6. Abrazos y baile

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Cuando te despertaste, tu cabeza latía con fuerza y ​​el rugido de la cascada fuera de tu ventana era insoportablemente fuerte. La pálida luz de la luna se derramaba por las ventanas, ayudando a tus ojos a acostumbrarse a la oscuridad.

Joder. —Respiraste, llevándote una mano a la cabeza. O al menos lo intentaste, antes de que un dolor te subiera por el hombro y te hiciera maldecir de nuevo. Miraste tu pierna izquierda y notaste que estaba envuelta en vendajes, y una mirada rápida hacia abajo te dijo que la parte superior de tu torso también lo estaba. Y luego recordaste por qué era así, y tu ritmo cardíaco se disparó. Ese lobo ¡Incluso los lycans le temían, Lady Beneviento! ¡¿Y si le llega a ella?!

Saltaste, amarillo nublando tu visión pero necesitabas asegurarte-...

—Qué-¡ESTÁS ARRIBA! —Angie chilló cuando entró en la habitación y corrió hacia ti, casi derribándote en tu estado de debilidad.

—¡¿E-está bien Lady Beneviento?! —Preguntaste, mirando frenéticamente detrás de ella en busca de la fabricante de muñecas.

—Sí, pero ahora está dormida. No ha dormido desde que te salvó. Que serían cuatro días si cuentas hoy. —Angie pensó por un segundo—. No creo que durmiera la noche anterior tampoco, así que supongo que cinco.

—¿Cuatro días? —exclamaste.

—Sí... no lo estabas haciendo muy bien.

—Gracias... eh, señorita Angie. —Le diste una palmadita en la cabeza a la muñeca, calmándote un poco—. ¿Crees que se levantará pronto?

—¿Donna? —preguntó Angie—. No sé, tal vez, ¿por qué no volviste ayer? —Saltó sobre la cama y te miraba con curiosidad.

—Yo-...

Escuchaste tu nombre.

Te volviste para ver a una Lady Beneviento de aspecto muy exhausto en la puerta, mirándote como si estuvieras loca, asumiste, su lenguaje corporal era bastante expresivo.

—¿Por qué estás fuera de la cama, estás bien? —preguntó ella, con un toque de pánico en su voz.

No pudiste detenerte antes de acercarte cojeando a ella y lanzar tus brazos alrededor de su cuello, abrazándola cerca de ti. Sentiste que su cuerpo se tensaba antes de que sus brazos se envolvieran alrededor de tu cintura y te quedaste ahí, inhalando su aroma. Olía a bosques, naturaleza y piñas. Hogar.

—Me salvaste, ¿no? —Hablaste en su cuello.

Sentiste que su cabeza asentía rígidamente.

—Gracias.

—Debes descansar más. —Su voz era suave, se notaba que no quería dejarte ir todavía.

—Tú lo necesitas más que yo. —Te apartaste y la sentiste inclinarse un poco para prolongar el abrazo.

Te volviste hacia Angie, que te observaba de cerca, y tosiste de forma extraña antes de volver a esconderte bajo las sábanas.

—Bueno, si hay algo que necesites, llámame, por favor. —Lady Beneviento comenzó a irse.

—¡Espera! —Exclamaste, haciendo que ella girara rápidamente. Recordaste la noche antes de irte, lo que ella necesitaba para una noche real de sueño—. ¿Puedes quedarte?

Sus ojos se abrieron. —¿Q-qué? ¿Quedarme? ¿Contigo?

—Sí, conmigo, en la cama, mientras duermo. ¿Tal vez podrías descansar un poco también? —Un leve rubor cubrió tus mejillas—. Solo si quieres. —Oh, cómo se invirtieron los papeles de la otra noche.

¿Me escogerás siempre a mí? || Donna BenevientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora