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La característica luz del fuego llama su atención. Normalmente, Eskel habría pasado de largo tan pronto como viera indicios de un campamento cerca, pero el agrio olor que venía de esa dirección le hizo considerarlo mejor antes de irse.

Olía a tristeza, enojo y, aunque en menor medida, miedo también. Los humanos eran bastante emocionales, y bien podía ser sólo un hombre ahogando sus problemas en alcohol, pero Eskel no iba a arriesgarse a dejar a alguien que podía estar en peligro.

Llevó su mano a la espada de plata y la desenvainó con toda la lentitud y sigilo posible. Lil' Bleater dormía sobre Scorpion, por lo que simplemente se aseguró de dejarlos atrás, a una distancia prudente de la posible amenaza.

Entonces, con una postura agazapada y acercándose lentamente, por fin se abrió paso entre árboles y arbustos, pero frunció el ceño y se irguió confundido cuando, frente a él, encontró algo totalmente diferente a cualquier cosa que pudiera haber esperado.

Ninguna fogata había allí. En cambio, sólo un hombre se hallaba sentado en un tronco caído, pero definitivamente no era cualquier clase de hombre, no cuando intensas llamaradas salían de sus manos y quemaban el objeto que tenía entre ellas. Casi pudo haber pasado por un hechicero practicando magia prohibida, si no fuera porque todo el cuerpo del hombre había empezado a brillar en diversos tonos de rojos también, como si en cualquier momento fuese a arder por completo.

No sabe en qué momento el hombre lo descubrió mirando, pero de pronto un par de ojos azules están sobre él, una maldición resonando bajo los labios contrarios. Al verlo de frente, Eskel no tiene ninguna duda sobre a qué se está enfrentando.

—Eres un fénix —él susurra, dando un paso hacia adelante de manera inconsciente. Los ojos azules y el cuerpo envuelto en llamas son sólo un indicio, pero Eskel casi puede ver la forma del plumaje en el cuerpo contrario, apareciendo como un aura rojiza a su alrededor.

Su descubrimiento, por razones obvias, no es bienvenido. El hombre de inmediato se pone de pie frente a él, todo el fuego antes esparcido en su cuerpo ahora concentrándose como grandes llamaradas en las palmas de sus manos. Los ojos azules le miran amenazantes, y es entonces cuando Eskel se da cuenta de que aún sostiene la espada.

—Y tú un brujo —dice el hombre, su posición está en guardia y parece querer saltar sobre él en cualquier momento. Eskel se apresura a dejar caer el arma, levantando ambas manos como señal de paz. Hay muy poca información sobre los fénix en los libros de Kaer Morhen, pero está casi seguro de que no son criaturas hostiles.

—¡Eh! No busco un enfrentamiento —Eskel dice de inmediato—. Perdón por el malentendido, me sorprendió ver lo que eras, es todo. Puedo irme si quieres.

Espera que su intento de apaciguar la ira contraria dé frutos. El olor del enojo aún es fuerte, pero puede suspirar aliviado cuando por fin lo nota disminuir. El hombre relaja su postura lentamente y, aunque aún luce alerta, al menos deja ir las llamas de sus manos y se limita a encender una fogata tras él. Eskel infiere que no tiene visión nocturna, y no puede evitar tomar una nota mental de ello para agregarlo luego al apartado sobre los fénix.

—¿Cómo supiste lo que soy? —pregunta el ojiazul, su ceño se mantiene fruncido mientras recoge un laúd que Eskel no había notado hasta verlo en sus manos. Parece estar bastante más tranquilo, por lo que se permite recoger su espada y envainarla, pero aún con movimientos precavidos.

Piensa en la pregunta que el hombre acaba de hacerle, y no puede evitar bufar una risa.

—Todo tu cuerpo lo gritaba, y ni siquiera había visto uno antes. Por eso estaba sorprendido —él explica, y cuando la vista contraria sigue analizándolo con demasiada atención, finalmente recuerda cómo él mismo luce.

Gira el rostro por acto reflejo, tratando de ocultar sus cicatrices aunque sabe que ya es muy tarde, y de pronto se hace difícil seguir sosteniéndole la vista a la criatura frente a él.

—Bueno, ¿qué tal se te da la poesía? —dice el hombre de pronto, y la pregunta suena tan fuera de lugar que se ve obligado a conectar sus miradas nuevamente, sin poder desviar la vista esta vez cuando se encuentra con una amable sonrisa que lo aturde como un golpe en la cara.

El hombre se sienta en el suelo con las piernas en flor de loto, y no es hasta que palmea el tronco a su lado que sale de su aturdimiento, captando la clara invitación que él, aunque desconcertado, no puede rechazar.

Burn | JeskelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora