II

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"Fiesta aburrida. Provocaciones jefe-empleado."

Aburrida. Esa sería la palabra que Sana utilizaría en ese mismo instante. La fiesta que la familia Minatozaki había organizado, para formalizar el noviazgo de su hija mayor, era la más aburrida en toda la historia.

Las personas presentes eran demasiado superficiales y sofisticadas —tanto al punto de irritarla— muchas joyas y poco cerebro, aquello le desagradaba, y a Sana le desagradaban muchas cosas.

Entre ellas estaba ir a una fiesta a la que no quería asistir.

Los hombres iban vestidos con trajes formales y smokings, la mayoría ya era mayor a los cuarenta años y aquello le asustaba, porque estaba segura de que más de uno se le había quedado viendo el trasero, y no con buenas intenciones claramente.

Las mujeres iban elegantes, no se podía negar que eran muy atractivas con aquellos vestidos largos y llamativos, pero aquella impresión desaparecía al escucharlas hablar de las demás, sus gustos en ropa e incluso manera de actuar.

Ridículo.

El olor de colonias caras la mareaban, todas eran demasiado fuertes y le provocaban ganas de devolver lo poco que había consumido en el almuerzo, porque sí, Sana a penas y pudo probar unos cuantos bocados de su comida, todo por culpa de su guardaespaldas y su llamativa presencia.

Su madre le había insistido en que llevara a su nueva empleada para que le cuidara y estuviera allí con ella por si necesitaba cualquier cosa.

Sinceramente Sana si necesitaba algo de esa atractiva azabache, pero ese algo se hallaba justo adentro de sus pantalones y no podía obtenerlo allí.

Era increíble cuanta atracción sentía por esa tipa, y no era para menos, ¿quién se resistiría a una mujer con cuerpo de infarto y que obviamente también desea meterse en tus pantalones a toda costa?

Sólo una idiota lo haría.

Momo estaba coqueteando con su mejor amiga de nuevo, ambos muy alejados de la multitud, Sana no le tomó importancia a aquello, por lo que decidió disfrutar del caro vino tinto en su copa, el licor era dulzón, completamente exquisito ante sus papilas gustativas, y era lo único que disfrutaba de aquella velada.

Había notado que Tzuyu, su guardaespaldas, la veía de manera intensa, casi desnudándole en pleno salón de fiesta, sus ojos lo escudriñaban fieramente, como un león dando caza a su frágil presa.

A Sana le gustaba aquella mirada salvaje, le encantaba demasiado.

Sana la veía de vez en cuando, provocándole al morderse los labios después de cada sorbo a su bebida, sin saberlo, Tzuyu sufría internamente, se había quedado hipnotizada por su jefe en el momento de haberla conocido, la deseaba de una manera casi enferma, y su polla endurecida como roca en sus pantalones era la prueba de ello.

Tzuyu necesitaba el trabajo para ocupar su tiempo, si no lo hacía, terminaría por gastar sus ahorros como la última vez, en donde se quedó sin un sólo peso y el estómago pegado a su espinazo. Gracias a una buena amiga, Son Chaeyoung, que consideraba casi una hermana, pudo sobrevivir y recuperar cada parte de su dinero, e incluso pudo ganar un poco más.

Le estaría agradecida de por vida.

Sana quería hacer algo con su guardaespaldas, muchas cosas en realidad, entre ellas estaba el tenerla en su cama, acariciando y lamiendo cada parte de su cuerpo para demostrar que era suya, porque Sana sabía que Tzuyu era suya y que ella era de Tzuyu.

Un sentimiento enorme estaba creciendo entre ambas, la tensión sexual estaba igual o peor, no podían parar de verse y provocarse, buscando la manera de que la otra se quebrara y cayera ante la tentación, sin saber que ya las dos estaban cediendo ante ella.

Decidió que no resistiría ni un minuto más en esa casa, necesitaba largarse de allí.

Las miradas de todos empezaban a sofocarle, los invitados estaban al pendiente de ella y de cada uno de sus movimientos, a la espera de un sólo error para criticarle, maldita sea, ¡era una puta humana!, todos cometían errores de vez en cuando, pero en el mundo de Sana aquello estaba prohibido, la más mínima equivocación era una sentencia al más puro y humillante fracaso.

Le dio una última mirada a Tzuyu y se dirigió a su madre, si no le avisaba que se iría de esa fiesta se armaría una guerra mundial, una en donde probablemente sería castigada de la peor manera existente para ella: Que la dejaran sola con Momo.

No, no, no.

Era mucho mejor prevenir que lamentar.

Aiko estaba riendo y bebiendo con su grupo de amigas, o como Sana las llamaba, "Las Reinas del Chisme".

—Madre, me iré a casa, no me siento muy bien ahora.

Aiko la fulminó con aquella mirada asesina que conocía tan bien, pero que poco le importaba, ella sólo quería irse a casa y ver películas, o tal vez jugar con su hermosa guardaespaldas. Si, la segunda opción sonaba muy tentadora.

Y estaba dispuesta a cumplirla.

—De acuerdo cariño, llévate a tu guardaespaldas para que conduzca por ti. Me avisas en cuanto llegues a casa. — la mujer sonrió ante su perfecta actuación, hasta la misma Sana creía que se merecía un premio por ser tan buena actriz y mentirosa, sabía que no tenía moral para decir aquello, había sacado las mismas mañas que su madre y las utilizaba sólo cuando eran llanamente necesarias.

De tal palo tal astilla.

—De acuerdo, madre. — utilizó la misma sonrisa falsa que ella. — Señoritas. — se despidió con una leve inclinación ante todas las mujeres que la veían con ojos brillantes, no creyendo que los Minatozaki tuvieran una hija tan perfecta.

Pff, si claro.

Con un último asentimiento a Aiko, se dirigió a la entrada de la casa, podía sentir la presencia de Tzuyu a sus espaldas, estaba obligada a seguir a Sana a todas partes cual perro faldero, pero aquello le gustaba, desde atrás tenía una magnífica vista del redondo trasero de su joven y hermosa jefa.

Sintió que su polla se endurecía aún más, joder, si no llegaban rápido a casa se correría en sus pantalones, y aquello era algo muy vergonzoso.

Sabía que Sana la estaba tentando durante la fiesta, y vaya que lo había logrado, no podía evitar no mirar a la primogénita de las Minatozaki, esa chica la había vuelto loca durante los pocos días que llevaba trabajando para ella.

Cuando se quedaban solas en casa, Sana tendía a pasearse por allí con shorts cortos y suéteres holgados que mostraban sus pálidas clavículas, actuando como si no hubiera nadie más allí, había tenido que ir al baño demasiadas veces para poder relajar el intenso dolor en su entrepierna.

Ayudó a la pequeña rubia a subir al auto y se dispuso a conducir a la mansión de la familia, estaba tratando de calmarse para no lanzarse encima de Sana y tomar sus labios de manera salvaje y necesitada. Pero aquella calma se desvaneció por completo al escuchar el dulce susurro en su oído, acompañado de una lengua juguetona en su cuello que había provocado más dolor en su pantalón:

—Quiero jugar contigo, Chewy.

A la mierda todo.

A la mierda todo

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𝐈𝐧𝐭𝐨 𝐘𝐨𝐮 - 𝐒𝐚𝐭𝐳𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora