amigo

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El móvil sonó con un tono irritante y molesto, ambos adultos se removieron en espanto y alarma.

—Uraraka. –dijo ella, con un ojo cerrado y medio rostro enterrado en la almohada. Izuku pestañeó lento, atento a la conversación. —Sí señor, entiendo pero...

Izuku se enderezó.

—¿Quién se ocupará...? ¿Su agencia?

Midoriya frunció el ceño cuando oyó los nombres de sus amigos del otro lado de la línea. La mujer contestó un poco más antes de cortar la llamada. Suspiró contra la almohada.

—Quieren que volvamos.

—Pero Shoto y Kacchan aún son niños.

—Fue lo que dije, pero el jefe dijo que no puede darnos una tercera semana. –dijo, sus cejas se curvaron con desánimo mientras lo miraba. —Las misiones se acumulan y no pueden depender de algo impredecible como si ellos volverán pronto a lo de antes.

Midoriya no dijo nada, miraba sus manos entrelazadas. No era una locura, sabía que algo asi pasaría. Una semana había sido algo grato, dos fueron casi un regalo. Una tercera sonaba demasiado irreal.

—Dijeron que la agencia de Bakugou se encargará de él. –susurró eso último como si le costara decirlo.

Midoriya se sentó en la cama con velocidad.

—No pueden separarlos. Son niños, estuvieron juntos las últimas dos semanas, Shoto nos preguntará a diario por él.

Uraraka miró las cobijas y cuando no respondió, Midoriya buscó su mirada con inquietud.

—¿Qué? –preguntó. —Uraraka, ¿qué?

—Dijo que tampoco podemos seguir a cargo de Shoto, las misiones necesitan tiempo y también él. Creen que lo mejor para él será que lo cuide alguien más, su familia es la única opción a la que pueden recurrir.

Izuku abrió la boca pero no logró soltar sus palabras, sólo pestañeó alejando la frustración. Su mente hacía cortocircuito y su pecho se hundía, apretado como sus puños. Se ahogaba en todos los recuerdos, en las palabras de Shoto sobre su familia, en la niñez de Bakugou. Sus manos apretaron la tela de la camiseta, húmeda por su sudor. Abrió la boca, quiso llamar a Uraraka pero nada salió de ella. Y de repente tenía a Ochako susurrando en su oído.

—Estará todo bien, respira conmigo, ¿si? –dijo ella, tomando su mano. —Como siempre lo hacemos, ¿si?

Izuku asintió.

—Uno, dos, tres, cuatro... –enumeró con lentitud, moviendo su mano a la altura de su pecho como si pudiera visualizar el oxígeno entrando a sus pulmones. —Y ahora suéltalo. Otra vez.

Midoriya respiró profundo al mismo tiempo que Uraraka, recuperándose de su ataque ansioso con cada segundo que pasaba. Dejó caer su cabeza, sin soltarse de la muchacha. Sentía una pequeña gota de sudor barriendo su nuca y huyendo por el cuello de su camiseta, sumándose a la humedad de la tela. Volvió a respirar y apretó las manos ajenas. Sus ojos cerrados se abrieron extrañados a los pocos segundos y a la segunda respiración se miraron confundidos.

—¿No huele a...?

Una tercera respiración vino más rápida y alarmada.

—Mierda. –Izuku y Uraraka saltaron de la cama cuando llego a sus narices el aroma dulzón de un desayuno, mezclado con la amargura del café.

Midoriya frenó en la puerta y Uraraka chocó contra su espalda de inmediato. La muchacha no comprendió nada hasta que rodeó a Izuku y pudo ver hacia en interior de la cocina. Shoto estaba sentado, con el periódico a un costado de su taza llena de café y un trozo de pancake de camino a su boca abierta. Los miró sin prisa, con sus característicos ojos coloridos y quietos que se movían como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

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