ACTO 3: Con QWERTY, y el apagón.

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Pasaron cuatro años de criogenización en el interior de la nave, fue entonces cuando se dió nuestro despertar.

No se estaba nada mal en la Atlas 10, pero escuchaba tener que inspirar y espirar a mi chico en algunos momentos. Estaba tenso, y procuraba ocultarlo de tal forma que casi podía oír el tic tac, tic tac. Ni el sueño criogénico le había apartado de sus inquietudes al parecer.

Siempre había sido yo el que se callaba las cosas con los demás, y se convertía en una bomba de relojería que solo Fran era capaz de desactivar hábilmente. Él era tan cacho de pan, que si estallaba… creo que alguien dijo una vez en algún antiguo libro que la ira de alguien tan amable era digna de temer. Conociéndole no sentiría ira, pero me preocupaba que pudiera no estar disfrutando nada del trayecto si no todo lo contrario. No me gustaría que estuviera pasándolo mal por nada del mundo, no se merecía algo así.

Me rallaba lo que le pudiera haber provocado convencerle para subir a esta nave, y me sentía egoísta por ver tan claro que debíamos renunciar aunque fuera por un tiempo a nuestra moral de lucha activista y ceder algunos pasos ante la colonización espacial con tal de ser felices y tener estabilidad en alguna parte. Quizás por eso, mientras paseaba por la nave, pensara tantas veces que haría lo que hiciera falta para que mi novio estuviera tranquilo. Por eso, mientras paseaba por nuestra planta le pedí a QWERTY hablar conmigo un rato. El simpático robot aceptó de buen grado, y me pidió que me sentara junto a él en el lateral de un pasillo. 

—A los humanos suelen pedirles sentarse en sitios, como divanes, para que se relajen y desahoguen de lo que les inquiete… como no disponemos de algo tan concreto, espero que con un suelo reforzado con los mejores materiales tengas suficiente —me dijo.

—Tranquilo, solo es que quería hablar con alguien neutral para aclararme la cabeza —le expliqué, para luego preguntarle un detalle personal del robot que me inquietaba un poco respecto a si podía o no confiar en su discreción—. ¿Lo que hablemos puede quedarse entre tú y yo?                                 

—Sin problema, Arnau. Los humanos que hacen esta clase de terapias no suelen divulgar información de lo que denominan pacientes. —Con su respuesta, me aclaró que podía hablar de manera bastante tranquila. Eso sí, lo haría un poco en clave por si acaso, pero podría intentar resolver mis dudas charlando un poco con QWERTY.                                                          

—Tengo dudas, no sé si está bien hacer algo que es bueno para ti y para alguien a quien quieres cuando sabes que va contra los ideales de esa persona a la que amas… incluso un poco contra los tuyos, pero tú ya has decidido renunciar a ellos con tal de recibir algo bueno en vuestras vidas —le expresé como buenamente pude las cosas, intentando mantener el anonimato de Fran… aunque ni siquiera haría falta que la inteligencia artificial del robot fuera muy avanzada para hacer algunas deducciones al respecto.

—Bueno, a veces los humanos actuáis por causas egoístas. No todas las veces que lo hacéis está inherentemente mal, en ocasiones ejecutáis vuestro protocolo de instinto de conservación y dejáis en pausa otros factores con tal de conseguir algún objetivo que os ayude a sobrevivir de alguna manera —analizó con cuidado mi dilema, haciéndome pensar más incluso de lo que una tecnología viviente tan avanzada pudiera llegar a predecir.

Me hizo pensar, por ejemplo, en que quizás debería encontrar una postura y defenderla. En que si no la mantenía sería por no perder a Fran, que es por quien lo haría todo. Mi cabeza tenía cada vez más ruido, por el miedo a que todos los factores externos nos consiguieran romper por dentro de alguna forma.

—Gracias, por tu análisis y por todo, QWERTY. Siento que me comprendes pese a no ser…

—¿Un ser humano? —Me interrumpió, me debió de sentir predecible o simplemente también tenía ganas de conversar un poco con los pasajeros que se lo estuviéramos pidiendo—. Sí, puede pasar. Las personas soléis requerir de perspectivas diferentes para encontrar la vuestra propia, o para compatibilizarla con la de otros como vosotros. Por un lado eso os hace especiales, por otro hace que no os diferenciéis tanto en ese sentido.

—A veces, me gustaría que todas las luces se apagaran para sentir que puedo actuar sin pensar y descansar. Que la desconfianza en mi criterio y todas las incertidumbres que pululan por mi cabeza a modo de pensamientos intrusivos se apaguen junto a la iluminación. A nivel metafórico claro, hablo de las luces de mi cabeza —tal vez no hablaba de eso, tal vez necesitaba que toda la nave hiciera caso a mis deseos y desconectara sus funciones por unos instantes por lo menos.

—Eso depende de ti, intenta hacerlo junto a esa persona que te importa tanto si es que se halla en la nave. Supongo que será más complicado que en mi caso, no parece que los humanos tengáis protocolos tan sencillos de activar para ello. Pero te recomiendo que lo intentes, Arnau. —Fue su consejo, uno que caló en mí. Hablaría con mi chico, habría hecho lo que hiciera falta para que pudiera estar tranquilo de aquí en adelante. Y lo tendría que hacer, porque seguro que él estaría teniendo como mínimo un ruido similar al que sentía en mi cabeza. Me aseguraría de que desconectáramos juntos, o por lo menos lo intentaría.

—Lo haré. Gracias, QWERTY.

Por fin alguien que me comprendía, pese a que sus protocolos no le permitían no velar por el bien común.

Luego volví a hablar, para decir una estupidez sin pensar,  antes de despedirnos y de ponerme en pie.

—Me alegro de que no seas como la inteligencia artificial de Alien.

—¿Busco esa referencia en internet, Arnau?

—Mejor no lo hagas, veo muchas películas de Marvel y a un tal Ultrón no le sentó bien buscar las cosas en internet.

—Como quieras, ya sabes que si quieres continuar charlando me puedes buscar por la nave —me aseguró el robot mientras me levantaba, yo solo asentí. 

Esperaba no haber dicho nada muy sospechoso, pero al menos tenía la garantía de que no había tenido que confiarle mis palabras a ningún humano, a nadie que pudiera juzgar si mis pensamientos son éticamente correctos. Porque desde que me tentó con tanta facilidad aceptar la oferta para subir a esta nave, comprendía que era posible que no lo fueran. Y no me importaba, solo me interesaba lo que pensara Fran.

Un pensamiento se repetía en mi mente tras la conversación con QWERTY: «A veces, cuando las dudas me asaltaban, sentía que si la luz se apagara… los problemas, la incertidumbre y la desconfianza en mi propio criterio también se apagarían con ella».

Un pensamiento se repetía en mi mente tras la conversación con QWERTY: «A veces, cuando las dudas me asaltaban, sentía que si la luz se apagara… los problemas, la incertidumbre y la desconfianza en mi propio criterio también se apagarían con ella»

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Caminé por la nave, dí algunas vueltas.

Cuando volví hacia el camarote, se había cortado la luz. Las luces rojas inundaron la nave por media hora, media hora de paz pese a que hubiera algunos gritos sueltos por la nave.

Me crucé con Fran de camino a nuestro camarote, él me miró y yo asentí. Íbamos en la misma dirección, aunque quizás nuestras ideas no fueran en la misma. 

Con las luces rojas impactando sobre nosotros, acudimos a echarnos una siesta en nuestras literas.                                     

La luz se había apagado, y algunas de mis dudas también.                                                

                                                

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Activismo sin fronteras [Relato extra a la antología Atlas 10]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora