13. LA ÚLTIMA NOCHE

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Sasha todavía no llegaba y yo comenzaba a preocuparme

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Sasha todavía no llegaba y yo comenzaba a preocuparme.

Ya había anochecido y el bar se encontraba a su máxima capacidad.

Adrián y yo observábamos lo que sucedía desde la barra más alejada de la entrada. Desde ahí teníamos una vista panorámica que nos permitía analizar cada movimiento dentro del bar. Toni e Isaac bailaban en el centro de la pista, Adrián me pidió que dejase a sus amigos disfrutar de la que sería su última noche en Nueva York.

Anna se encontraba detrás de la barra cercana a la entrada, servía una cerveza tras otra y, cada cierto tiempo, ambos nos buscábamos con la mirada para comprobar que todo estaba bien. Frank vendría por nosotros a las dos con quince minutos de la madrugada, luego de que el bar cerrara; saqué el reloj de mi chaqueta para mirar la hora, eran la una con veintiséis minutos, la ausencia de Sasha en verdad comenzaba a preocuparme demasiado.

A pesar de que el bar ya se encontraba a su máxima capacidad, conforme la noche avanzaba más y más personas ingresaban. Una sensación de asfixia comenzó a subirme desde el pecho hasta la garganta. Adrián, que estaba tan al pendiente de mí como yo de él, me jaló del brazo hacia la pista de baile; iba a negarme, sin embargo, la sensación de libertad que había dentro del bar se me incrustó en la sangre e hizo a mis venas arder. Seguí a Adrián hasta donde la multitud nos permitió avanzar y ahí bailamos: Adrián con un ritmo envidiable, yo con demasiada torpeza, pero solo cerré los ojos y busqué en la música la libertad que añoraba.

Perdí la noción del tiempo y la sensación de asfixia me abandonó, sin embargo, cuando el rostro de Adrián chocó contra mi pecho, mi instinto me obligó a abrir los ojos, alerta. De pronto, la multitud de personas en la pista de baile comenzaron a arrempujarse unos a otros; supe lo que sucedía incluso antes de que alguien gritase la palabra: «Redada». La música dejó de sonar y las luces se encendieron. Me aferré a la mano de Adrián y lo obligué a correr hacia la barra, ambos brincamos hacia el otro lado y, de inmediato, me incliné para sacar la bolsa negra de la caja en la que la había guardado debajo de la barra, la tomé y con la mano que tenía libre volvía a aferrarme a la de Adrián. Enderecé la mirada para buscar a Toni y a Isaac, pero ya no se encontraban en el lugar en el que antes bailaban, lo que si logré ver fue a los primeros policías que ingresaban al bar por la puerta principal.

El caos se apoderó del lugar al instante, tal cual sucedió en aquella primera redada: gente que corría de un lado a otro, empujones y caídas, y policías que golpeaban sin preguntar. Logré ver como Anna escapaba de entre la multitud para llegar a la barra en la que Adrián y yo nos encontrábamos, ella empujó como el resto de personas lo hacía hasta que de un brinco consiguió llegar al otro lado. Yo continué con mi búsqueda de los chicos, el caos era tal que comprendí que encontrarlos solo con la mirada sería imposible. Decidí ponerme de pie sobre la barra para mejorar la visión, pero sobre todo para que Toni e Isaac pudiesen verme y supieran hacia dónde ir.

La posición en la que me encontraba me dio la ventaja de poder ver a detalle lo que sucedía en cada rincón; fue así que logré reconocer a Sasha, que se encontraba atrincherada cerca de la primera barra, también, pude atestiguar la acción que esa noche lo cambiaría todo: Sasha tomó uno de los vasos de cristal que se encontraba sobre la barra y se lo lanzó al policía que iba a someterla. Un segundo y la decisión de una sola persona se convirtió en la chispa que, esa noche, incendió nuestro ímpetu, la chispa que nos dio la valentía para no callarnos nunca más. Las otras personas que se encontraban cerca de la barra, al igual que Sasha, lanzaron vasos en contra de los policías; de pronto, la mayoría de personas dejó de intentar huir y comenzaron a defenderse.

Deja que anochezca [ONC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora