Capítulo 5

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|Cosas de chicos.|

Como buen papá empezó a cuestionarme de todo lo que había pasado en el parque y si Aidan se acercó de más a lo que él le ordenó. Claramente mentí en unas partes de la historia, aunque el hecho de hablar las cosas de Aidan fueran casi todo verdad, sentí una punzada extraña al no poder mentir sobre su comportamiento...

Por primera vez no había mentido por él...

Cuando el anochecer cayó y la pantalla de mi teléfono marcaba las nueve cincuenta, me puse demasiado nerviosa por la platica que me dijo que íbamos a tener en mi habitación cuando fueran las diez ¿Iba a hacerme decir todo lo que Midge me había dicho en las gradas? O ¿Sólo cuestionaria mi comportamiento y dejaría pasar lo que vio?.

Mi alarma indicando que eran las diez en punto me tensó, yendo rápidamente a la ventana para mirar abajo y esperar verlo de pie listo para treparse por el arbol.

Pero no estaba.

Aidan no era de los que decían una hora y llegaba a otra. Era la persona mas puntal que conocía y no le gustaba mucho menos hacer esperar a las personas— ¿La habrá pasado algo?— Ese pensamiento cruzó por mi cabeza tras voltear a ambos lados del jardín y no ver ni su sombra.

Cerré la ventana y seguí esperando. A todos se nos podría cruzar algo de improvisto, no debía preocuparme y mucho menos pensar que de verdad se trataba de otra cosa más seria que unos simples celos amistosos. Cuando miré una última vez mi teléfono ya eran las once y media y seguía sin haber un rastro de él.

Entendí sin escuchar sus palabras que ya no iba a venir a hablar conmigo, por lo que estando medio somnolienta apagué las luces y me enrollé con la manta que ponía por encima de mis sabanas como un taco teniendo la esperanza de que mañana a primera hora estuviera en el jardín para hablarlo.

No sabía que hora podría ser ni cuanto llevaba durmiendo, pero entre sueños escuché como se arrastraba la ventana abriéndose lentamente y sin hacer ruido.

Pude haberme levantado rápidamente para saber quién se estaba colando en mi habitación, pero olvidé que las pastillas que me tomaba cada tres días eran demasiado fuertes hasta casi hacerme perder la energía por completo como por un mes entero.

No me gustaba tomarlas aunque fuera algo obligatorio por la doctora Campbell, su única función era reducir todo el esfuerzo que mi corazón hizo en los anteriores días, dejándome en un trance que ni una fuerza sobrenatural lograría acelerarlo.

Era un sedante esa pequeña pastilla.

Entreabiertos mis ojos visualicé su sombra rodeando la cama, al lugar donde estaba vacío e intacto, se recostó sin mucho movimiento quedándose quieto por unos minutos para que su respiración fuera menos ruidosa por el esfuerzo de haber trepado.

Una vez que todo volvió a ser silencio, lo sentí mirarme con su brazo sobre su cabeza como una almohada y habló— Connie...¿Me escuchas?

Asentí lentamente.

— Tomaste la pastilla ¿Cierto?— suspiró.

— ¿Qué... hora...es?— la pastilla tambien tenía una maravillosa función de dejarme la boca tal cual estuviera en un desierto. Seca sin ninguna gota de saliva.

Hasta El Último Latido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora