Capítulo 3

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|Connie Porrist- ¿Qué?.|

Todo acabo media hora después, terminó agotado y seco de lagrimas que no me importó que se recostara para darle más tiempo de paz antes de volver a su casa, su respiración seguía entrecortandose pero cada vez se iba disminuyendo el sentimiento.

Al notar mi sudadera con sus lagrimas y mocos, la cambié a su lado sin ningún pudor o vergüenza, jamás ha existido eso entre nosotros, lo veíamos tan normal que ni nos dábamos cuenta cuando lo hacíamos, era tal cual ponerse unos cancetines o unos guantes.

Pero esta vez si lo notó al haber metido su mano debajo de la almohada y notar que no traía puesta la maldita cosa después de lo que acababa de pasar.

— Estuve a punto de casi haberte roto el pecho con el abrazo fuertísimo ¿Y no pretendías decirme que no traías la maldita cosa? Pude haber ocasionado de nuevo que...

— Estoy bien, tú estás bien, todos estamos bien— me terminé de poner la blusa para dormir— nunca va a ser más importante la maldita cosa que tú.

Su cara tensa y molesta se desvaneció poco a poco con la arruga de sus cejas, me la entregó para ponérmela sin objeciones delante de él para asegurarse. Viéndolo con sus propios ojos, suspiró pensativo, recorriendo con sus ojos mi habitación de arriba abajo, de izquierda a derecha sin saber exactamente que era lo que buscaba.

Nuestros cuatro pulmones y un corazón y medio se detuvieron al hacerse más notorio el sonido de las pisadas de papá viniendo a mi puerta, corrió a todos lados en busca de un buen refugio, lo detuve con un almohadazo porque estaba haciendo más ruido de lo que ya había hecho— ¿Y si le digo "Hola, señor Whiteheart, un gustazo verlo a..."— lo tomé del brazo y lo metí como si fuera una sudadera vieja a mi armario.

— ¡Connie!— gritó sin abrir la puerta— ¿Qué tanto haces?

— Nada, papá...

— Son las doce de la noche, deberías estar ya dormida para ir mañana a la escuela— bufó— y espero que ya te hayas comido la charola que te dejé hace dos horas.

— Desde hace dos horas está ya vacía...— fingí bostezar— ¡Hasta mañana...!

Sus pisadas fueron haciéndose menos notarias hasta que cerró la puerta de su habitación y pude sacar a Aidan sin problemas, aunque él si parecía tenerlos tras estarse tronando el cuello de lo incomodo que debió ser estar en un armario de cuatro por cuatro.

Le dije que susurráramos, era más eficaz para que no entrara ahora y lo viera en medio de mi habitación en plena mitad de noche, no era algo que me gustase ver nunca, ni por mucho que deseé cobrarme la venganza que le tengo guardada desde la mañana.

— ¿Por qué? Tú papá sabe que somos casi hermanos ¿Qué tiene de malo que esté aquí adentro?

— Corrección, mi mamá sabía que eramos como hermanos, pero cuando ni siquiera tenías indicios de bigote como ahora, ni mucho menos cambios drásticos de la pubertad — se cubrió la mitad de la cara rasurada hacía apenas unos días— mi papá desde secundaria sospechaba algo y no le gustaba la idea de que el hijo de la mejor amiga de mamá fuera mi novio, sería demasiado raro seguir con esa cadena de amistad y noviazgo.

— Tonterías, primero estaría con una cucaracha a estar contigo— le golpeé el pecho— ¡¿Qué?! Eso mismo me dijiste en secundaria, loca.

Hasta El Último Latido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora