—¡Tiren!
La línea gruesa se clavó en las palmas de las manos de Namjoon mientras tiraban, el barco se puso en pie. Al este, el cielo estaba finalmente oscuro de nuevo, la luz naranja ardiente se extinguió, pero muy pronto el sol aparecería.
Todos se esforzaron por enderezar la Manta Maldita, los hombres restantes de la jabalina sabían que no tenían más remedio que ayudar con su capitán muerto y su barco destruido, la explosión era visible a kilómetros de distancia. Todos corrían el mismo peligro, la Marina Real siempre al acecho.
A su lado, Seokjin hizo un gesto de dolor, apretando los dientes, y Namjoon supo que tiraría hasta que sus manos se enrojecieran. El orgullo fluía, y le dolía por abrazarlo, perderse por unos minutos felices antes de volver a su trabajo.
Oh, besar a Seokjin otra vez, aunque sus bocas estaban hinchadas y magulladas.
Le hizo temblar la columna vertebral aunque su piel estaba húmeda por el sudor en la noche cálida. La forma en que Seokjin se arrojó a sus brazos, bajó su cabeza y apretó sus labios.
El beso había sido una invasión, Seokjin exigiendo entrada, sus dedos escarbando en el cuero cabelludo de Namjoon, reclamando la victoria antes de que Namjoon pudiera montar una defensa.
Había sido completamente conquistado en ese momento, pero fue una rendición gloriosa. Namjoon se había hundido felizmente con el barco, saboreando finalmente a Seokjin, el amargo sabor de la sangre y la batalla, incapaz de borrar una dulzura propia.
Después, sus besos fluyeron con un suave fervor que sólo podía llamar adoración, ninguno de los dos se cansó, sus cuerpos magullados y maltratados y entrelazados como uno solo.
Pero no había tiempo por que el amanecer corría hacia ellos sin piedad, sin importarle que sólo hubiesen reparado una parte del barco, sin importarle que tuvieran que navegar las últimas millas hasta la Isla Primrose y no retrasarse. La posible atención atraída por la explosión era demasiado peligrosa para esperar otro día.
Éste sería el día en que tendría que entregar a Seokjin, y Namjoon deseaba que la noche nunca terminara.
Había habido tanta sangre. A la pálida luz de las estrellas, había aparecido oscura y mortal, enmascarando el rostro de Seokjin como un sudario funerario. En ese instante en que su corazón se agarrotaba y se rompía, Namjoon estaba seguro de que Seokjin estaba condenado, que sería testigo de los últimos momentos, escucharía el último suspiro de Seokjin y vería esos ojos vidriosos, sentiría que su cuerpo se enfriaba.
Su dolor ante ese pensamiento aún perseguía a Namjoon, y se maravillaba de que alguna vez pudiera haber amenazado casualmente, sin pensar, con acabar con la vida de Seokjin. Ahora lo protegería con cada centímetro de su ser, sin importar el costo.