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⊱┄┄┄┄┄┄┄𝐤𝐢𝐦 𝐭𝐚𝐞𝐫𝐚𝐞┄┄┄┄┄┄┄⊰

─ ¡Gyuvin! ─grité mientras el sonido de la campana desaparecía, pero él ya no estaba ahí.

Mis ojos vieron entre las sombras un movimiento brusco a unos metros de mi. La oscuridad me impedía ver con claridad, pero se sentía una presencia acompañandome. Saqué el encendedor de mi bolsillo y traté de alumbrar hacia esa dirección.

─ Gyuvinie...dime que eres tú por favor.

Me acerqué todo lo que pude, pero casi vuelvo a caer a ese hueco debajo mío. No tenía sentido andar por la oscuridad con solo un encendedor insignificante.

Caminé hacia las velas y con rapidez encendí todas las que encontré. No había nadie dentro pero aún así sentía una presencia mirándome y una sensacion terrible.

Supe que Gyuvin ya no estaba aquí, y todas mis opciones de salir vivo se esfumaban poco a poco. Sentí el ardor en mi ojos. Las lágrimas amenazaban con escaparse y el pecho me dolía.

Por primera vez, en toca la noche me di cuenta de que estaba solo, sin ninguna escapatoria y con la gran probabilidad de morir de la manera menos esperada.

Ya no había nadie por quien ser fuerte. No había nadie a quien calmar. Solo estaba yo y mi desesperación silenciosa. El tiempo pasaba y la oscuridad era mi único acompañante. No lograba comprender el porque nuestro final fue de esta triste manera.

Mirando los oscuros rincones una pizca de esperanza creció en mi, como si algo me impulsara a escapar. Empecé a buscar una salida, con el pánico recorriendo mis manos.

Busqué algo que me pudiera ayudar entre las cosas en el altar, pero no había nada útil ahí. Lancé la botella de vino contra la puerta y la destrocé, pero la puerta no sufrió ningún rasguño, como si una pluma lo hubiera tocado.

Traté de tirar objetos que encontraba a mi paso contra los ventanales, pero estos caían sin siquiera alcanzarlos. Moví las bancas, lancé las velas al piso, golpeé el altar con los puños y lloré. Lloré como nunca antes lo hice.

Toda mi desesperación acumulada la solté llorando, gritando y rompiendo cosas sabiendo que no lograría nada con eso.

Bajé mi vista y noté que me encontraba encima del cuarto en el sótano. Iluminé y descendí, buscando cualquier cosa que me pudiera ayudar.

Ahí abajo todo estaba idéntico a como lo dejé horas antes. La mesa seguía debajo del agujero y las estanterías seguían inmóviles en las paredes, más aún así algo tenía de extraño. Me tomó un momento darme cuenta que algo había cambiado: las manchas.

Las manchas que había visto en las paredes al mover la mesa parecían haberse convertido en una sola y gigante que cubría hasta el piso.

Decidí quedarme a inspeccionar, puesto a que de todas formas estaría encerrado tanto ahí arriba como aquí abajo.

El hedor volvió a aturdirme. Cubrí mi nariz e iluminé con el encendedor hacia las manchas, tan siniestras como la primera vez que las vi. Noté que, escondida entre dos tablas, una argolla de metal se asomaba.

─ Una salida...debe ser una salida.

Me apresuré en tocarla y tirar de ella tan fuerte como pude. Se abrió con un crujido sonoro y reveló lo que pensé era mi única escapatoria: una escalera de piedra que llevaba aún más abajo.

Pensé durante unos largos minutos en si arriesgarme y andar por ese camino desconocido o quedarme aquí, hasta que respiré hondo y tomé el valor necesario para seguir.

Al iluminar con el encendedor vi que los escalones eran angostos pero no llegaban muy lejos. Bajé con cuidado, y de pronto me encontré con un pasillo de piedra largo y estrecho.

Empecé a avanzar con pasos cortos por el temor. No quería adelantarme. Mi corazón se aceleraba a medida que avanzaba, atento a cualquier sonido, pero solo se escuchaba el silencio sepulcral. Era una clase de silencio que no cualquier persona lograba conocer.

Iba caminando sin saber cuanto había recorrido, hasta que tropecé con un pequeño bulto. No pude evitar caerme y soltar el encendedor.

Reboté contra la pared de piedra con mi intento de mantenerme de pie, pero en medio de la caída dolorosa mordí mi lengua. De pronto el sabor metálico de la sangre se hacía presente.

Me arrodillé sobre el piso y busqué el encendedor para iluminarme. Me fijé en el objeto con el que había chocado y un sentimiento familiar hundió mi pecho.

─ La gorra de Gyuvin...

Supe que era suya; tenía los mismos detalles que conocía a la perfección, a excepción de estar algo maltratada y sucia. La tomé e iluminé directamente hacia adelante.

Pude ver el final del pasillo; unas escaleras de piedra que iban de subida. Saqué mi celular que por suerte aún seguía encendido y noté que aún faltaban veinte minutos; veinte minutos en los que podía salir de este infierno.

Limpié la sangre de mi boca con mi brazo y corrí hacia las escaleras. Traté de iluminar hacia arriba, notando que los escalores eran largos, pero la luz que tenía no lograba mostrar el final. Más aún así supe el destino de los escalones: el campanario.

Esperaba poder encontrar una salida, pero el campanario era el punto más alto de la iglesia. No habia opción aunque de todas formas escapar no podía, así que subí.

Tuve que tener mucho cuidado, las escaleras eran resbaladizas y se encontraban húmedas. No había avanzado demasiado cuando escuché la lluvia caer nuevamente, empapando todo a su paso.

Llegué al final, y con el cuerpo cansado me apoyé en una especie de pared sólida, fría y dura. Por arriba contenía una puerta de madera la cual abrí y traspasé.

Subí y pude darme cuenta que no había paredes a los lados, supe que era la punta de la iglesia. Frente a mí, se veía la pequeña plaza hundida en la oscuridad; plaza por la cual pasamos para llegar a donde estamos...estoy.

Me asomé y supuse que estaba a nueve metros del suelo aproximadamente. En las cuatro esquinas se elevaban delgadas columnas que sostenían la campana que se encontraba colgada sobre mí.

En el piso, justo debajo de la cuerda para tirar de la campana, había un símbolo pintado. Era el mismo símbolo que logré identificar en el sótano de la iglesia: un círculo con un asterisco en el centro.

Pero sobre él habían manchas frescas de sangre, ubicadas una al lado de las otras. Supe inmediatamente de donde provenía esa sangre. Había pasado las últimas tres horas viviendo una pesadilla.

De alguna manera, no había caído en cuenta de lo que significaba hasta este momento. La sangre lo hizo real. Lo hizo definitivo.

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𝐌𝐈𝐃𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓 ⊱⊰ 𝐙𝐁𝟏Donde viven las historias. Descúbrelo ahora