Capítulo 1

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«Buon Anno»

31 de diciembre de 2013.
New York, USA.

Queenzel.

El cielo no daba señales de la luna ni las estrellas, y el ambiente se había vuelto tenso desde que anocheció. Las solitarias y heladas calles de Nueva York hacían de éste momento aún más dramático para mí. El frío aparentaba penetrar mí piel llegando hasta mis huesos, y el hecho de estar caminando yo sola en la oscuridad; parecía ser provocante de que me asaltaran en cualquier instante.

Lo peor es que no solo no había llevado alguna chaqueta como para calentar un poco mi cuerpo y así evitarme una enfermedad, sino que tampoco fui inteligente a la hora de traer conmigo algún teléfono-celular para poder llamar a alguien. En estos lapsos no me quedaba nadie, y trataba con todo mi ingenio de hallar algún lugar en donde poder hospedarme, aunque sea, por ésta noche. La única opción que me quedaba, era recurrir a mi abuela, Celeste; pero como dije antes, no tenía un móvil, además carecía de dinero como para poder tomarme un taxi o llamarle desde alguna cabina telefónica, asimismo, su casa quedaba al otro lado de la ciudad y para ser franca, no la conocía lo suficientemente como para aventurarme en ella.

Mi ropa no era de ayuda. Acostumbrada al cálido ambiente de mi antigua casa, no me molestaba el hecho de usar un atuendo ligero, como en este caso, ropa de gimnasio. Aunque, tal vez debí haberme cambiado al momento de explotar mis opiniones ante mis padres.

Nunca fuí una hija desobediente. Desde que tengo memoria, me había sometido ante los deseos y caprichos de las personas que consideraban lo que era mejor para mi. Y nunca reproché o me opuse ante nadie, pues yo también barajaba que sus decisiones para con mi vida eran lo adecuado. Todo hasta que me percaté de que no me tenían en cuenta. De que mis sueños, anhelos o aspiraciones no eran importantes a la hora de tomar elecciones por mi futuro. Mi propio futuro. Comprendí que los deseos de mis padres suprimían los míos, que eran unos malditos egoístas que no les importaba si yo era feliz, sino si era la mejor.

A mis dos años ya empecé a demostrar mi destreza con el lenguaje, las letras y mi alta capacidad para con los números. Si, era una "niñita superdotada", por así llamarle. Mi coeficiente intelectual sobrepasaba la media. Y no era de sorprenderse, provenía de una familia sabelotodo que de generación a generación había marcado historia. O al menos eso me habían mencionado mis padres. Jamás conocí a mis abuelos o tíos paternos, y por parte de mi madre, solo era mí abuela, tías y primas las cuales..., dejaban mucho que desear. El punto es que no pude disfrutar de una infancia normal, desde mi niñez había sido internada en clases avanzadas, estudié más de diez idiomas y a la edad de ocho años ingresé a la FEMIS (Formación Especial Militar de Inteligencia Suprema), una academia militar para personas como yo. Y a pesar de no tener la idea de seguir el servicio militar, fui entrenada como uno de ellos mientras obtenía licenciaturas y títulos universitarios. Lo sé, es casi imposible de creer, pero es la realidad de muchos. Fui una soldado antes de ser una adolescente, y mi rutina de estudios, entrenamientos y clases abarcaban dieciséis horas de mi día, los siete días de la semana.

Siempre fui la mejor, pero nunca bastaba. Mis profesores querían más, mis padres querían más. Yo quería más. Y no me había dado cuenta de que estaba desperdiciando los años más importantes de mi adolescencia. Solo tenía tres amigas; las cuales eran mis roomates, a mis hermanos mayores no me los cruzaba nunca, y mis padres estaban a kilómetros de distancia. Y aún así, me esmeraba por ser la número uno en todo. La mejor alumna, soldado e hija que alguien pudiese imaginar. No obstante, como dije antes: nunca bastaba. No importaba lo que hiciese, mi padre jamás me dio su aprobación u orgullo de eso, sus palabras siempre eran las mismas.

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