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Muñequito se acostumbró al dolor. Al terror. Al pánico envuelto en su estómago, subiendo por su garganta, pero quedándose allí, sin salir, porque si salía, iba a significar que todo se derrumbaría a su alrededor.

Él no entendía bien lo que ocurría, pero sólo sabía que dolía y debía soportarlo, pues era lo que se esperaba de él.

Así como se esperaba que estuviera quieto, sin moverse, mientras dejaba que su Dueño le usara como mejor le placiera.

Como estaba ocurriendo en ese momento.

Su Dueño le compró un nuevo vestidito que le puso esa noche, diciendo que se veía bonito y precioso, combinando con su cabello largo, desordenado, que a veces cubría incluso su rostro. Ahora miraba el techo, con sus ojos encandilados en la luz, tratando de ignorar los gemidos que Dueño soltaba a medida que se movía entre sus piernas abiertas y extendidas, y trató de ocultar el estremecimiento cuando de pronto sus muslos estuvieron pegajosos, la sensación conocida de que eso terminó llenándolo.

Su Dueño suspiró con alivio, subiéndose los pantalones y mirando a Muñequito con gusto.

—Qué bonito te ves así —alabó, para después tomarlo en brazos—. Cada día te pones más precioso, Muñequito, ¿no? Llevas casi dos años conmigo y estás muy guapo.

Muñequito no lo miró, sin entender sus palabras, sin reaccionar cuando lo besó en la boca.

El adulto lo cargó hacia el armario, sin importarle un poco si estaba sucio, abriéndolo y sentándolo en la repisa que tenía allí escondida, rodeada de cojines para su muñequito, y lo recostó, cerrando la puerta.

Muñequito se vio envuelto en la oscuridad en ese instante, apenas respirando. Cerró sus ojos luego de un instante y se puso a dormir, acostumbrado a estar acostado en ese lugar.

Lo que no se esperaba fue que su sueño fuera interrumpido tan violentamente.

La puerta se abrió de golpe y él no sabía qué ocurría, sobresaltándose por todo el ruido, por todos los gritos, por la luz sobre él.

—¡Señor! —gritó un desconocido—. ¡Señor, tenemos...! ¡HAY UN NIÑO AQUÍ, SEÑOR!

¿Niño? ¿Qué niño? Ahí sólo estaba Muñequito.

Hubo más gritos, más luces apuntándolo, y retrocedió de forma automática, aterrado por esa extraña situación, porque no entendía que estaba pasando.

Quiso gritar cuando esos desconocidos lo agarraron, pero no salió voz alguna, sólo gruñidos y jadeos extraños que no pudo reconocer como suyos. Se revolvió y batalló contra esas manos ajenas, sus piernas acalambradas por el tiempo que estuvo acostado en tan incómoda posición, aunque no pudo luchar cuando lo sostuvieron, murmullos suaves tratando de tranquilizarlo, sin embargo, Muñequito no se sentía bien.

Todo se le revolvía, su mundo daba vueltas, veía borroso, y de pronto vomitó.

Vomitó antes de que todo se volviera oscuro.

Entonces despertó otra vez en un lugar desconocido, recostado en una camilla, y sus piernas encontraron o una extraña fuerza para ponerlo de pie, tratando de huir de allí, confundido y perdido. Una mujer lo descubrió, comenzando a gritar, teniendo que ponerle un calmante cuando quiso salir corriendo.

Todo ocurría como si fuera un sueño, sin entender nada, sin comprender qué estaba ocurriendo con él. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Dónde estaba su Dueño? ¿Dónde estaba Señor Shin? Quería volver con Señor Shin, porque era bueno y lo cuidaba, le daba caramelos cuando era bueno, ¿por qué no iba a rescatarlo?

Muñequito de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora