Yoo Jeongyeon, una fría y calculadora cazarrecompensas y coleccionista profesional ya tiene su siguiente objetivo en la lista, y planea divertirse mucho con él.
Im Nayeon, una chica educada, humilde y dulce, pero con demasiados problemas en la vida...
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Corriendo entre arbustos, plantas y árboles para escapar de las falsas acusaciones.
De los prejuicios.
De los actos inhumanos.
De las injusticias cometidas en su contra.
De los castigos.
De los golpes.
Para escapar de su destino.
Nayeon sabía que no tenía sentido correr de esa forma, alejarse tanto porque tarde o temprano la encontrarían y le harían volver con ellos aunque ella no le gustase la idea. Aunque fuese contra su voluntad y aunque llorara y pataleara por ello.
No podía seguir así, llevaba días intentando huir. Solo gastaba energías y estaba a punto de desfallecer. Pero estaba claro que no había pensando en ello cuando decidió escapar de ese lugar horroroso.
Debió empacar más cosas.
Aunque era mejor estar allí, a medio morir, antes de regresar. Valía totalmente la pena para ella.
Estaba completamente segura de que había bajado drásticamente de peso debido a la escasez de alimentos; el agua de su cuenca, que había recargado hace poco, estaba a punto de acabarse; el poco dinero que llevaba también, y con ello todas sus ganas de vivir.
Cayó al suelo en un golpe seco, y para su mala suerte, el cuenco con la poca agua que quedaba cayó de igual forma, abriéndose y derramando el poco contenido en el suelo, sirviendo como nutriente de las plantas que la rodeaban y los animales que se alimentaban de ellas.
Nayeon se puso de rodillas rápidamente, intentando tomar aunque sea un poco de agua entre sus dedos, pero solo consiguió tierra y lodo.
―No!, ¡No, no, no!
El agua rápidamente se secó, y Nayeon cayó en el suelo nuevamente, sintiendo sus fuerzas irse, sin embargo no hizo ningún intento por levantarse, ya no tenía fuerzas para seguir levantándose.
Porque a pesar de que los años habían pasado, y los maltratos y abusos empeoraban, ella continuaba levantándose e intentando derrumbar los obstáculos. Diciéndose que algún día todo mejoraría, que, al igual que en los libros que solía leer, y en las películas que solía ver, llegaría ese alguien y la sacaría de toda su miseria y soledad. Alguien que la ayudara a escapar o cambiar su destino.
Su propio príncipe azul.
Pero debía saber que esas cosas no pasaban en la vida real, y que solo eran sueños ficticios y espurios de su niña interior.
Su padre siempre le decía que ella era una persona muy fantasiosa, que su imaginación era más grande que su cerebro y que eso le costaría demasiado. Se lo repetía constantemente. De hecho, era una de las muchas cosas que le disgustaban de su hija y jamás le dejaba olvidarlo. Siempre le recordaba los errores que cometía, lo que más odiaba de ella.