Parte IV

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Seokjin nunca había tenido un sueño definido. Siempre se sentía a la deriva de lo que los demás esperaban de él. Un buen hijo, un buen estudiante, un buen hombre. ¿Y cómo cumplía aquello de manera correcta? Suponía que se resumía a hacer lo que hacía sonreír a sus padres, orgullosos de un chico que nunca tuvo calificaciones bajas, un chico merecedor de un lugar en una universidad de prestigio.

Todo iba bien para él, aunque sentía un pequeño vacío que en su infancia no lograba rellenar. Pues sentía que estaba atrapado en una vida que no quería. Sabía que debía estar agradecido con sus padres, por siempre haberle dado lo mejor. Incluso se aventuraron a cruzar el océano en un barco, con la incertidumbre por lo que les esperaba, y la única esperanza de encontrar la estabilidad que en Corea del Sur, ante la violencia y el hambre que los conflictos habían dejado a su paso.

Seokjin en verdad amaba a su familia, y se preguntaba qué hubiera sido de ellos si no hubieran tomado aquella decisión.. Pero el vacío seguía ahí. ¿Cómo llenarlo? —¿Qué necesitas? —No lo sé. —¿Cómo sabes que te hace falta entonces? —Simplemente lo siento.

Seokjin siempre había admirado a su madre. La mujer no tenía una sola arruga en su rostro, incluso cuando trabajaba todo el día en una maquila. Sabía que seguro sus compañeras de trabajo la envidiaban, pues su madre brillaba naturalmente, incluso al despertar, cuando su cara estaba hinchada por el sueño profundo producto del cansancio.

Ella no utilizaba mucho maquillaje, pues sería una vanidad gastarlo en un día cualquiera, cuando trabajaba doce horas seguidas, sólo para llegar a casa a preparar la comida que cocinaría por la madrugada, los platillos que vendería a sus vecinos, que eran en su mayoría asiáticos. Pero no habían surcoreanos, y la gente amaba la comida. ¿Por qué desaprovechar el dinero extra?

Seokjin la ayudaba a preparar los platillos, que aunque no se apegaban demasiado a la receta original —los ingredientes eran difíciles de conseguir en su barrio, y su padre viajaba una vez a la semana a las afueras de la ciudad a comprar productos de granjeros, así que debían adaptarse—. El chico se levantaría unas tres horas antes de tener que alistarse para ir a la escuela, pensaba que eso era lo menos que podía hacer para ayudar a su familia.

Su padre había conseguido un empleo como contador en una empresa distribuidora de electrónicos y artículos relacionados. Al ser un indocumentado la paga no era la justa, pero la necesaria para sobrevivir. Los dueños de las grandes empresas capitalistas se aprovechaban de los inmigrantes que poseían conocimientos que serían muy costosos si sus documentos fueran válidos. Entonces explotaban a estas personas, ya que sabían que era lo "mejor" que podrían recibir, lo único a lo que podían aspirar.

Seokjin pensaba que el mundo era completamente injusto, pero su madre le decía que la injusticia era algo que siempre había existido en el mundo. Desde el origen de la civilización.

—Pero, ¿Por qué hay personas que sufren más que otras?

Su madre sonreía dulcemente, tratando de explicarle de la manera más realista a su unigénito de diez años, que cuestionaba todo.

—¿Sabes lo mucho que sufren las reses cuando van al matadero, JinJin? —el niño negaba, prestando atención a su madre mientras ambos doblaban piezas de mandu a la mitad. La mujer era claramente más ágil—. Bastante, cielo. Pero gracias a ese sufrimiento nosotros podemos alimentarnos. ¿Por qué crees que tu padre nunca desperdicia nada, ni siquiera las entrañas?

—¿Porque a los adultos les gustan las cosas asquerosas?

Su madre rio mientras negaba.

—No, cielo. Lo hace porque no quiere que la violencia a la que fue sometido el animal haya sido sólo para comer sus músculos —Seokjin hizo una mueca de disgusto—. No hagas esa cara, porque a ti te encanta comerte esa carne.

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