Taeil respiró con dificultad en medio de la oscura noche y miró a su alrededor, esperando con paciencia mientras se hacía más y más pequeño dentro de la sucia y desgastada ropa que ya estaba harto de usar. Podía sentir como sus piernas le fallaban por el cansancio y como su estómago lo torturaba por la falta de alimento.
El clima estaba helado y el frío y la humedad del césped se instalaban en sus huesos, pero aún así se sentó sobre él, abrazando sus esqueléticas rodillas mientras esperaba.– Luz de mi vida. Ven aquí.
Estaba a punto de quedarse dormido cuando la amorosa voz con marcado acento americano le alborotó el corazón y se sintió cómo si un rayo de sol le diera un poquito más de vida. Johnny se sentó frente a él y rió suavecito cuando prácticamente se lanzó a sus brazos. Le besó el cuello y la frente y apoyó la espalda en el muro que estaba detrás, dejando a Taeil descansar en su pecho.
– Tardaste mucho...
– Lo sé mi amor, lo sé. Tenía asuntos pendientes ¿Me perdonas? Perdóname mi vida.
El bajito quiso hacerse del rogar, pero el calor corporal que le estaba siendo proporcionado entre los largos brazos y piernas de Johnny lo hizo asentir débilmente.
– Te extrañé mucho mi Luna.
– Y yo a ti. Mucho más.
– Traje todo lo que necesitas. Vas a sentirte mejor, vas a ver, mi bonito.
El alto le besó las heridas que tenía en los párpados, producto de una golpiza que le dieron un día anterior por no mover con más rapidez una carreta con arena, y le mostró la bolsa de plástico que llevaba consigo. Taeil ya sabía lo que contenía: medicamentos para el dolor, agua, vitaminas y comida en porciones exhorbitantes, así como termos con bebidas dulces y lechosas. Johnny se apresuró a abrir la botella de agua para él y tomó las medicinas, llevando pastilla por pastilla a su boca; luego hizo lo mismo con las vitaminas de gomita las cuales tenían una adorable forma de ositos de vibrantes colores.
La garganta de Taeil le dolía con cada sorbo, aún así, cuando su acompañante terminó de medicarlo y vitaminarlo se sostuvo fuertemente contra él, besándolo con ganas. Los cariños de Johnny siempre lo hacían sentir mejor.
– Johnny...
– ¿Mmmh?
– Tu nombre es muy bonito. Creo que nunca te lo dije.
– El tuyo es aún más lindo.
– ¡No es!
– Eres la Luna, eso dice tu nombre y eso eres para mí.
– Tú eres mi corazón, Soldado Seo Johnny.
Taeil se acomodó el uniforme de rayas y volvió a acurrucarse, sintiendo vergüenza de su aspecto y de los horribles sonidos que hacían sus estropeados pulmones con cada respiración. Comparado al refinado abrigo del pelinegro y la elegancia con la que se presentaba todos los días al campo, él no era nada. Ni siquiera podía dejarse crecer algo de cabello si no quería infectarse de piojos y había tenido que ensuciar los zapatos nuevos que el alto le había llevado para que no fueran a quitárselos. Se limpiaba con trapitos para bebé que Johnny también le llevaba y eso era todo.
– Esto huele muy rico. Voy a comer.
Buscó en la bolsa la comida que el mayor había llevado para él y devoró con desespero los emparedados de carne, casi sin respirar. No le tomó ni cinco minutos por lo ricos que sabían y aunque masticaba de forma desagradable, ya ni siquiera se daba cuenta y a Johnny no le importaba en lo absoluto.
– ¿Estás mejorando con la medicina verdad? El doctor dice que es cuestión de tiempo para que te sientas mejor. Mi mamá te hizo chocolatito con almendras.