Capítulo 2.

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Ella se ha quedado dormida a mi merced, me pregunto ¿Qué le habrá hecho sollozar de esa manera? ¿Un hombre? Él único que la puede hacer llorar de esa forma soy yo, y no será de dolor, sino de placer o felicidad. A pesar de carecer de sentimientos, pude sentir su tristeza y desamor cuando ella lloraba bajo la lluvia. Juno Dawson, a tu corta edad te atribuyo mi perdición, gracias a ti eh experimentado sensaciones extrañas... amor.

No logro entender el cómo una niña de tan solo dieciocho años me ha cautivado, la primera vez que la vi fue en una iglesia... la pequeña Juno vestía de rosado y llevaba un lindo sombrero con flores, en ese momento supe que ella tenía que ser mía.

La observe durante toda la hora de evangelización, ella al sentir mi mirada solo sonrió tiernamente. Finalizada la misa tope con ella.

―Disculpe señor― dijo, ella me había pisado sin querer.

―No se preocupe señorita― le sonreí.

―Mi nombre es Juno ¿Y el suyo?― pregunto.

Quede absorto, no solo su rostro era angelical, sus ojos opacaban al cielo. Ella a través de sus ojos me había enseñado el paraíso y como el demonio que soy, quede fascinado... su alma desbordaba una pureza descomunal. Es un ángel, varias veces me dije a mí mismo.

―No molestes al joven, Juno― dijo un hombre.

―Pero padre― no termino la frase―.

Vi como su padre se la llevaba de la mano, no lo pensé dos veces... la seguí hasta su casa. En la entrada de su casa pude leer un encabezado que decía "familia Dawson".

Noche tras noche iba a verla por el ventanal de su cuarto, pero después se me prohibió la estadía en el mundo humano.

Deje de ver a mi pequeña Juno, los años pasaron, incluso intente olvidarla con otras mujeres... jamás lo logre.

Pero ahora ella estaba a mi lado, entre mis brazos y había aceptado que yo fuera su demonio personal.

Comencé a acariciarle sus cabellos que yacían entre mis dedos, estaban húmedos, al igual que toda su respectiva ropa. Le acomode en la cama de forma delicada para no despertarla y empecé a buscar sus ropas para dormir, encontré un camisón blanco y sin pensarlo dos veces la desvestí. Al desvestirla no pude evitar querer tocarla más de lo debido, su cuerpo lucia tan frágil ante mí, sentía que si la tocaba podría romperse en miles de fragmentos. Le coloque el camisón y la arrope como es debido para que no se enfermara, lo único que no pude evitar fue robarle un beso... bese sus labios inertes y le di pequeños mordiscos a su cuello.

El sabor de su piel me embriagaba al igual que su aroma, en los años que eh vivido, ninguna mujer me había vuelto tan desquiciado tanto como ella...

Ella me hacía perder mis sentidos con tan solo observarla, la observe dormir toda la noche; deseaba velar su sueño para que nadie la lastimase.

Después de unas horas, el sol comenzaba a asomarse por el ventanal, eso indicaba que era hora de marcharme. Sin embargo pensaría regresar esta noche con mi amada, le di un beso en los labios mientras ella dormía plácidamente y me escabullí por el ventanal... ella soñaba conmigo, le había incubado sueño perverso.

―Ahhh, Sebastián― gemía como loca.

Sebastián, el hombre con el cual apenas me había besado la noche anterior... ahora yacía en mi cama, encima de mí, dando gemidos ásperos.

Él me había despojado de mis ropas para luego derrumbarme en mi cama y comenzar a besar todo mi cuerpo. No podía evitarlo, suspiros cargados de placer y lujuria salían de mi boca... él parecía disfrutarlo, no paraba de besarme, incluso en mis zonas más intimas.

Eres mi perdición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora