía enfermarme. Mi mente no podía procesar nada. Los gritos y gemidos me aturdían y lo único que quería era huir de ahí.

Cerré mis ojos con fuerza permitiendo que Nate me siguiese guiando, ya que no quería seguir viendo semejante asquerosidad. Llegué a sentir leves roces en mis brazos y piernas, incluso manosearon mi abdomen causando un cosquilleo de náuseas en mi estómago. Ni siquiera los órganos del venado que cacé una vez con mi padre y hermanos, me traumaron tanto como esto.

Me permití a mí misma ver, cuando sentí que me subieron a un ascensor.

—¿Alguna vez fuiste partícipe de una orgía bisexual? —susurra Dylan, burlándose.

—No —respondo firme—, pero si fui participe de ver cómo alguien le cortaba el estómago a otra persona liberando sus tripas —miento en mi intento de no sentirme intimidada, y lo diviso fijamente a través del espejo—... Si quieres, te enseño cómo lo hicieron —sonrío.

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