JungKook
—Estaré allí —llamé a través de un bocado de comida cuando escuché el timbre de la puerta abrirse. Era sólo la una de la tarde y las cosas acababan de empezar a calmarse lo suficiente como para que yo tratara de hacerme una rápida pausa para el almuerzo. Había logrado convencer a Kelly, mi jefa y dueña de la florería, de que se fuera a casa temprano, a pesar de la avalancha de los primeros compradores del Día de San Valentín. Kelly había descubierto recientemente que estaba embarazada de su segundo hijo y las náuseas matutinas eran especialmente graves esta vez. Yo sabía que le había matado tener que irse en un momento tan ajetreado, pero ya que ella había estado prácticamente colgando del bote de basura de la habitación trasera toda la mañana, no tenía sentido que intentara quedarse.
Además, la tienda al estar ocupada me mantenía a mí ocupado, lo que significaba que no tenía que pensar en Kim SeokJin y su increíble boca... cuando no la usaba para hablar de todos modos.
Habían pasado más de treinta y seis horas desde mi desastrosa cita con el maleducado pendejo, y aun así no podía quitármelo de la cabeza.
Lo cual no tenía sentido porque él había sido un imbécil desde el momento en que entró al restaurante, me miró esperándolo en el puesto de la anfitriona y me preguntó rudamente—y en voz alta—si yo era el tipo de Heart2Heart.
Pero sabía que mi mente traidora estaba colgada en esos pocos momentos en los que había visto algo en sus ojos que no fuera irritación o burla.
Después de nuestra cita, no, enrolle, porque así como casi todos los chicos con los que había estado desde que dejé que el capitán del equipo de lucha libre de mi preparatoria me follara en el vestuario de la escuela cuando tenía dieciséis años, SeokJin el imbécil también me había considerado digno de ser una follada rápida y anónima, inmediatamente me había ido a casa, borré mi cuenta de Heart2Heart, me comí un bote de helado de masa de galletas y me puse a ver la primera temporada de Game of Thrones hasta que Kira llegó a casa.
Me las había arreglado para mantener la compostura mientras ella se entusiasmaba con lo increíble que era su prometido y los planes que había hecho para que fueran a celebrar el Día de San Valentín en New Hampshire o Vermont o en algún otro lugar perfecto como ese. Pero tan pronto como me preguntó cómo había ido mi cita con el Buenote SeokJin, lloré como un bebé y le conté cada detalle humillante de cómo me había mirado desde el momento en que se enteró de que yo no era más que un empujador de ramos de flores hasta mi disposición de tirar todo el sentido del decoro y dejar que me follara contra el lavabo del baño. Kira había ido inmediatamente al congelador, había tomado otro recipiente de helado y lo había compartido conmigo porque ella me había recordado que mi chico perfecto seguía ahí fuera y que un día me encontraría y vería más allá de la ropa llamativa y la cara bonita y me vería... a mí.
Quería creerle, en serio. Pero había besado un montón de sapos en mis días... y ninguno se había convertido en un príncipe.
Casi le había preguntado qué pasaba si no todos tenían el final de cuento de hadas, pero tenía demasiado miedo de la respuesta.
—Lo siento —dije mientras me apresuraba a atravesar la puerta giratoria hasta la entrada de la tienda—. ¿Cómo puedo ayudar...
Mis palabras cayeron cuando vi quién era mi cliente. Luego mi estómago cayó a rodillas.
Dios, él realmente era hermoso.
—SeokJin —respiré, y luego recordé que no debía hacer esa mierda. Estaba enojado con él. Era el rey de los malditos sapos.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunté.
Estaba vestido con lo que parecía otro traje hecho a medida, aunque éste era gris carbón. Tenía las manos pegadas a la espalda y se movía de un lado a otro sobre sus pies, casi como si se sintiera incómodo.