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Without you, the smell
of your perfume, reminds me of
when we were free, I swear that
it’s still haunting me

Adelaida pasó las manos por su rostro, nerviosa.

No recordaba cuando había sido la última vez que había salido de su casa, para ir a un lugar repleto de gente que no le agradaba en lo absoluto. La única razón por la que decidió ir, fue por Levana.

La rubia decía que no se arrepentiría, que junto a ella se divertiría, y que no la dejaría sola en ningún momento, si es que eso le hacía ruido. Terminó aceptando la propuesta, y ni siquiera sabía por qué.

O bueno, quizá sí lo sabía.

Quería alguna novedad en su vida. La valentía no era una característica que resaltara en Adelaida, de hecho, era algo que no poseía en ninguna célula de su cuerpo. Sin embargo, por primera vez en años, decidió darle una segunda oportunidad a la vida. Esperaba que no terminara cómo la última vez.

Terminó de delinear su ojo con precisión, y se miró en el espejo. Sacudió la cabeza de un lado al otro, sin poder creer que saldría de su edificio para ir a un bar inglés.

La puerta de su habitación se abrió abruptamente, dejando ver a Levana, quien portaba una sonrisa en su rostro. Adelaida torció el gesto.

—El Uber nos espera abajo —avisó, rápidamente—. Nos encontramos con Lisandro en la puerta del bar.

Adelaida asintió. Se vió por última vez en el espejo, y se paró con una seguridad que no supo de dónde la había sacado. Agarró la primera campera de cuero que encontró en el armario, y salió disparada hacia el pasillo.

Las botas negras de doble plataforma ya habían comenzado a molestarle, y todavía no había salido de su casa. Sabía que lo que restaba de la noche iba a ser una tortura para sus pobres pies, pero era la oportunidad perfecta para estrenar aquellas botas.

Miró a su alrededor por última vez, y abrió la puerta del departamento. Para luego cerrarla, y bajar con su amiga.

Se subió al coche, repensando en su mente si esta fue una buena decisión. Levana iba en el asiento de adelante, charlando animadamente con el conductor, quien parecía ser bastante simpático.

Adelaida, por su parte, estaba en los asientos de atrás, sentada en el medio. Jugaba con sus medias can can negras, intentando distraer los pensamientos que querían invadir su mente.

Se había vestido como a ella le agradaba, y no pensó en si a los demás les gustaría, o no. Además de las largas medias negras y las botas doble plataforma, tenía puesta como parte de arriba una polera térmica del mismo color que sus medias, y una falda de cuero. Pasaría frío hasta entrar al bar, en donde el calor corporal la agobiaría terriblemente.

Miró por la ventanilla del coche, y se perdió entre las suaves luces que emitían los locales.

(...)

Julián estaba acostado boca arriba sobre el suelo de su habitación. La alfombra que tenía debajo le brindaba la calidez suficiente como para no pasar frío. Observaba el techo que él mismo había pintado. Estaba bastante conforme con el resultado.

Se había encargado de pintar el techo de un color azul de medianoche, para después salpicar con la brocha precisas manchas con color blanco, que simulaban ser estrellas. No conforme con eso, también dibujó las constelaciones que se acordaba de haber aprendido en una de las cálidas noches en Calchín.

Retocó con otros colores azules las partes que no lo habían dejado satisfecho, y terminó. Ahora, tenía sobre su cabeza un cielo estrellado que le generaba un poco de paz.

Resiliencia | Julián Álvarez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora