Con esa nota cantaré

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Un mes había pasado desde que el ganon, el cataslimo, había sido derrotado por los héroes de Hyrule.

La situación del país se vio diezmada por los tantos monstruos que emergieron del mismísimo ganon, pero gracias a que la raíz de los males fue eliminado, en cuestión de algunos días los monstruos volvieron a ser pocos en cantidad.

—La clase de hoy nos enfocaremos en LA, ya que la anterior Su alteza fue capaz de seguirme en SOL. Será un poco complicada, pero confío plenamente en que podrá hacerlo —habló la vieja maestra de música.

A quien se refería como Su alteza no era otra que Zelda Hyrule, primera y única princesa del reino de Hyrule.

—Entendido —respondió la joven rubia.

A Zelda le gustaban sus clases de música, sobre todo cuando eran de coro, como lo estaban haciendo en esos momentos.

Ser capaz de liberar ese, ese algo que amenazaba con explotar dentro suyo, de una forma tan romántica como lo eran las canciones, siendo sin duda un alivio para su apretado corazón.

La canción que Zelda entonó, decía lo siguiente:

Y si muero, Hyrule mío, corazón mío
Y si muero sin mirarte, moriré
Y desearé, desearé volver a ti
Pero mis letras se quedarán aquí.

Y moriré, yo moriré aún con frío,
pues mis canciones serán para mí
Aún mis besos su dueña no verán
la que deseaban mis amores perderé.
Yo moriré aún sin morir moriré,
moriré, moriré...
Sin mi Hyrule, mi tierra moriré.

Tras terminar su canción, soltó un suspiro largo y miró hacia la anciana que le dictaba la clase.

—Nunca deja de impresionarme, Alteza —felicitó con una sonrisa—. Su voz transmite muy justamente los sentimientos que la canción quiere transmitir.

Zelda sonrió ante tal felicitación, pero en el fondo lamentaba sentirse como el autor de dichas estrofas.

Se sentía tan vacía. Tan insuficiente.

—Oh, el caballero honorario parece haber vuelto.

Cuando la maestra comentó eso, Zelda miró por la ventana.

Al mismo tiempo una mucama tocó la puerta y luego de abrirla un poco, habló.

—Alteza Zelda, Su majestad ha vuelto y pide su presencia.

—Bien, iré de inmediato.

Cuando respondió, la sirvienta cerró la puerta y la princesa miró a su profesora.

—Puede retirarse, es Su majestad de quien hablamos.

—Vuelvo si queda tiempo.

—No se preocupe —dijo sonriendo amablemente—. Nos veremos en la próxima clase.

—Nos vemos.

La joven hizo una muy breve reverencia con su cabeza, casi solo como un asentimiento, mientras la mayor inclinó por completo la parte superior de su cuerpo ante la princesa, luego de lo cual Zelda abandonó la habitación y fue a encontrarse con su padre.

[ . . . ]

—Quisiera agarrar esa espada y acuchillar algún bokoblin y sacarle las tripas.

Ante las barbáricas palabras de la princesa del reino de Hyrule, su acompañante solo la miró en silencio. Aunque en su mirada estaba escrita la pregunta: ¿Es broma?

—Sí, es broma. Quisiera acuchillar a esos diplomáticos fastidiosos que solo quieren monedas.

Link tampoco dijo nada, pero la miró aún más preocupado.

Zelda suspiró y sacudió su cabeza.

—Te falta una dosis de alegría.

Colgó su cabeza y dejó que todo su cuerpo se balanceara fuertemente con cada paso de su caballo, mientras hacía una mueca de rendición.

Pero de repente le llegó la inspiración.

—Link. ¿Cantamos?

—¿Cantar? —preguntó él, hablando por primera vez.

—¿Te sabes la de Sin mi Hyrule moriré?

—Es la única canción que enseñan a los soldados.

—Sí, sí. Esa. ¿Sabias que fue descubierta en un árbol fosilizado? ¡Es una canción muy vieja! En ese mismo sitio fue también en donde los Sheikah...

Dejándose llevar, Zelda habló y habló. Y habló un poco más.

Habló tanto que en algún punto su voz se quebró y tuvo que detener su caballo.

—Lo siento, algo se me habrá metido en el ojo. Jajaja...

Se alejó un par de pasos, pero estos fueron rápidamente acortados por Link, quien se paró un a un paso detrás suyo.

—¿Puede contarme lo que le molesta, Alteza? —preguntó él.

Zelda se quedó de pie, mirando hacia el suelo.

—Al final no te fui de ninguna ayuda ¿no? Derrotaste a ganon tú solo y-

—Discúlpeme, Alteza. Pero derroté a ganon con ayuda de todos.

Ella lo miró con molestia.

—Sí, pero fuiste tú quien se paró de frente con ese horrible ser. ¿Y yo qué hice? Quedarme a lo lejos esperando que todo pasara. Nunca sentí el dichoso poder de la familia real ni mucho menos lo desperté. De todos fui la más inútil, nunca serví en nada de lo necesario, yo solamente-

Un fuerte abrazo silenció a la joven parlanchina.

Link pasó frente a ella en un movimiento veloz y en una acción osada la cubrió con sus brazos.

—Urbosa me dijo que la abrazara si se sentía mal. Le ruego me disculpe si la ofendí... —empezó a hablar Link, pero se calló al sentirla recostar su cabeza contra él y apretar su camisa.

—¿... te puedo ser útil para algo? Yo, Link. No la princesita de este reino.

Link guardó silencio un momento, luego, algo avergonzado, habló:

—Me gusta su voz.

Al inicio la rubia no supo qué hacer, pero luego sonrió y empezó a reír suavemente.

—¿Me escuchaste hoy?

—Su Majestad parecía saber que estaba en clase de coro, así que nos acercamos a oírla.

—El rey es...

Rio un poco más, luego apretó el abrazo con Link.

—¿... podemos quedarnos así un rato? —pidió ella.

—Como guste Su alteza —respondió.

Y se abrazaron un momento, largo momento más.

[ F I N ]

Con esa nota cantaré - ZelinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora