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This nostalgia in my bones.
Why can't I forget it?

Quizá las horas habían pasado muy rápido. O muy lento. Todo dependía del punto de vista del que habláramos.

Adelaida había querido sumergirse en el entorno que la rodeaba, en busca de apagar las llamas de fuego que amenazaron con flamear con vehemencia en su cabeza. Los recuerdos la abatieron, sí. Pero, tener a Levana a su lado, la ayudó a poner los pies sobre la tierra.

Julián, por otra parte, había destetado cada segundo que pasaba. Miraba la hora cada treinta segundos, y el tiempo parecía no querer avanzar. Huir, era la única palabra con coherencia que llegaba a la mente del cordobés.

El frío gélido, y para nada agradable, de Manchester impactó con fuerza sobre el rostro de los cuatro argentinos infiltrados en aquella ciudad. Levana soltó una risa, cuando se percató de que no sentía sus manos por culpa de éste.

—¿Podemos volver adentro? —susurró la rubia, sin ser consciente, complemente, de donde estaba.

Lisandro, que había ingerido alcohol como pozo sin fondo, seguía cuerdo. Lo suficiente, como para saber que ninguna de las otras personas que lo rodeaba, estaba en condiciones de hacerse cargo del grupo. Miró hacía el costado.

Su amigo parecía encerrado en un escenario interno, que parecía atormentarlo cada segundo. Levana, estaba pérdida entre los efectos que el alcohol en sangre le generaba. Por último, Adelaida, a quien todavía no conocía, parecía estar en un cumple.

Licha solía leer bien a la gente, y no por lenguaje corporal, sino por energía espiritual. Adelaida, emabana una tristeza tan agobiante, que más de una vez, a lo largo de la noche, mientras estaba cerca de ella, las ganas de llorar habían invadido su cuerpo. Era claro, que no sabía el por qué, pero deseaba que algún día aquella vibra externa deje de ser opaca, y brille tanto como la luminosidad de una lamparita.

—Vamos grupo —habló Lisandro, lo más claro y conciso que pudo—. Parece que si no me hago cargo yo, terminan todos durmiendo en la calle.

El gualeyo tomó por el brazo a Julián, y comenzó a arrastrarlo hacia el coche. El jugador del bando celeste de la ciudad, parpadeó varias veces, tratando de volver a sí mismo, cuando la presión de la mano de Lisandro captó su atención.

Lograron subir los cuatro al coche. Julián sentado adelante, a un lado del entrerriano, y atrás, ambas muchachas. Adelaida, apenas habló en un susurro, comunicándole a Lisandro, que estaba manejando, la dirección del departamento en dónde vivía con Levana.

La rubia, apenas había puesto un pie sobre el vehículo, cabeceó el aire y terminó apoyada sobre el hombro izquierdo de su amiga.

Lisandro, subió levemente el volumen de la radio, dejando que una canción bastante pegadiza, los entretuviera durante aquel breve viaje. Adelaida, cerró los ojos por dos minutos, mientras escuchaba los murmuros de Lisandro y Julián, que parecían hablar de algo que ella no terminaba de comprender. Hablaban de fútbol y tácticas, de eso estaba segura.

Al sentir como las ruedas amortiguaban contra el asfalto, abrió los ojos. Talló uno de sus ojos, sin importarle en lo más mínimo el delineado que tanto se había esmerado en hacer, y codeó a Levana, tratando de despertarla.

—Arriba, Lev. Dale que ya llegamos.

Levana, parecía no escucharla, hasta que de un segundo al otro, se incorporó como si en ningún momento hubiera estado dormida, provocando un sobresalto en la cordobesa. Adelaida, que era la única consciente, se despidió de ambos muchachos.

Salieron del auto de Lisandro, a duras penas. Una vez frente a la puerta del edificio, Adelaida palpo sus bolsillos en busca de las llaves, y al no sentirlas, giró hacia su amiga.

Resiliencia | Julián Álvarez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora