Capítulo 2

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«Álympos»
(Parte 1)

Queenzel.

Unos murmullos me despiertan. La chaqueta que me dio Adriano me había ayudado a que lo poco que dormí, fuese llevadero; ya que sin ella hubiese muerto de hipotermia.

—¿Qué hace una niña tan hermosa, sola en estos lados?

Me levanté abruptamente de mi sitio en busca del intruso, ojeando reiteradas veces el lugar y aferrándome al saco con fuerza, esperando que solo hubiese sido alguna alucinación gracias al agotamiento. Esa voz me había causado escalofríos y admito que me sentía asustada. Al no hallar a nadie, decidí volver a recostarme con la idea clara de que solo fue una confusión. Sin embargo, al escuchar como unas latas caían a pocos metros de distancia, mis instintos volvieron a alarmarse.

—¡¿Quién anda ahí?! —exclamé—, ¡No sea cobarde y dé la cara!

Y en cuanto menos me lo esperé, estaba rodeada por cinco hombres. ¿De dónde habían salido? Me sentía inquietada y mis estados de alerta volaban por los cielos.

—¿Qué pasa, dulzura? No te haré daño —dice uno de ellos, tratando de acercarse.

—¡Aléjate de mí! —bramo mientras retrocedía, chocando contra de la fría pared.

—¿A dónde vas tan apurada? —Aparece otro a mi izquierda—. ¿Por qué no vienes con nosotros?

Si no hacía algo, esto definitivamente no acabaría bien. Mi opción, era defenderme utilizando todo el entrenamiento que había ejercido desde mi niñez para ocasiones como éstas. Como mujer, siempre estaba en peligro, por lo que siempre traté de aprender y ser la mejor en mi entrenamiento en la FEMIS.

—Si no se alejan de mí, les aseguro que se arrepentirán —advierto, aprovechando el tiempo para analizar cuidadosamente el comportamiento de esos hombres y en la cantidad de futuros alternos que podrían generar ciertas actitudes o movimientos de mi parte.

—Solo hacemos lo que debemos hacer. —No lo pierdo de vista.

—No sé de lo que hablan. Mejor váyanse antes de que empeoren más las cosas y salgan extremadamente heridos de aquí, posiblemente en emergencias.

Se echaron a reír en mi rostro.

—¿Tú? ¿Dejarnos en el hospital a nosotros? —me barre de arriba abajo con los ojos— ¡Por favor! —Larga una sonora carcajada—. Deja de soñar y ven con nosotros.

Uno de ellos trata de agarrarme por la derecha, y aprovecho éste acto agarrándole de la muñeca para atraerlo hacia mí, y así, pegarle un rodillazo en el estómago y otro en su rostro; obligándole a quedarse en el suelo con la nariz rota.

—¿Alguien más quiere? —demando.

Retroceden unos pasos e inevitablemente, estando confiada, me olvido que el hombre en el suelo seguía en sus cinco sentidos. Éste realiza una patada enganchando mi pierna, tumbandome al piso en cuestión de segundos. Me levanto instantáneamente como si fuese un resorte y le di otra patada en la cara. No me importaba lo heridos que pudiesen salir de esto, lo crucial era mi bienestar. De todas las artes marciales que he ejercido, tenía un gran favoritismo por el aikido, el taekwondo y el krav-maga, pues resultaban sumamente dañinos para mi oponente.

—Bien, si es lo que tanto desean... —le doy un puñetazo en la nariz a otro de ellos—, ¿quién soy yo para negarme?

Se abalanzaron contra mí, y hasta yo misma me sorprendo de lo rápida y ágil que soy al esquivar sus golpes. Los golpeaba unos con otros utilizando su peso en su contra. Patadas frontales, laterales e inversas, cabezazos y golpes bajos. Siempre dándoles en los puntos más débiles del cuerpo. La adrenalina recorría mis venas. Y sin saber por qué, terminé sin dominio de mí misma. No quería parar. Era como si una Queenzel desconocida hubiese emergido desde el fondo, una a la cual le encantaba dar palizas a acosadores y se gozaba en eso.

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