5. Hogar

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Durante tantos años te quejaste de lo largos que eran tus días, de cómo anhelabas que llegara la noche para poder cerrar los ojos y dormir el cansancio.

Nunca en tu vida has temido tanto una puesta de sol.

—¿Está segura? —Roland preguntó mientras asegurabas tus armas a tu espalda. Te recordó las últimas palabras de Lady Beneviento antes de partir. ¿Cómo iba a saber que no la abandonaste? ¿Que quieres correr hacia ella ahora, para estar a salvo con ella? ¿Cómo iba a saber ella que no hizo nada malo y que con cada fibra de tu ser deseabas poder estar con ella otra vez? Una pequeña parte de ti deseaba no haberte ido nunca. Era una parte egoísta, sí, pero aun así la sentiste.

—Estoy segura. —Le diste una palmadita en la espalda antes de acercarte al carro del Duque.

—Toma lo que quieras por matar a los diez. —Un puro nuevo colgaba de su boca.

—Elegiré cuando regrese. —Sonreíste suavemente antes de prepararte para irte. —Sí, cuando regrese.

—Espera. —El Duque llamó. Te detuviste. —¿Cuánto quieres por no hacer esto?

—Sabes que no voy a dejar que esos perros vayan tras este pueblo, tras de ti. —Suspiraste, girándote hacia él.

—Deja de hacerte la tonta. ¿Cuánto quieres? —Estaba metiendo la mano en una caja fuerte cercana cuando lo detuviste, sosteniendo su mano. Cuando el hombre te miró, podías ver las lágrimas en sus ojos y saltaste sobre él, abrazándolo tan fuerte como pudiste. —Nunca te abracé. —Escuchaste su voz quebrarse—. Nunca me gustaron los abrazos, así que nunca te abracé. —Estaba a punto de derrumbarse, podías sentir los temblores en su cuerpo. —Tu-tu madre siempre decía que dabas los mejores abrazos. Desearía haberte abrazado más.

—Oh, está bien, Duque. Estuviste ahí para mí cuando más lo necesitaba. Y nunca podría pagar la deuda que tengo contigo. —Te apartaste y secaste sus lágrimas.

—Págala volviendo a nosotros con vida, Zip.

Ambos sabían que las posibilidades de que regresaras eran escasas o nulas. No había forma de que un grupo de cazadores pudiera manejar una manada de cincuenta lycans por su cuenta, y mucho menos una sola persona.

Le ofreciste una pequeña sonrisa antes de dejar el carro y encontrarte con Roland en el borde del pueblo, donde el bosque se encuentra con la carretera.

—No me gusta esto.

—A mí tampoco.

—Entonces no lo hagas.

—Sabes que tengo que hacerlo.

—Pero no tienes qué, Zip.

—Roland, ya hemos tenido esta conversación cinco veces. Sabes que sí.

Se volvió hacia ti con dureza.

—¿Y que? Mueres, ¿entonces qué? ¡¿Tenemos que valernos por nosotros mismos?! ¿Quieres protegernos, así que esto es lo que haces? ¡¿Cómo tiene sentido eso?! ¡Dime!

—Seré capaz de derribar al menos la mitad, si doy todo lo que tengo, el resto debería irse y si no lo hacen, tendrás que lidiar con veinticinco lycans menos. —Suspiraste, cansándote de explicarte la oferta una y otra vez. Sabías de dónde venía, comprendías el dolor que enfrentaba, pero sabías que esto era necesario—. Tenerte, Roland, como mi mejor amigo ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado. Te conozco, así que sé por lo que estás pasando. Pero me conoces, así que sabes que no hay forma de que no vaya a hacer esto.

Te miró, las lágrimas amenazaban con derramarse a través de sus ojos, antes de asentir rígidamente.

Cuando los primeros aullidos llegaron desde el medio del bosque luchaste contra las lágrimas y emprendiste el camino. Llevaste contigo la sangre de los lycans que mataste en tu ropa, alejando su olor de la aldea.

¿Me escogerás siempre a mí? || Donna BenevientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora