Hanahaki

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Capítulo largo

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Izuku tenía los ojos más bonitos que cualquier ser humano haya visto, eran como joyas, un par de esmeraldas que te quitaban el aliento.

A menudo la gente se enamoraba de él e iban con el rey Yagi a pedir su mano en matrimonio, acto que era denegado cada vez a petición del príncipe Izuku, quien aún no quería dejar el seno familiar y enfrentarse a una boda.

Izuku Midoriya, el tercer hijo de Yagi Toshinori, gobernante del imperio de Kadetia. Había sido fruto del segundo matrimonio del emperador —también era el segundo de su madre, Inko Midoriya, quien a pesar de la boda, se había negado a cambiarse el apellido— y tenía dos hermanas mayores.

Momo Toshinori, una alfa pelinegra tan guapa como inteligente, era conocida como la heredera oficial al trono por ser hija de la emperatriz muerta, la princesa de Kadetia. Ella tendía a Ignorar a Izuku y solo le dirigía la palabra en eventos oficiales, aunque nunca lo humilló ni molestó, algunas veces intentaba ocultar una mueca al oler a Izuku y eso lo hería un poco.

La otra era Ochako Toshinori, tenía el cabello castaño y ojos achocolatados, era una omega muy animada y fue concebida por una de las concubinas del rey, lamentablemente su madre había fallecido en el parto y Yagi, que tenía el planeado mandar a la criatura y su madre al campo con unos cuantos sirvientes, no le quedó de otra sino colocarle su apellido y criarla en el palacio como princesa oficial.

Ochako siempre hablaba con Izuku y a menudo organizaban fiestas de té para que la castaña soltara la bomba de todos los chismes que se había ido enterando en la semana.

Izuku era el favorito del rey a pesar de haber nacido como un omega masculino, cosa que en esos tiempos no se veía muy bien, lo quería tanto que mientras que sus dos hermanas debían seguir las reglas del castillo y casarse por medio de un matrimonio arreglado, él era libre de escoger. De hecho muchas de las reglas no aplicaban para él, podía romperlas todas y su padre le perdonaría una y mil veces sus arrebatos de libertinaje, solamente lo miraría decepcionado para luego darle un beso en la cabeza y preguntarle qué quería cenar.

Izuku siempre vestía las mejores prendas y recibía las mejores joyas —su accesorios eran rarezas descubiertas en cantidades minúsculas y compradas en subastas exclusivas, ni la princesa heredera tenía semejante trato—, a su padre le encantaba consentirlo y verlo modelar su ropa nueva en compañía de Inko, quien siempre alagaba a su joven hijo.

—Te queda de maravilla Zuku, ese color te hace ver más hermoso de lo que ya eres —dijo su madre.

—Inko, Izuku es aún más precioso que todas esas prendas juntas, opaca totalmente las bellezas de este continente —comentó Yagi riendo un poco.

—Muchas gracias padres, creo que me quedaré con este —pronunció dando una vuelta, logrando que sus rizos rebotaran un poco, era un traje hecho a medida con bordados hechos de hilos de oro y plata, la camisa era de seda importada y su chaqueta llevaba adornos de esmeraldas.

—Muy bien, tú escoge lo que gustes —Yagi se levantó y abrazó a Midoriya—. Tu madre y yo debemos ir a una reunión con los campesinos, te veremos en la cena.

—Vayan sin preocupaciones —se despidió con una reverencia hasta que ambos salieron de la habitación y le dijo al sastre su decisión, quien luego salió con sus instrumentos y libros.

Cuando se cambió a ropa más cómoda, cayó de espaldas en su cama y tarareó la canción que su institutriz le había dejado de tarea. Alzó ambos brazos e imaginó tener las teclas en sus dedos, Fantaisie Impromptu, Op. 66 de Chopin. Había estado intentando tocarla por tres días y aún no lo lograba.

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