PRIMERA PARTE

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Dulce, cálida e inocente seas en tan graciosa belleza.

Celestial sea tu presencia en la amarga agonía de mi alma.

Princesa mía, reina mía. No me apartes de tu lecho y acógeme como tu fiel servidor.

Que tus ojos iluminen mi camino a la esperanza.

Que tus labios señalen el valle hacia el pecado.

Nadie es digno de amarte, ni siquiera yo.

Mi culpa es venerarte, mi culpa es guardarte devoción.

Imploro tu perdón, Ángel de los traidores.

Soy un devoto entre tantos bastardos, pero solo una palabra tuya servirá para salvarme.

Madre de Judas, ruega por tu hijo.

Porque solo tú conoces el final de quienes osan señalarte.

Ravenholt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora